El mito nocivo de la estabilidad

Es un lugar común, un consenso casi indiscutible: la estabilidad es buena. Las economías tienen que ser estables, los mercados se ponen enfermos con la inestabilidad, los inversores necesitan seguridades, y el grifo del crédito sólo se abre a condición de que se den un mínimo de garantías. La Estabilidad es el sueño de todo empresario y gobernando.

La Estabilidad, así, en mayúsculas, es un tipo de varilla mágica que permite en el mundo del dinero prácticamente todo.

La realidad, pero, es que nunca ha existido. Los reyes son los padres, y la estabilidad, una quimera que nunca llega. Bien, llega, sí, pero siempre mal acompañada, porque nunca deja de venir con su reverso, que es la precariedad. Estabilidad en un sentido comporta precariedad en algún otro. (precariedad que, de hecho, es en sentido estricto carece de estabilidad). Son muy pocas las ocasiones en las cuales no se tenga que sacrificar en el altar de la diosa Estabilidad algo. Una estabilidad presupuestaria puede suponer una precariedad en los proveedores, que ven atrasados los pagos. Estabilizar el margen de beneficio puede obligar a precaritzar las condiciones de los trabajadores que lo han hecho posible.

No se puede tener todo, mal que nos pese. Si este dos y dos hacen cuatro es cierto, habrá que concluir que las dinámicas de estabilización llevan asociadas dinámicas de precarització. Los años de crisis han sido una gran pasarela de ejemplos. Y más recientemente, el grupo Volkswagen se enfrenta a una inestabilidad que nadie habría podido predecir hace sólo medio año. La estabilidad tiene siempre un punto de precaria.

Por lo tanto, la pregunta sobre si la precariedad es o no evitable no tiene muy sentido. Si se quiere estabilidad, que se quiere, tendremos que tolerar cierta precariedad. En cambio, tiene todo el sentido preguntarse cuál es el tipo de precariedad que se puede tolerar mejor.

Hay una precariedad insana, que actualmente es hegemónica. Resulta de buscar la estabilidad, principalmente, en la rentabilidad económica. Con tendencia al corto plazo. Trabaja sobre objetivos cuantificables. Lo ejecutan personas que tienen asociados a tales objetivos recompensas o castigos. Es un modelo que funciona relativamente bien para inversores, accionistas, acreedores y directivos. Su resultado es una estabilidad precaria. Porque la cosa curiosa de este modelo es que, si no se pone freno, pone en marcha un ciclo que se repite una y otra vez: la estabilidad nunca es realmente estable, porque acostumbra a durar hasta que aquellos resultados que se soñaban se demuestran insuficientes. Potencialmente, tarde o temprano puede acabar poniendo en marcha la rueda de la precarització en las condiciones de los trabajadores. Y si las cosas van mal datos, los mismos directivos que precaritzaven acaben siendo también tragados en una lógica donde sólo el más fuerte sobrevive.

Pero hay otro tipo de precariedad, que es más soportable. Es la que resulta de darse cuenta que buscar la estabilidad directamente sobre la cuenta de resultados, de forma aislada, es como empezar la casa por el tejado. Hay un paso previo: si se quiere la estabilidad en los resultados, primero se tiene que conseguir en las relaciones. Si se busca asegurar el corto plazo, primero se tiene que pensar en el largo plazo. Tolerar este segundo tipo de precariedad implica trabajar sobre las condiciones antes de que sobre los objetivos. Antes de los planes, pone las personas (de los trabajadores, clientes, etc.).

Esta precariedad –alternativa a la hegemónica- no favorece las perspectivas de rentabilidad a corto plazo, pero proporciona una rentabilidad intangible mucho más valiosa socialmente. Porque la otra precariedad, conocida popularmente como precariedad laboral (ingresos insuficientes, horarios excesivos, entornos materialmente degradados, malas relaciones entre compañeros...) es potencialmente mucho más precaritzadora otros ámbitos de la vida, como la familia o las relaciones sociales.

Precariedad por precariedad, si al fin y al cabo es inevitable, me quedo con la segunda.
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