Una crisis no es un sistema inteligente con capacidad de discernir las conductas buenas de las malas, como tampoco es cierto que ponga cada cual a su lugar. La apisonadora de este último sexenio ha sido implacable con unos y otros, con los que habían hecho los deberes y los que no los habían hecho; con los más contributivos y con los más rancios.
Estos últimos años, en llena maltempsada, las probabilidades de éxito han favorecido aquellos modelos de negocio que, del mismo modo que pretenden la eficiencia y la competitividad, promueven la responsabilidad social y el compromiso con el entorno. Pero no siempre ha sido así. No siempre las buenas prácticas obtienen el regreso que habría que esperar.
Las cuentas de resultados no siempre son agradecidos con la cultura de empresa y no suelen reflejar las praxis más cuidadosas. Nuestros directivos saben que la ética no es un activo que decante favorablemente el balance; se equivocarían si fomentaran un comportamiento condiciós para conseguir una mayor rentabilidad. Ellos han entendido que los códigos éticos son ineludibles porque tienen que encontrarse intrínsecos en la operativa y en la estrategia de la empresa, sin excepción.
La governança empresarial tiene que adoptar la actitud ética en todas las decisiones, con la misma preeminencia que inserta la cordura y el criterio. Cuál es el regreso? No hay regreso porque no es una inversión; el resultado es el equilibrio, la equidad, todo aquello que hace sostenible el modelo social. El empresario tiene que asumir este compromiso y tiene que hacerse responsable de que su organización no sólo obedezca las normativas sino que, además, actúe en la pasarela de las buenas maneras.
El problema es que no estamos sólo y cuesta encontrar un palmo de limpio. El escenario es demasiado propenso al juego sucio y sobre todo a la presencia de tafurers, jugadores de malas artes, con cartas marcadas por la cobejança y sellos de usura, con especuladores y arribistes. Es aquí donde tiene que actuar el aparato de la Administración, procurando un marco en que el ejercicio de la ética no suponga una desventaja ni un agravio competitivo.
Los códigos de buenas prácticas no se pueden regular por ley pero se pueden imponer por la razón. Del mismo modo, harían bien las factorías universitarias y las escuelas de negocio al inculcar los códigos éticos, no tanto como una asignatura del plan de estudios sino como una consigna inherente en todas las asignaturas.
Estos últimos años, en llena maltempsada, las probabilidades de éxito han favorecido aquellos modelos de negocio que, del mismo modo que pretenden la eficiencia y la competitividad, promueven la responsabilidad social y el compromiso con el entorno. Pero no siempre ha sido así. No siempre las buenas prácticas obtienen el regreso que habría que esperar.
Las cuentas de resultados no siempre son agradecidos con la cultura de empresa y no suelen reflejar las praxis más cuidadosas. Nuestros directivos saben que la ética no es un activo que decante favorablemente el balance; se equivocarían si fomentaran un comportamiento condiciós para conseguir una mayor rentabilidad. Ellos han entendido que los códigos éticos son ineludibles porque tienen que encontrarse intrínsecos en la operativa y en la estrategia de la empresa, sin excepción.
La governança empresarial tiene que adoptar la actitud ética en todas las decisiones, con la misma preeminencia que inserta la cordura y el criterio. Cuál es el regreso? No hay regreso porque no es una inversión; el resultado es el equilibrio, la equidad, todo aquello que hace sostenible el modelo social. El empresario tiene que asumir este compromiso y tiene que hacerse responsable de que su organización no sólo obedezca las normativas sino que, además, actúe en la pasarela de las buenas maneras.
El problema es que no estamos sólo y cuesta encontrar un palmo de limpio. El escenario es demasiado propenso al juego sucio y sobre todo a la presencia de tafurers, jugadores de malas artes, con cartas marcadas por la cobejança y sellos de usura, con especuladores y arribistes. Es aquí donde tiene que actuar el aparato de la Administración, procurando un marco en que el ejercicio de la ética no suponga una desventaja ni un agravio competitivo.
Los códigos de buenas prácticas no se pueden regular por ley pero se pueden imponer por la razón. Del mismo modo, harían bien las factorías universitarias y las escuelas de negocio al inculcar los códigos éticos, no tanto como una asignatura del plan de estudios sino como una consigna inherente en todas las asignaturas.
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