¿Quiero ser madre? ¿Quiero tener hijos? ¿Quiero dedicar una parte muy importante de mi vida a la crianza? ¿Quiero asumir ese grandísimo compromiso que es para siempre y que no permite dar marcha atrás?
Estas son algunas de las muchas preguntas que en algún momento de nuestra vida nos hemos planteado la mayoría de las mujeres, y muy especialmente durante nuestra etapa adulta. Porque, aunque nos sorprenda, en el imaginario popular todavía hoy existe la creencia generalizada de que todas las mujeres queremos ser madres, que todas estamos preparadas, que el instinto maternal puede permanecer latente, pero que en el fondo siempre está y se despierta al oír el primer latido, o el primer llanto, como si de un componente de serie del género femenino se tratara.
La elección de no tener hijos es una opción cada vez más habitual y también legítima de las mujeres. A medida que avanzan los años, las mujeres jugamos papeles más relevantes en la sociedad y no necesitamos acceder a la maternidad para sentirnos realizadas, ni como mujeres ni como seres individuales.
Habrá quien rechazará este posicionamiento, incluso quien lo tachará de egoísta, porque yo misma me lo he oído decir en más de una ocasión cuando así me he manifestado abiertamente. Pero afortunadamente la sociedad evoluciona y la tolerancia y el respeto impera en las nuevas formas de hacer y de pensar.
A medida que avanzan los años, las mujeres jugamos papeles más relevantes en la sociedad y no necesitamos acceder a la maternidad para sentirnos realizadas, ni como mujeres ni como seres individuales
La felicidad de una misma no depende de ser o no ser madre. La maternidad es un derecho y una elección libre y personal de todas las mujeres. Y con ello reivindico ese derecho a decidir, sin juicios paralelos ni sentimientos de culpa. Ni todas queremos ser madres ni todas podemos ser madres.
A veces incluso es una cuestión de prioridades. Porque, mal nos pese, y que nadie se engañe, las medidas de protección de la maternidad y de conciliación de la vida laboral, familiar y personal son todavía hoy un tema pendiente de nuestra sociedad.
Si bien es cierto que una mujer puede haber crecido en un ambiente de equidad e igualdad de acceso a los recursos educativos y de oportunidades, sin distinción de género, en el momento de la/s maternidad/es y la lactancia/s, en un entorno altamente exigente y competitivo como es el actual, las opciones de desarrollarse y de progresar como profesional se ven alteradas durante un período relativamente largo, no sólo en la vertiente de proyectos que se detienen, sino también en todas esas oportunidades que ya no comienzan.
Triste pero cruelmente cierto. Ser madre, más allá de las muchísimas satisfacciones, es también una clara renuncia. De ahí el gran respeto que me merecen todas estas mujeres valientes que optan por ser madres.
Las medidas de protección de la maternidad y de conciliación de la vida laboral, familiar y personal son todavía hoy un tema pendiente de nuestra sociedad
Porque es necesario hablar abiertamente de la experiencia maternal real, con sus claros, pero también con sus oscuros. La visión idealizada que tradicionalmente se nos ha vendido de la maternidad estigmatiza aquellas voces, todavía hoy demasiado invisibilizadas, que verbalizan sentirse tristes, deprimidas, agotadas. Mujeres que no sienten por su hijo o hija lo que “teóricamente” deberían sentir, que a veces les molesta o que simplemente no se sienten preparadas. Mujeres que se sienten culpables o arrepentidas por los cambios que esta nueva etapa implica en sus vidas.
¿Y qué sucede cuando estas mujeres desean algo más o algo distinto? ¿Qué ocurre cuando añoran también aquella vida de antes, su libertad, la capacidad de improvisar, de recuperar el timón de la propia vida y del mismo tiempo, no sentir la carga de la responsabilidad que alguien las necesita y depende absolutamente de ello todo? ¿Qué ocurre con el derecho de no renunciar a los propios sueños, a los propios anhelos, a los propios proyectos? ¿Cómo actuar como una “buena madre” sin traicionar a una misma?
A las mujeres de hoy se nos exige no sólo ser madres atentas y entregadas a la crianza, sino también mantener la carrera profesional, ser buenas parejas, buenas amigas, buenas hijas, buenas hermanas...
Durante el primer año de maternidad, más del 55% de las madres siente constantemente que falla. De hecho, aunque no debe ser algo generalizado, en muchas ocasiones una madre con un recién nacido se siente sobrepasada por la situación, tiene dificultades para entenderlo y generar un vínculo, y debe hacer frente al gran grosor de tareas de la crianza sola. Es una realidad que puede generar aislamiento y vergüenza por no adecuarse a este relato ideal. Hay que añadir, además, el discurso de la feminidad actual en las sociedades occidentales que también afecta, y mucho, a la experiencia de la maternidad. A las mujeres de hoy se nos exige no sólo ser madres atentas y entregadas a la crianza, sino también mantener la carrera profesional, ser buenas parejas, buenas amigas, buenas hijas, buenas hermanas... Las expectativas generadas son tantas y tan elevadas que a menudo se desemboca en un sentimiento de carga, ansiedad y culpa porque no se llega a todo.
Las mujeres tenemos derecho a decidir no ser madres y priorizar otras esferas de nuestra vida. Tenemos derecho a decidir ser madres y vivir la crianza con la máxima plenitud. Tenemos derecho a decidir ser madres ya llorar, a arrepentirnos, a desear desaparecer o retroceder en el tiempo. Porque ni somos “supermujeres” ni queremos serlo.
Velamos más que nunca por el bienestar de la mujer, por nuestra salud física y emocional. Necesitamos una sociedad consciente de que aborde, abiertamente y sin tabúes, nuestras diferencias y particularidades, la complejidad de nuestro sistema y las exigencias que se nos imponen y que condicionan nuestras vidas. Porque, y me reitero de nuevo, ni somos “supermujeres” ni queremos serlo.