El mercado de trabajo está experimentando una profunda transformación, por la confluencia de diferentes factores de carácter tecnológico, económico, político y social, que piden un importante esfuerzo de adaptación de los trabajadores, las empresas, las instituciones públicas y las entidades educativas, que tenemos de facilitar a las personas las mejores herramientas para adaptarse a un mundo incierto y complejo que cambia rápidamente.
Entre los factores que están incidiendo de manera más significativa en el entorno laboral hay la transformación digital, acelerada y aumentada con la irrupción de las tecnologías como la inteligencia artificial (IA) o el blockchain, que reclaman constantemente nuevos perfiles profesionales. La digitalización crea nuevos nichos de ocupación, pero también pone en evidencia los gaps competenciales de los trabajadores y las organizaciones que será necesario cubrir, y la necesidad de repensar la complementariedad entre personas y máquinas en el lugar de trabajo. Un estudio de la OCDE, de diciembre de 2021(Artificial Intelligence and Employment), señalaba que a diferencia de cambios tecnológicos anteriores, que habían representado la automatización de tareas repetitivas y la sustitución de trabajadores de baja calificación, la IA está impactando sobre todo en puestos de trabajo de alta calificación -en áreas como ingeniería, ciencia, finanzas, servicios legales o cultura- y que son los trabajadores con las competencias digitales más desarrolladas los que mejor se adaptan a estos cambios.
Un segundo factor que está trastocando el mercado laboral son las idas y venidas del movimiento globalizador, que a raíz de la pandemia del COVID-19 y del conflicto bélico en Ucrania ha puesto en evidencia los aspectos negativos de la interdependencia comercial y energética, y ha encendido alarmas sobre los límites de la deslocalización productiva (y laboral).
Los trabajadores con las competencias digitales más desarrolladas son los que mejor se adaptan a estos cambios
El tercer aspecto a destacar, pero no menos importante, es la transición ecológica. La gestión social y económica de los recursos básicos, que se agotan, el cambio climático o la economía circular son algunos conceptos clave e interdependientes para hacer frente a la urgencia climática. Liderar esta imprescindible y profunda transformación económica, social y cultural, requiere de personas y equipos con las competencias para liderar y hacerla efectiva.
El desequilibrio territorial también es una cuestión que ha pasado a ocupar un lugar preeminente en la agenda política europea y que tiene un profundo impacto en las dinámicas del mercado laboral. Hace pocos días, en el marco de la tercera Fira Virtual d’Ocupació de la UOC, una ponencia sobre oportunidades en el mundo rural constataba que mientras los jóvenes de estas zonas marchan a estudiar fuera y no vuelven porque piensan que no podrán desarrollar la carrera por la cual se han formado, las empresas instaladas en áreas rurales tienen muchas dificultades para encontrar los perfiles técnicos que requieren, especialmente en ámbitos que asociamos con la vida urbana (ingenierías, legal, marketing o internacionalización).
Las tecnologías digitales y una formación en línea de calidad reconocida y adaptada a las necesidades de trabajadores y empresas deben ayudar a paliar esta asincronía de oferta y demanda en las zonas de menor densidad demográfica. Pero el trabajo es solo una parte de la vida de las personas, y hacen falta políticas activas para que las zonas rurales cuenten con buenos servicios de vivienda, sanitarios, educativos, sociales y culturales si queremos avanzar hacia el reequilibrio territorial.
El trabajo es solo una parte de la vida de las personas
Y finalmente, y para terminar de confeccionar un escenario complejo de retos cruzados, cada vez vivimos más años, y las tasas de natalidad no remontan. Se invierte la pirámide demográfica y eso nos lleva a alargar la vida laboral, frente un contexto de modificación constante de requerimientos profesionales.
Las recetas que en las diferentes agendas nacionales e internacionales se proponen para abordar o paliar uno o diferentes de estos factores tienen en común un elemento: la formación. Debemos ir incorporando, individualmente y organizativamente, competencias que nos permitan no solo responder mejor a las exigencias del entorno, sino también a sustanciar nuestro trabajo. Entendiendo que la transición hacia nuevos perfiles profesionales será mayoritariamente evolutiva y no disruptiva, la Unión Europea (UE) ha fijado como objetivo que en el 2030 el 60% de la ciudadanía hasta 60 años esté en formación permanente; una cifra que hoy oscila, en la mayoría de países de la UE alrededor del 15% y que evidencia el gran reto que tenemos delante.
Un reto que, tal y como decía al inicio del artículo, solo tendrá impacto si se trabaja con una perspectiva ecosistémica. Mientras cada profesional debe analizar cómo complementar sus capacidades para continuar siendo relevante, las organizaciones deben impulsar planes de carrera para evitar la obsolescencia de sus equipos y maximizar la complementariedad con las nuevas tecnologías. Por otra banda, a las instituciones públicas les corresponde diseñar políticas y estrategias que promuevan una ocupabilidad inclusiva y competitiva, y en las universidades, ofrecer una respuesta sistémica e inclusiva a esta necesidad masiva y urgente de recalificar a un nombre ingente de personas.
¡Vamos!