Sin duda: necesitamos las instituciones

Gracias al trabajo periodístico de la perseverante Núria Orriols estos días la ciudadanía ha conocido una situación de privilegios y abusos perpetrados contra el presupuesto público durante demasiados años en diferentes instituciones, y no conozco a nadie que no esté indignado, ofendido, enfadado y decepcionado. Un montón de gente implicada año tras año, diferentes hornadas de funcionarios y trabajadores públicos y diferentes hornadas de cargos electos de diferentes legislaturas de casi todas las formaciones políticas. Unos por ignorancia o desidia, otros por ineficiencia o incapacidad, y seguro que en algunos casos también por abuso y avaricia. Por si todo esto fuera poco, además hay que añadir aquellos que han intentado ocultarlo, secuestrar la información y dilatar en el tiempo la inevitable rendición de cuentas, y todo ello ha pasado en el seno del organismo en el que se discuten y deciden las normas de nuestra sociedad. Un desastre.

Pero lo grave no es la gran cantidad de dinero que todo ello nos ha costado y nos costará, lo que es dramático y nos puede suponer un precio exagerado es la desconfianza que se genera en torno a nuestras instituciones. Aunque hoy día lo podamos dudar, necesitamos estas instituciones y son absolutamente indispensables para vivir en sociedad. Hemos de ser absolutamente exigentes con nuestras instituciones y sus miembros, pero lo que no nos podemos permitir es caer en la tentación de acabar con ellas o hacerlas desaparecer. Si abandonamos nuestras instituciones acabaremos abandonando nuestras libertades. Acabar con el Parlamento es invitar al fascismo. Por eso es tan grave lo que ha pasado, y por eso hemos de ser implacables en exigir responsabilidades.

La mayoría de las instituciones han quedado bajo el control de los partidos políticos y resulta evidente que esto ya no es garantía de un buen funcionamiento. Para que vuelvan a ser confiables, y eficientes, hay que activar sistemas complementarios de vigilancia y control

Vivir en sociedad implica que cada uno de nosotros delega en el grupo aspectos básicos de la vida. Hemos delegado en el grupo la capacidad de impartir justicia, administrar el cuidado y la salud de los nuestros, educar a nuestros hijos, protegernos de las amenazas y un largo etcétera que ha dado como resultado modelos comunitarios de educación, sanidad, justicia… no sólo normas, sino también servicios públicos y sistemas de gobernanza. Este es el origen de lo que llamamos instituciones, que no son otra cosa que los instrumentos con los que nos hemos dotado para organizar nuestra convivencia: un parlamento, una escuela, un juzgado o un hospital, pero también una cámara de comercio, un sindicato o una policía.

La mayoría de las instituciones han quedado bajo el control de los partidos políticos y resulta evidente que esto ya no es garantía de un buen funcionamiento. Para que vuelvan a ser confiables, y eficientes, hay que activar sistemas complementarios de vigilancia y control. Bienvenida la prensa, pero seguramente tampoco será suficiente. Necesitamos sociedad civil desvinculada del sistema de partidos. En vez de caer en la tentación de retirar el apoyo popular a nuestras instituciones, lo que hemos de hacer es aumentar la vigilancia popular sobre nuestras instituciones. Vigilemos, auditemos y aumentemos nuestra exigencia tanto como sea necesario, pero no nos podemos permitir abandonarlas. Sin instituciones nuestra sociedad será aún más vulnerable a los populismos. Vayamos con cuidado.

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