¿Qué pasa con la productividad en Catalunya?

¿No les han llamado la atención estas economías donde un titulado universitario puede multiplicar su sueldo solo por el hecho de coger un avión e ir a trabajar allí?

¿Cuáles son las claves para entender la baja productividad en Catalunya? | ACN ¿Cuáles son las claves para entender la baja productividad en Catalunya? | ACN

El 28 de diciembre pasado, Xavier Roig, en esta columna de opinión, se refirió a la Productividad en Catalunya y acababa su opinión pidiendo que "Los estudiosos tendrían que dar una explicación al tema. Si alguien lee esto y entrevé el porque, que nos lo explique, por favor. Bien es verdad que desde aquel 2017 los catalanes empleamos más horas para producir prácticamente lo mismo. Y el hecho es nefasto".

No me atrevo a definirme como un estudioso (solo soy académico a tiempo parcial) pero para responder la petición de Xavier, quiero aportar mi opinión como profesional dedicado a la mejora de la gestión económica y más concretamente, de la productividad, la competitividad y del resultado económico, en especial de las PYMES, y ofrecerlos a ustedes y a Xavier, mi visión sobre la productividad después de más de 25 años de trabajo en este campo.

Xavier tiene mucha razón en preocuparse por la productividad y llamar la atención sobre esto, una asignatura pendiente desde hace decenas de años del modelo económico tanto del Estado como en nuestro país, y que continúa siendo un agujero negro al que parece que no somos capaces de dar respuesta. Un agujero negro que en otros países tienen dominado.

Ante todo, definamos la productividad de forma sencilla y clara. Es la relación entre los recursos empleados y el resultado obtenido mediante un proceso

Pero, ¿qué es la Productividad? En la definición y el enfoque que se aplique se origina uno de los problemas básicos. Si tomamos los enfoques mayoritariamente empleados que son los de naturaleza macroeconómica o bien los microeconómicos, más próximos a su origen real de la productividad.

Para sustentar esta afirmación un par de ejemplos rápidos sobre el enfoque macroeconómico: el INE en su estudio de Productividad de la Industria Española, en su párrafo inicial, reconoce que el concepto de la Productividad es diverso: "La productividad como concepto económico se puede medir desde diferentes ópticas en función de los objetivos que se pretendan lograr y de la información estadística que esté disponible". O el del Análisis de la Productividad Española de FUNCAS donde el actual Gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos precisa que "El concepto más ampliamente utilizado de productividad en el análisis económico es el que se denomina "productividad total de los factores" (PTF), que se define cómo la parte del crecimiento del producto que no viene explicada por la evolución de los factores productivos. La productividad aproximaría así el nivel de eficiencia de la economía, que dependería, entre otros factores, de las mejoras tecnológicas en los procesos productivos, así como de la innovación organizacional y de los sistemas de gestión aplicados por las empresas. En términos empíricos, el cálculo de la PTF se efectúa habitualmente como residuo de la estimación del crecimiento potencial de la economía, estimándose este último en base a un enfoque de función de producción en el cual se infiere la evolución de la capacidad de producción de la economía a partir de las estimaciones, en sus niveles potenciales, de los factores productivos, ocupación y capital, y de la propia PTF".

Es decir, que son indicadores agregados (totales de la economía) como no podía ser de otra manera, propios del enfoque macroeconómico; evidentemente a posteriori, es decir, una vez ha ocurrido el hecho económico; y por métodos de determinación indirectas. Por supuesto que son útiles como medición del fenómeno (dejando de banda las discusiones técnicas sobre la fiabilidad o integridad de las variables a mesurar), pero en cualquier caso, estos indicadores agregados no pueden llegar a ofrecer una identificación precisa de las causas de la evolución, sino de un conjunto de ellas, y, por lo tanto, no pueden dar remedios concretos a la situación.

Es lógico que no se den cuenta de las causas ni de los posibles remedios porque realmente la productividad es un hecho microeconómico que se origina en cada uno de los millones de actividades económicas que generan la riqueza. Es decir, cómo cada actividad económica genere el valor es una decisión particular y cuánta sea esta generación de valor dependerá exclusivamente de cada una de ellas. En esto se basa, parcialmente, la competitividad entre ellas (parcialmente, porque la competitividad y la productividad son complementarias, pero no son sinónimas).

Por lo tanto, la acción macroeconómica por sí sola y más concretamente las medidas derivadas de política económica, no puede mejorar la productividad (eso sí, puede dificultarla). Como resultado, la visión macroeconómica es necesaria, pero en absoluto es suficiente.

En la definición de productividad y el enfoque que se aplique se origina uno de los problemas básicos. Si tomamos los enfoques mayoritariamente empleados que son los de naturaleza macroeconómica o bien los microeconómicos, más próximos a su origen real

La cuestión es, entonces, cómo abordar la productividad desde un enfoque microeconómico para conseguir resultados positivos.

Ante todo, definimos la productividad de forma sencilla y clara. Es la relación entre los recursos empleados y el resultado obtenido mediante un proceso. Comprender esta idea es fundamental para gestionar cualquier actividad económica. Un proceso será más productivo cuanto menos recursos para obtener un objetivo, y otro proceso alternativo puede ser menos productivo si usa más recursos que el primero.

¿A qué recursos nos referimos? Inicialmente, a los recursos materiales e inmateriales que se emplean directamente para la generación de los bienes o servicios que ofrece una actividad económica. Posteriormente, también se considerarán los recursos materiales e inmateriales estructurales necesarios para dar cobertura a la actividad pero con un tratamiento específico diferenciado para mesurarlos y gestionarlos correctamente.

En los recursos directos, encontraremos las materias primeras, bienes o servicios intermedios, así como la fuerza de trabajo y el tiempo que se emplea en el proceso. Y algo muy importante y que se olvida frecuentemente en la realidad, que es la manera de combinar todos estos factores para conseguir el resultado esperado.

Seguramente ya pueden ustedes intuir que, si conseguimos mesurar los recursos directos empleados ya teníamos el primer término de la ecuación de la productividad microeconómica, en buena parte.

Y aquí nos encontramos con el primero gran problema de la productividad en la realidad. De acuerdo con mi experiencia profesional una gran proporción de Medias y Pequeñas Empresas no mesura los recursos empleados en sus procesos, ni siquiera de forma puntual. Por lo tanto, no son capaces de establecer cuál es la proporción de inversión de recursos para conseguir los bienes o servicios que ofrecen a sus clientes, y, por lo tanto, cuántos son. La productividad es un concepto etéreo en este tipo de organizaciones.

Pero seguimos. Si conseguimos mesurar los recursos empleados, aparece el segundo problema fundamental que es ¿cómo generamos la transformación?, ¿de qué manera?, y a partir de aquí, ¿este proceso de transformación es mejorable? ¿Podemos cambiar factores, proporciones, formas de hacer, etc? En definitiva, ¿Podemos mejorar lo que hacemos? Esta es una cuestión técnica y económica, pero también es una cuestión cultural y una línea de pensamiento empresarial. En cualquier caso, siento tener que decir que no podemos invertir tiempo en debatir si esto es o no es cierto, porque mientras debatimos, alguien en el mercado ya está trabajando (y algunos de forma continua) en responder estas preguntas, y, por lo tanto, buscando mejorar su productividad para apalancar su competitividad, y, por lo tanto, su rentabilidad (la mejor fuente financiera de que una Empresa dispone...). Todo esto lo podríamos resumir en desconocimiento del propio proceso de creación del valor.

La tercera cuestión fundamental es la valoración económica de los factores y de la productividad resultante. Los factores que intervienen en el proceso de transformación tienen dos dimensiones fundamentales para su cuantificación: la primera, la cantidad que emprendemos de estos factores (dimensión técnica), y la segunda, el coste unitario del factor (dimensión económica); es decir una variable técnica de consumo y una variable económica para valorar la cantidad empleada de un factor por su coste unitario nos ofrece la medición de la inversión realizada en el proceso de transformación. Esta valoración de los factores se realiza a través de la técnica de cálculo de costes, donde existen diferentes enfoques académicos y técnicos que generan ventajas comparativas reales dependiendo del criterio que se adopte (atención con esto...). Este tema da para un artículo en si mismo. Sin embargo, indistintamente del criterio de cálculo empleado, los puedo afirmar que a partir de los diagnósticos que realizamos más de un 66% de las empresas que analizamos tienen un cálculo erróneamente o directamente, no tienen cálculo.

Las economías que se enfocan en los dos términos para medir los recursos en los procesos, el económico y el técnico, tienen una productividad más grande que las que únicamente se centran en el económico

Ahora bien, podemos obtener la misma inversión pero con combinaciones diferentes de cantidad de factores y de coste de factor. Si de una materia primera utilizamos 2 unidades de consumo con un coste unitario de 5 euros con un resultado de coste total de 10 euros, y otro proceso emplea una materia primera de 2 Euros, pero exige un consumo de 5 unidades para conseguir el mismo resultado final, el resultado del coste del proceso es también 10 euros. Aparentemente, ambos procesos tienen el mismo valor, pero su composición es netamente diferente y, por lo tanto, las causas y probabilidades de variaciones también.

De estas diferentes combinaciones se deriva un efecto muy nocivo que agravan los problemas de competitividad de nuestra economía. Para no medir de forma correcta la utilización de los recursos en los procesos, muchas actividades se orientan por el precio de los factores y no por su consumo, lo cual lleva a gestionar únicamente la dimensión económica del factor, pero no la dimensión técnica de su consumo. ¿Cuál es el problema de esta forma de actuar? Pues que la dimensión económica del recurso es un factor externo sujeto a cambios la mayoría de ellos no gestionables por la empresa, porque se originan en los mercados donde se adquieren estos recursos. Ahora bien, la dimensión técnica, es decir la cantidad de recursos necesarios a emplear es un factor mayoritariamente gestionable por la empresa, a través de las mejoras de los procesos y de los diseños productivos. Una variación del precio de los factores afectará a todas las actividades económicas, pero su impacto será diferente en cada una de ellas dependiendo del nivel de utilización de este recurso.

Por esta razón, las economías que se enfocan en los dos términos para medir los recursos en los procesos, el económico y el técnico, tienen una productividad más grande que las que únicamente se centran en el económico.

Resumiendo, encontramos una cuestión fundamental de enfoque:

  • Enfoque mayoritariamente macroeconómico de la Productividad cuando esta se produce en el nivel microeconómico. Solución: Cambiar el enfoque de la gestión del problema hacia el nivel microeconómico y que el nivel macroeconómico sea un apoyo al proceso. Hay bastante capilaridad en la microeconomía de nuestro país para avanzar en este sentido a través de diferentes canales de acceso a las actividades económicas.


Y tres problemas básicos en la productividad de las actividades económicas desde un enfoque microeconómico:

  1. Medición nula o parcial de los procesos a escala de recursos empleados cómo de resultado obtenido. Por lo tanto, falta de comprensión de la inversión de los recursos y de su productividad referida al producto o servicio obtenido y por lo tanto imposibilidad de mesurar la productividad. Solución: procesos de medición eficaces, claros y aplicables (que existen...)
  2. Falta de dominio de los procesos internos y, por lo tanto, baja capacidad de conocimiento y mejora. Por lo tanto, falta de comprensión del proceso de creación de valor. Solución: Enfoque de la actividad en los procesos y en la cultura de la autoevaluación constante y la mejora sin fin.
  3. Valoración incompleta y/o incorrecta de los factores empleados en los procesos de generación de bienes. Por lo tanto, desperdicio económico del factor de productividad técnica, intentando compensar únicamente con la productividad de carácter económico. Solución: Sistemas de valoración eficaces, claros y aplicables (que también existen y, por cierto, que hace muchos años que los emplean las empresas con un comportamiento eficaz y sostenible...)

Hay más causas, evidentemente. Pero en mi experiencia profesional, hay que resolver estas cuestiones fundamentales sin las cuales, otras cuestiones de segundo nivel, aunque se resuelvan no conseguirán mejorar sustancialmente la productividad de las empresas; y seguramente harán inútiles inversiones importantes, por ejemplo, cómo las enfocadas a la digitalización en que se corre el peligro de caer en el error, permítanme la analogía musical, de creer que el instrumento es el único que hace al músico.

Permitidme una reflexión final. ¿No les han llamado la atención alguna vez estas economías donde un titulado universitario puede multiplicar su sueldo por x veces solo por el solo hecho de coger un avión e ir a trabajar allí? Un común denominador de estas economías es que sus empresas están centradas tanto en la dimensión económica como en la técnica de los recursos empleados, lo cual genera un efecto subyacente que es una mayor capacidad adquisitiva de la población a diferencia de aquellas economías que solo se basan en la dimensión económica de los factores. Es evidente que la productividad técnica, además de ser de mayor solidez y sostenibilidad para la actividad económica (y también en su percepción de su valor) y la salud de la economía de un país, permite compensar e incluso mejorar la retribución del factor trabajo, generando mayor prosperidad en el conjunto de la economía. Por el contrario, aumentar el coste del factor trabajo, sin mejorar la productividad de su utilización, lleva indefectiblemente al empobrecimiento del conjunto, del mismo modo que lleva a la pobreza la sobreutilización del factor trabajo para perpetuar procesos ineficientes presionando la retribución del trabajo a mantenerse en niveles bajos para compensar la falta de productividad total del sistema. Por estas razones y por el bien de nuestro país y de las generaciones que nos siguen, encaramos el reto de la productividad haciendo el esfuerzo en las causas y no en los síntomas, y donde se produce la productividad real, es decir, en las empresas, donde empresarios y trabajadores generan la riqueza.

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