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Historias de pantallas

Tanto tiempo demonizándolas, y justo ahora nos están salvando ellas

Y llegó un tiempo en el que el uso de las pantallas dejó de estar demonizado. Una época vírica que llenó nuestras vidas de momentos empantallados.  Las pantallas se convirtieron en el único medio para ver a nuestras abuelas en la UCI, a nuestros amigos en sus casas, a nuestras madres a la hora del vermú. Las redes sociales se llenaron de capturas de pantalla de reuniones de equipos trabajando desde sus casas, de desayunos en directo desde las cocinas, de webminars desde el sofá, de conferencias online con una librería de fondo. Nuestra vida en tiempos de coronavirus la vivimos a través de una pantalla.

Años y años leyendo consejos de gurús de la educación y la psicología para contrarrestar la adicción al móvil –que nunca existió, por cierto- y llegó un virus que demostró que sin pantallas no éramos nada. Hasta la portada de la prestigiosa revista The New Yorker tuvo como protagonista una pantalla, al convertirse en la salvación de miles de sanitarios de todo el planeta para conectarse con sus familias mientras corrían a salvar vidas en los pasillos de los hospitales.

La educación intentó volverse virtual, porque los niños y adolescentes dejaron de ir a clase. Pero en tiempos de coronavirus, quién no tenía una pantalla conectada, se quedaba fuera de juego. Algunos políticos destinaron fondos públicos para que los niños con menos posibilidades pudieran seguir el ritmo del curso. Hasta 14.000 tablets con conexión a internet se distribuyeron en algunas comunidades autónomas para que los alumnos y alumnas de Infantil y Primaria no perdieran el ritmo. Un ritmo, por otro lado, que obligó a los padres y madres a hacer, además de profesores de sus hijos.

Una de las frases más repetidas en aquellos meses de pandemia fue “bendita tecnología”. Porque si para algo no estábamos preparados era para perder a nuestros seres queridos sin poder despedirnos. Ya no abrazarlos y cogerles de la mano, porque el dichoso virus se interponía entre nosotros, sino ni siquiera poder decirles adiós en sus últimos minutos de vida. Una angustia que vivieron tantas y tantas familias.

Algunas, sin embargo, pudieron ver a través de una pantalla a sus abuelas y abuelos, a sus padres, a sus hermanos o tías y pudieron mandarles unas palabras de ánimo. Surgieron iniciativas como acortandoladistancia.com empujadas por ángeles como @mienfermerafavorita que ideó una manera de que los pacientes no perdieran por completo el contacto con sus familias mientras estaban solos en una sala de un hospital. Las videollamadas salvaron vidas esos días gracias a la donación de cientos de pantallas que llegaron a residencias y hospitales.

Es posible que cuando todo esto pase, cuando de verdad podamos contarlo en pasado, recordemos que las pantallas, tan denostadas y criticadas, formaran parte de la historia de nuestras vidas en tiempos de coronavirus.

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