Ciutat Vella o la maldición de la centralidad

En los países pobres, pero llenos de recursos naturales, a menudo se les diagnostica la llamada "maldición de las materias primeras". Esto es una enorme riqueza del todo contraproducente por su adelanto social y económico. Una desgracia debida a varias razones, muchas de las cuales tienen que ver con sus élites dirigentes. El distrito barcelonés de Ciutat Vella podría ser enfermo de una maldición similar: la centralidad desmesurada. Lleno a rebosar de equipamientos, que empiezan por el Palau de la Generalitat, la Catedral o el Ayuntamiento, con una suma ingente de patrimonio, síntesis de la ciudad entera hasta el derribo de las murallas. Es un espacio muy denso y con reducidos espacios libres, aunque cuente con el parque de la Ciutadella y el Port, situados en un lateral y que son también equipamientos generales.

El distrito suma 109.000 habitantes y formaría parte, si fuera municipio, de los diez mayores de Catalunya, superado por la misma Barcelona y las siguientes ciudades: Hospitalet de Llobregat, Badalona, Santa Coloma de Gramenet, Tarragona, Lleida, Terrassa, Sabadell, Mataró, Girona y Reus. Aquí acaba el listado de las ciudades mayores de 100.000 habitantes. ¿Ciutat Vella cuenta con una sombra de las dotaciones locales, digamos "de barrio", cómo Girona o Reus? Hablamos de equipamientos como escuelas, institutos o un campo de fútbol popular. Recientemente, la localización de algún CAP sanitario ha sido complicada y en competencia con un Museo. Hoy en día, lo más revolucionario sería promover un plan de equipamientos locales y lograr aquello que todas las ciudades catalanas (grandes, medias y pequeñas) han conseguido: edificios nuevos, generalmente amplios y señal de la democracia municipal inaugurada hace cuarenta años.

El distrito suma 109.000 habitantes y formaría parte, si fuera municipio, de los diez mayores de Catalunya

Ciutat Vella también ha cambiado mucho, ciertamente, pero el saneamiento ha ido más por otra línea. Ha sido bombardeada de nuevos equipamientos centrales: museo, universidad, centros culturales, algún esponjamiento (Rambla del Raval) y numerosas operaciones de vivienda. La modernidad arquitectónica de las cuales es aparecer siempre con geometrías autónomas. Y el mercado de Santa Caterina es una insignia de arquitectura, pero, por el contrario, no se ostenta ninguna nueva escuela, porque no ha sido planteada esta opción. En lo que llevamos de siglo, Ciutat Vella ha incrementado un 30% su población, récord barcelonés, porque ningún otro distrito ha crecido relativamente tanto. Solo Sant Martí ha crecido algo menos en porcentaje y algo más en valor absoluto, pero, claro, ha contado con nuevas edificaciones en la línea de mar y con una mayor dimensión de distrito.

La densificación de Ciutat Vella no parece fruto de la gentrificación, sino más bien de la inmigración con pocos recursos, pero este dato no hace sino poner mayor urgencia a la demanda de las dotaciones locales mencionadas, entre las cuales también hay que considerar los espacios verdes, espacios de barrio más que de ciudad. El Ayuntamiento quiere conectar la Ciutadella con el mar, pero no ha pensado en hacer del Moll de la Fusta un espacio de proximidad. Igualmente, más obsesionado por las superislas del Eixample, el gran campo de batalla ideológico del urbanismo, el consistorio ignora que el Passeig del Marquès de l’Argenteria va sobrado de asfalto y carecido de verde, en un modelo que, si al menos copiara el paseo de Sant Joan, estos cien mil habitantes disfrutarían de tierra blanda, verde y de una naturalidad completamente ausente. Pero el frente de batalla está mucho más arriba, ahora en Consell de Cent. Cuando se prevé densificar un barrio o una ciudad, la ley de urbanismo enciende una alerta de que hay que incrementar dotaciones locales y espacios verdes. Aquí cómo qué densificación no son más viviendas, sino más gente, no se ha encendido ninguna alerta y no se ha tramitado ningún plan, porque aquello que ha crecido ha sido el padrón, pero el problema es idénticamente grave.

Cuando se prevé densificar un barrio o una ciudad, la ley de urbanismo enciende una alerta de que hay que incrementar dotaciones locales y espacios verdes

No solamente el urbanismo oficial hace discurso de más parques de la Ciutadella, de más dotaciones científicas, sino también ha celebrado colocar la nueva biblioteca provincial junto a la Estació de França. Cuando iba al Born, no parecía, como ahora tampoco, que quizás la prioridad podría haber sido, por ejemplo, un centro educativo público como tantos centenares se han hecho en Catalunya: luminoso, espacioso y lugar de convivencia vecinal. Pues no, se prevé una modernidad bibliotecaria tan lucida que todavía se desconoce su programa, en un distrito que cuenta con numerosas de especializadas, pero ninguna de las que la Diputación ha ido promoviendo: lugares de estudio, lectura y de convivencia de varias generaciones. La biblioteca provincial, situada, por ejemplo, y porque no, en Manresa, Granollers o Rubí, les resolvería la vida, celebrarían un equipamiento central que aquí no será más que un nuevo signo del centralismo banal, pero maligno.

La operación de biblioteca provincial única, en una provincia que equivale a una docena de los estándares españoles, no deja de ser un despropósito, porque podrían ser doce. Y el caso ahora se reproduce en un solar a tocar de la Ciutadella: ¿Audiencia provincial o equipamiento y verde de barrio? Ahora el vecindario se ha movilizado y la pregunta es: ¿Algún político en campaña municipal entendió la maldición de la centralidad que aguanta Ciutat Vella?
¿Algún candidato se escapó de la disputa de las superislas para poner el dedo en la llaga de una Ciutat (Vella) sin horizonte?

No solamente el urbanismo oficial hace discurso de más parques de la Ciutadella, de más dotaciones científicas, sino también ha celebrado colocar la nueva biblioteca provincial junto a la Estació de França

La maldición de la centralidad, también aquí tiene que ver con las élites dirigentes. El principio de subsidiariedad indica que se tiene derecho a asumir aquellas competencias de administraciones superiores, si tienes capacidad o población suficiente, pero aquí reina el principio inverso: todas las grandes centralidades, pero ninguno de los derechos locales y de barrio. La inversión de la subsidiariedad. Cabeza hinchada y pies pequeños. ¿Repetimos, algún candidato municipal entendió la maldición de la centralidad? ¿Y, políticamente libre, ejecutará un plan con escuela, instituto, plaza, CAP, campo de fútbol, polideportivo y piscina pública? Con más barrio y menos centro. ¿Alguien apuntará Ciutat Vella a la utopía de la vida cotidiana que reina y ha avanzado en toda Catalunya con la democracia municipal?

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