Reindustrialización

Recientemente hemos conocido que Ikea ha relocalizado ya en Europa el 70% de su producción. No es algo aislado. En Estados Unidos se crearon en 2021 más de 260.000 puestos de trabajo relacionados con la relocalización de la producción que se había marchado a países de bajo coste (reshoring). La pandemia mostró la extrema debilidad de las cadenas de suministro globales, que podían colapsar por el cierre de puertos o fronteras críticas. Pero éste fue sólo el detonante de un fenómeno de retracción de la globalización producido por la superposición de distintas fuerzas. En primer lugar, la compensación de las estructuras macroeconómicas: fabricar en Asia no es ya tan barato, mientras que, desgraciadamente, en los países occidentales los salarios se han mantenido planos o bajistas. En segundo lugar, el incremento del coste del transporte y la inestabilidad inherente a los modelos de tráfico de mercancías, con numerosos cuellos de botella. En tercer lugar, la robotización, que realiza las actividades productivas menos dependientes de la mano de obra y de la geografía. Y, en cuarto lugar, los motivos geoestratégicos: la pandemia nos hizo dar cuenta de que éramos profundamente vulnerables por la falta de toda clase de productos, desde los textiles avanzados a los nuevos materiales o los chips electrónicos.

Especialmente, a Europa le han temblado las piernas al ver su extrema dependencia que tiene de Asia o de EE.UU. en algunos suministros estratégicos como los semiconductores. Nos hemos dado cuenta de la importancia de la autonomía estratégica. No es suficiente con "saber" (desplegar centros de investigación y universidades), es importante "saber hacer" (convertir el conocimiento en tecnología aplicada) y "hacer aquí" (fabricar localmente para garantizar la soberanía europea -y los puestos de trabajo estables y de calidad, base de los sistemas democráticos-). Es necesario buscar el “mejor” coste (contemplando los costes imprevistos inherentes a los acontecimientos inesperados como pandemias o guerras) y no el coste “más barato” de forma absoluta (expulsando actividad productiva a terceros países). Durante años, se ha desmantelado la industria europea, se ha perdido conocimiento productivo, y se han evaporado clases medias que han reaparecido en Asia. Con la guerra de Ucrania y la fragmentación del mundo en tres bloques (EE.UU., China y Europa), se pone de manifiesto que nunca la necesidad de una reindustrialización rápida, inteligente (basada en conocimiento) y sostenible (respetuosa con el medio ambiente) en Europa. Los vientos alisios de la industria han cambiado ya de sentido: si antes la globalización iba a externalizar low-cost, ahora se trata de internalizar (atraer) high-tech lo más rápidamente posible.

A Europa le han temblado las piernas al ver la extrema dependencia que tiene de Ásia o de EE.UU.

Y en este marco de competición estratégica entre EE.UU. y China, se acerca una nueva Edad de Oro de la innovación, similar a la que protagonizó la 1a Guerra Fría y la Carrera Espacial. Somos hijos de esa época. Vivimos de las tecnologías que se fraguaron en el marco de la tensión entre la URSS y EE.UU. Los microprocesadores, los ordenadores, las comunicaciones digitales, internet o el GPS surgen de los esfuerzos de I+D de esa época. Incluso el conjunto de la industria tecnológica americana se explica en clave de los acontecimientos que llevaron al Apolo XI a la superficie de la luna. Ahora estamos en un momento similar: un flujo inimaginable de tecnologías disruptivas va a llegar a la sociedad y la economía en los próximos años. Es necesario que formemos parte de esta corriente de generación tecnológica, o seremos una colonia asiática o americana.

Suenan los timbales de la política industrial, tan menospreciada en nuestra región y tan practicada en Asia (abiertamente) y en EEUU (encubiertamente). Como dice la famosa economista de la innovación Mariana Mazzucato, "para ser como los líderes debemos hacer lo que hacen los líderes, no lo que dicen que hacen". Nadie hacía política industrial, pero todo el mundo la estaba haciendo. Salvo nosotros, que realmente creímos los mantras ideológicos del momento: “la mejor política industrial es la que no existe”, o “cuando una empresa se va, otra viene a llenar su vacío”. Por suerte, en el norte de Europa no se creyeron estos mantras y hoy, todavía, entre las diez economías más innovadoras del mundo, siete son europeas: Alemania, Austria, Dinamarca, Finlandia, Suecia, Suiza y Holanda. Economías de alta intensidad innovadora sustentadas por potentes clústeres de pequeñas y medianas empresas, muy tecnificadas y que trabajan cooperativamente con centros tecnológicos de frontera. Es el modelo 4.0, posiblemente el mejor del mundo, no tan sensible a las convulsiones de los mercados financieros (como el modelo americano) y no tan dirigista y autocrático como los modelos asiáticos.

Mariana Mazzucato: "Para ser cómo los líderes tenemos que hacer lo que hacen los líderes, no lo que dicen que hacen"

Vienen buenos tiempos por la industria y la innovación. Europa se pone las pilas. Los vientos de la globalización soplan tierra adentro, no mar allá. Tenemos buenas noticias: el anuncio de la planta de componentes de baterías de la empresa surcoreana Iljin en Tarragona, o la aprobación del PERTE (Proyecto Estratégicos de Recuperación y Transformación Económica) de semiconductores (con una dotación de más de 12.000) millones de euros), que ha permitido atraer a un nuevo laboratorio de Intel a Barcelona, ​​en un proyecto conjunto con el Barcelona Supercomputing Centre. Podemos volver a florecer. Volveremos a ver actividad industrial y manufactura avanzada, especialmente si somos capaces de crear entornos atractivos y facilitadores de la implantación de nuevas factorías y hubs innovadores.

Ahora nos toca aprovechar esa ventana de oportunidad. Es necesario desplegar nuestras redes para capturar todas las tomas posibles (o se irán a otros lugares). Es necesario reformar las cuentas públicas para generar fuertes partidas de co-inversión con las empresas que quieran ubicarse en Cataluña. Es necesario jugar fuerte para atraer y generar actividades de frontera tecnológica. Y pensamos: ¿qué ocurrirá cuando se acaben los fondos europeos? No podemos confiar siempre en la generosa tía de Bruselas. Un país líder debe ser capaz de financiar con recursos propios actividades estratégicas como las mencionadas, si queremos realmente mantener la calidad de vida, la paz social y el estado del bienestar que merecen nuestros hijos.

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