Bodegas cooperativas centenarias, estrategia empresarial para el siglo XXI

Hacia final del siglo XIX la filoxera entró a Catalunya en forma de plaga y arrasó literalmente la viña del país. Este insecto minúsculo envió a pique el sector de forma despiadada y el mundo rural se vio trastornado e inmerso en una espectacular crisis. Casi nadie se salvó. Cambiar de cultivos (diversificar) o bien injertar las cepas enfermas con otras de inmunes (innovar) eran las estrategias que se ensayaron con buenos resultados. Había que empezar a industrializar la forma de hacer vino y había que hacerlo juntos para afrontar conjuntamente las inversiones necesarias (cooperar). De este modo nacían las cooperativas agrarias y con ellas las bodegas cooperativas (las industrias al sector del vino). Todo ello nos podría recordar un caso de estudio de Escuela de Negocios que los directivos en formación intentan resolver. Una amenaza real imparable que vemos como inicialmente impacta a Francia, proveniente de América. Esta en principio parece una oportunidad. Mientras no nos afecta directamente hay un fuerte incremento de las exportaciones de vino a los mercados afectados, y también del precio. No deja de ser un espejismo, porque finalmente caemos de cuatro pies y la filoxera, atraviesa el Pirineo y nos atrapa inexorablemente. Y, efectivamente, la estrategia para salirnos es innovar, industrializar la producción y cooperar para hacerlo posible. Sin duda un caso de éxito empresarial a principios del siglo XX.

De este modo, con la creación de las cooperativas, se construyen las bodegas para la elaboración del vino, con el estilo constructivo de la época: el modernismo. Así pues, nos encontramos, todavía en la actualidad, con más de cuarenta cooperativas centenarias y con un buen grupo de bodegas cooperativas que rondan los cien años o más. En este sentido, hay que remarcar que cuando una organización empresarial supera los cien años y todavía sobrevive quiere decir algunas cosas importantes. Por un lado, que las han visto de todos colores y que han tenido una enorme capacidad de resiliencia para superar y sobrevivir todos los sustos que han sufrido. De otro, y en el caso concreto del cooperativismo agrario, han hecho las cosas bien hechas con el papel central de las bodegas, auténticas joyas industriales del modernismo, denominados las catedrales del vino por su belleza y grandiosidad arquitectónica, que han representado a lo largo de muchos años la creación de riqueza a las comarcas rurales y el instrumento necesario porque los labradores puedan tener unas mejores rentas y mejores servicios. La cooperativa como principal motor económico de los pueblos a labrador.

Con la creación de las cooperativas, se construyen las bodegas para la elaboración del vino, con el estilo constructivo de la época: el Modernismo

El gran arquitecto por antonomasia de estas edificaciones agroindustriales fue, sin duda, el vallenc, Cèsar Martinell, discípulo de Antoni Gaudí. Una cuarentena de bodegas llevan su huella. Como siempre hubo una que fue la primera; se trata de la Bodega Cooperativa de Rocafort de Queralt (1918), a la comarca de la Conca de Barberà, conocido con el apodo de Les Tres Naus, puesto que se trata de tres edificios idénticos en forma de nave situados el uno junto al otro. Por el material utilizado ahora diríamos que se trata de una construcción sostenible. Hecho con ladrillos de barro de la tierra de la zona que se utilizan incluso para hacer los arcos que sustentan el techo. Gaudí le propone a Martinell esta arriesgada propuesta porque la madera es muy cara y escasea a raíz de la I Guerra Mundial. Una vez más, innovar para resolver las dificultades y, posteriormente, se replica la solución a las otras bodegas.

Y ahora nos encontramos en el primer cuarto del siglo XXI. Ciertamente el sector de la agroindustria ha cambiado de forma espectacular y las cooperativas han sido protagonistas de primer nivel, adaptándose, creciendo, generando alianzas para tener mayor escala y complementarse, y en algunos casos también haciendo fusiones. El objetivo es que la gente que trabaja en el campo se pueda ganar la vida y vivir en el territorio. No es nada fácil y por eso hay que encontrar cómo en el pasado -hace más de cien años con la crisis de la filoxera- nuevas respuestas a retos actuales.

Hoy la Bodega de Rocafort de Queralt forma parte de Bodegas Domenys, una de las principales cooperativas vinícolas del país. Esta cooperativa, también centenaria, es originaria de Sant Jaume Domenys, en la comarca del Baix Penedès. En los últimos años ha llevado a cabo un proceso de integración de varias cooperativas vitivinícolas. De hecho, por eso no es casual que su eslogan sea, siete pueblos y una cooperativa. Integración para lograr mayor volumen por complementariedad y para tener una escala que permita, entre otras cosas, afrontar las inversiones necesarias para pasar de manera de hacer vino a granel a hacer vino en botella con marca propia.

Roda el món i torna al Born. Hoy, como hace cien años, aprovechamos el mismo espacio, la bodega cooperativa, con el mismo objetivo

Así, las cooperativas de siete pueblos del Baix Penedès, el Alt Camp y la Conca de Barberà dan continuidad al proyecto en una sola cooperativa que recoge la historia, la trayectoria y el propósito de las siete preexistentes. Y en este contexto la Bodega de Roquefort vuelve a jugar un papel relevante para la creación de riqueza socialmente útil en el territorio como lo hizo hace ciento años; un eje clave de la actividad económica y del bienestar de las personas que habitan y los socios viticultors de la cooperativa. Y está claro que la vieja bodega modernista ya no puede ser actualmente el lugar adecuado para hacer y envejecer vinos y cavas de forma eficiente. Pero, seguro, puede dar muchas alegrías en los próximos años haciendo valer sus activos tangibles e intangibles: una catedral del vino, la primera, joya del Modernismo. Un arquitecto como Cèsar Martinell que supo encontrar respuestas arquitectónicas para las necesidades de las bodegas, y un turismo sostenible (auténticamente sostenible) que mezcla arquitectura, cultura y enología. Todo esto pensando, como siempre, en los socios, de forma que este nuevo enfoque complemente la actividad, aporte imagen, reconocimiento, recursos, y en definitiva mayor renta por los labradores. A principios del siglo XX con mejoras productivas para incrementar el precio por kilo de uva a pagar a los socios, y ahora también haciendo crecer los ingresos con nuevas actividades que finalmente repercutan también a los socios, propietarios colectivos de la cooperativa.

Roda el món i torna al Born. Hoy, como hace cien años, aprovechamos el mismo espacio, la bodega cooperativa, con el mismo objetivo, haciendo cosas diferentes (pasamos del sector agrario puro a un modelo mix agrario y de servicios). Eso sí, con los mismos valores y estrategias similares, es decir, innovando y cooperando para poder ser sostenibles y útiles a la sociedad los próximos cien años.

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