Sant Jordi: el libro digital va incluido?

Al año nuevo me propuse poner más discos, escribir más a mano y leer más libros en papel. No era el resultado de ninguna epifanía, ni de una reflexión humanista, ni siquiera ninguna declaración de principios, era sencillamente una questió de física, de matemáticas y, por el que he visto, de azar.

No he dejado nunca de comprar vinilos y siempre he tenido un tocadiscos junto a la tele, pero desde que Spotify entró a nuestros móviles entre poner una lista de reproducción o poner un disco –buscarlo, sacarlo de la funda, ponerlo al tocadiscos y levantarme para cambiar la cara– ganaba el móvil.

Poner un tema al móvil es infinitamente más fácil que poner un disco pero escogerlo de entre los 30 millones del catálogo de Spotify es infinitamente más difícil que seleccionar un disco de los cuatro que tengo a mano. Cuando la oferta es virtualmente infinita, inconscientement, decidimos no decidir. Las matemáticas.

En cuanto a la tinta, si bien es evidente que no he dejado nunca de escribir a mano, sí que es cierto que últimamente –los últimos 25 años– casi todo el que escribo es en un teclado. Tanto es así que muchos golpes he tenido la sensación que me costaba escribir a mano. Probáis de escribir un texto largo en un papel y sabréis de que os hablo.

Fue por azar que fui a parar a la sección de papelería de unos grandes almacenes de Barcelona y vi que venían plumas estilogràfiques y me compré una. Ahora no puedo parar de anotar, hacer flechas, subrayar, rodear y ornamentar todo el que escribo. Los artículos los continúo picando a Evernote donde los tengo todos archivados y etiquetados pero los esboços me va mejor hacerlos a mi bloque Miquelrius.

Vamos al papel. Tengo un Kindle del cual estoy enamorado. Pantalla de la medida de un libro de bolsillo, de tinta electrónica, texto a 300 ppp sobre fondo blanco y bastante ligero como para poder leer estirado. El más pareciendo al papel sin serlo. Me lo llevo en todas partes y, con permiso de Twitter, lo uso tanto como puedo: en el tren, al avión o en una terraza en la playa. Aún así cuando estoy en casa leo libros en papel aunque tenga la versión electrónica al Kindle. Y esto es física.

En un libro físico, mientras leemos, nuestro cerebro registra de manera inconsciente la posición de la información al espacio –más arriba o más abajo de la página– y la temporal –más adelante o más atrás respecto al que hemos leído y el que nos queda–. Esto facilita la comprensión, la retención y la creación de relaciones entre contenidos. Toda esta metainformació se pierde en un lector digital, al escuchar un tema a Spotify y cuando escribimos en una pantalla.

La solución de compromiso que he encontrado es relativamente barata y me garantiza el mejor de los dos móns: los libros que me interesan los busco en la red de bibliotecas municipales, a la Universidad o en tiendas de segunda mano para leerlos a casa y me los compro en digital para leerlos bajo el olivo. No siempre es fácil y en algún caso he acabado comprando la versión digital de un libro que ya tenía en papel, pero funciona.

Mientras tanto estaría bien que por Sant Jordi a la hora de comprar un libro puguéssim escoger si queremos el descuento o bien pagar el precio entero con descarga digital incluida. Sábado lo preguntaré a las paradas.

 

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