Empresarios o emprendedores

Se habla de empresarios y de emprendedores como si fueran dos personalidades antagónicas, con objetivos diferentes. Conviene rebatir los tópicos que sólo asignan al emprendedor la promoción de proyectos innovadores, pues el empresario también diseña estrategias transformadoras, lanza nuevos productos o servicios, y pretende más presencia en el mercado.

Se hace difícil pensar en un empresario que no tenga mentalidad de emprendedor o en una empresa que deje de ser emprendedora. Innovar, competir, adaptarse a los cambios son atributos fundamentales de las organizaciones exitosas y de sus personas.

El emprendedor tiene que detectar las oportunidades con una gran fortaleza, exenta de arrogancia, para hacer frente a los fracasos. El empresario, tenga ganancias o pérdidas, superados los años de incertidumbre inicial, asume las dificultades de la explotación del negocio y conduce los cambios que se requieren.

"Se hace difícil pensar en un empresario que no tenga mentalidad de emprendedor o en una empresa que deje de ser emprendedora"

No debería haber diferencias en la dimensión ética, en los principios y valores, en la aversión al riesgo, en el liderazgo, o en la capacidad de obtener financiación, entre un empresario y un emprendedor. Los dos comparten la voluntad de añadir valor fabricando un producto o dando el mejor servicio a sus destinatarios finales.

Según una definición clásica, la empresa está constituida por aquellos que aportan capital, trabajo y dirección. La distinguen unos objetivos compartidos, la generación de riqueza para todos los que forman parte (salarios, intereses, impuestos, ganancias para los accionistas y autofinanciación), y su actividad enfocada a dar respuesta a necesidades reales de la sociedad.

Si no genera valor, o no es útil al bien común, no será viable. Así lo han demostrado tantos proyectos de emprendedores que no han obtenido suficiente reconocimiento del mercado, y grandes organizaciones que han causado bancarrota después de haber sido exitosos.

Dejando de lado la economía social y solidaria, hay que decir que una empresa éticamente impecable sin beneficios no tiene sentido. Menos todavía lo tiene la que logra ganancias sin ningún tipo de honestidad en sus operaciones y que no merece formar parte de ningún sector.

"Una empresa éticamente impecable sin beneficios no tiene sentido"

Sin considerar aquí los que no tienen vocación de seguir adelante con la explotación de la empresa que han conseguido hacer emerger, parecen existir dos situaciones singulares en la evolución de un emprendedor después de consolidar el fruto de su esfuerzo.

Por un lado aquella en la que los accionistas no le reconocen la capacidad requerida para gestionar la empresa, caso que se acostumbra a ejemplificar con Steve Jobs, relegado de la marca que creó y a la que volvió para llevarla hasta dónde está ahora, o el más reciente del fundador de WeWork. El futuro también es incierto por una organización a través de la elección de quien mejor la puede pilotar.

Por la otra la del llamado "serial entrepeneur", con una clara motivación para empujar diferentes proyectos simultáneamente o uno detrás del otro. Algunos casos de emprendedor en serie se han identificado con el de quien resulta ser más habilidoso saltando del tren antes de que este se estampe, a pesar de que son los menos.

Dónde si se pueden encontrar diferencias es en el perfil de los inversores. La visión de quien emprende no tiene que coincidir con los criterios adoptados para decidir comprometer recursos económicos a un nuevo proyecto, basados en unas expectativas que tienen que demostrar la correspondiente viabilidad, distintos de los aplicables ante una empresa ya consolidada.

Quién aporta financiación puede diversificar su cartera incorporando negocios emergentes que tienen que hacer frente a los primeros años de incertidumbre, testando la oferta y compitiendo por un mercado indefinido, en el que cada tipología de inversor (venture capital, bussines angels, company builders, etc.) perseguirá unos resultados diferentes. Es habitual la pragmática asunción del 10% como el porcentaje de participaciones que tienen que proporcionar una alta rentabilidad y soportar el coste de las restantes quiebras.

En el caso de las startups predomina el llamado "spray and pray", expresión de origen bélico opuesta a la operativa de invertir por convicción, que tiene por objetivo estar presente en el capital de un suficiente número de proyectos esperando que alguno de ellos proporcione los frutos deseados. Una estrategia casi estadística, enfocada a operar en el marco de la incertidumbre, como si se tratara de un juego de probabilidades, de forma que cuanto más iniciativas innovadoras se tengan en cartera más posibilidades habrá que alguna de ellas cristalice en un éxito, quizás el soñado y escaso unicornio.

"Necesitamos empresarios y emprendedores que tengan fe en su idea, que perseveren en la ensambladura entre el mercado y la oferta"

En cualquier caso, sea cuál sea el entorno en que se desarrollan, necesitamos empresarios y emprendedores que tengan fe en su idea, que perseveren en el encaje entre el mercado y la oferta que proponen. Todas las empresas han tenido su instante cero, su nacimiento con pocos recursos, pero el impulso que mantuvieron permite disfrutar hoy de tantos productos y servicios que juzgamos indispensables.

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