Déjà vu

No solo somos las personas las que hemos cambiado. Todo ha cambiado. El mundo ha cambiado. Desde los coches, barcos y trenes, que más allá de los sistemas de combustión han modificado también su estética y usabilidad, hasta la gastronomía y los paladares, que han pasado de cocinarlo todo a fuego lento, con productos de temporada y tradicionales picadas de almendras, pan y avellanas tostadas, a elegir recetas rápidas y sencillas, mezclas de ingredientes de todo el mundo que satisfacen un creciente consumismo caprichoso. Ha cambiado incluso cómo nos comunicamos, de las cartas escritas a mano y el sabor amargo del sello en el paladar, a los breves mensajes de voz que han situado la caligrafía en un estatus de artesanía anclada en tiempos pasados.

Todo ha cambiado. ¿Afortunadamente? ¿Tristemente? ¿Inevitablemente?

El desarrollo urbanístico de las ciudades, centrífugo y centrípeto al mismo tiempo, especialmente desde principios del siglo XX, ha ido transformando de raíz muchos barrios históricos y populares, no solo en relación con su aspecto, sino también en la naturaleza de las actividades socioeconómicas. Cada vez más, las ciudades se configuran a partir de un esquema comercial y cultural para el consumo de masas, cuya similitud aumenta, sea como sea y sea cual sea el país o la localidad.

 

"Bares, panaderías, farmacias, sastrerías, librerías, droguerías o tiendas de comestibles son algunos de los muchos ejemplos de comercios tradicionales que han cerrado las puertas en los últimos meses"

Hoy que tenemos la oportunidad de viajar, atravesar fronteras y conocer el mundo, crece la sensación generalizada de que en todas partes encontramos los mismos cafés, las mismas tiendas, los mismos espacios públicos. Pero no, no se trata de una sensación, es una realidad palpable e imparable. Las ciudades siempre han estado íntimamente relacionadas con los intercambios comerciales. Y lo que ocurre hoy es que los mercados son globales y la gentrificación es una estrategia global.

Barcelona, al igual que otras ciudades europeas o de todo el mundo, está sometida a dinámicas de gentrificación intensas en algunos de sus barrios más emblemáticos. Y no se trata de algo banal. La gentrificación es un proceso complejo y polémico, traumático para la población que se ve forzada a desplazarse, y en el que no solo intervienen las fuerzas predominantes del mercado global, sino que también se ve impulsado y favorecido por las políticas de regeneración urbana. La gentrificación ha afectado y afecta especialmente a los espacios centrales, donde las posibilidades de rentabilidad son más altas, y provoca la sustitución de residentes de rentas bajas por otros de rentas más altas y del pequeño comercio tradicional por actividades económicas de mayor valor añadido.

Me atrevería a decir que en términos generales, los proyectos de mejora urbanística han tenido y tienen efectos positivos, pero no negaré que también tienen otros adversos. Establecimientos históricos de Barcelona han cerrado por la falta de relevo o por el precio excesivo del alquiler. Bares, panaderías, farmacias, sastrerías, librerías, droguerías o tiendas de comestibles son algunos de los muchos ejemplos de comercios tradicionales que han cerrado las puertas en los últimos meses. La falta de reemplazo generacional es uno de los obstáculos para muchos de los establecimientos de la capital catalana. Oficios de toda la vida que se pierden, nuevas generaciones con preferencias totalmente diferentes y más alternativas laborales son algunos de los motivos que llevan al hecho de que los negocios cada vez menos pasen de padres a hijos. Y es ante este escenario cuando las ciudades se reconfiguran como pequeñas piezas fabricadas en serie. Las grandes marcas internacionales engullen las calles y las estandarizan. El secuestro de los locales comerciales de los núcleos urbanos por parte de cadenas comerciales globales modifica la imagen de los barrios antiguos de las ciudades, que originalmente expresaban la identidad local, haciendo que se asimilen peligrosamente entre sí. Paseen por el Carrer Portal de l'Àngel de Barcelona, por la Calle de Preciados de Madrid o por la Gran Vía de la ciudad de Bilbao. En todas ellas encontraremos un Zara, un McDonalds, una Nike, un Decathlon, un Apple, un Starbucks o un Vodafone. Un déjà vu. Y es que a pesar de que nos separan decenas, cientos, miles de kilómetros, hoy todos vivimos rodeados de lo mismo, los mismos colores, los mismos olores, vestimos igual y comemos igual.

 

"Oficios de toda la vida que se pierden, nuevas generaciones con preferencias totalmente diferentes y más alternativas laborales son algunos de los motivos que llevan al hecho de que los negocios cada vez menos pasen de padres a hijos"

Uno de los grandes atractivos de las grandes ciudades es, precisamente, su diversidad. Cada subcentro tiene sus propias fitas urbanas: monumentos, edificios singulares, islas atípicas, pasajes con personalidad propia. Y el hecho de que todo comience a parecerse cada vez más deja de ser únicamente un problema estético.

Precisamente hace justo un año, los investigadores Adrienne Grêt-Regamey y Marcelo Galleguillos-Torres publicaron un artículo en la revista Nature donde aseguraban que la homogeneización urbana reducía los vínculos afectivos de las personas con los lugares y, en última instancia, sus intenciones de comprometerse con el barrio en el que residían.

Las ciudades y muchos pueblos se han convertido en parques temáticos diseñados para la atracción de turistas. Ya no son lugares donde apreciar algo auténtico y único, aunque no nos guste. Y a pesar de que las ciudades buscan identidades diferentes que las alejen de la uniformidad, proliferan paisajes similares y una arquitectura unificada hecha de acero y vidrio, en la que las viviendas, las oficinas y las tiendas son prácticamente idénticas, por no decir del todo.

Més info: El apogeo de las ciudades inteligentes apunta hacia 'una nueva era urbana'

¿De quién es la culpa? Indiscutiblemente nuestra. No nos gusta lo que vemos, pero al mismo tiempo lo buscamos y lo anhelamos. Un consumismo que nos hace acríticos y nos hace vivir en una jaula de hámster, haciendo correr la rueda hoy, mañana y la semana siguiente. Déjà vu.

Més informació
Ciudades inteligentes, ciudades de futuro y una oportunidad para Catalunya
Girona, una joya oculta entre las mejores 25 ciudades del mundo
Barcelona es una de las ciudades más atractivas para el talento emprendedor
Hoy Destacamos
Lo más leido