El empresa social, fuente de recursos y diversidad

A menudo los catalanes hemos sacado pecho de la sociedad civil. En pocos lugares del mundo, como en Catalunya, el dinamismo de la gente ha generado tantas entidades en forma de asociaciones, cooperativas, clubes, fundaciones, grupos, mutuas, círculos, etc... Han canalizado los anhelos culturales, deportivos, ocio o de ayuda al prójimo. Todas estas entidades tienen en común la voluntad de hacer un mundo mejor que significa crear más oportunidades para la gente de su entorno.

Los ejemplos más conocidos los tenemos en las mutuas y algunas fundaciones, que han asistido a muchas personas en el ámbito sanitario y sociosanitario mucho antes de que lo hiciera la administración pública. En los clubs de deporte, algunos ya centenarios, que han dado salida a los anhelos de esparcimiento a muchas generaciones en disciplinas deportivas muy variadas. Y en las decenas de fundaciones que han afanado durante años por asistir a colectivos en riesgo de exclusión. Sin lugar a duda, Catalunya hoy en día no sería lo que es sin todas estas instituciones y las personas que han estado detrás. Fuentes de diversidad, iniciativa y cohesión social.

Aunque es cierto que estas iniciativas sociales tuvieron su protagonismo durante los grandes procesos de industrialización y concentración urbana de los siglos XIX y XX, la inercia se ha mantenido. Sin embargo, la eclosión del Estado Social y de Derecho en la segunda mitad del siglo XX modificó el paisaje. En Catalunya de forma muy concreta con la Constitución del 78 y el restablecimiento de la Generalitat, como administración más cercana. Desde entonces la recaudación de impuestos de forma masiva con criterios de progresividad con el objetivo básico de dotar a la sociedad de infraestructuras sociales para evitar la exclusión social y la marginalidad como mejor criterio de redistribución de la riqueza, ha complementado o sustituido parcialmente algunas de las iniciativas sociales. Hoy, la administración pública se ha constituido como primer proveedor de la sanidad, la educación y la asistencia social. Lo que es considerado, en términos generales, un gran logro del que estamos orgullosos. En términos históricos nunca se había alcanzado un nivel de cobertura social como el actual. El éxito ha sido tan grande y, el protagonismo de la administración pública tan obvio, que hemos pasado de felicitarnos por todas las mejoras sociales que se han logrado de la mano de la administración, a culpar a la propia administración pública de lo que todavía no tenemos. Una paradoja que hace pensar.

Sin lugar a dudas, Catalunya hoy en día no sería lo que es sin todas estas instituciones y las personas que han estado detrás. Fuentes de diversidad, iniciativa y cohesión social

Desde la crisis de 2008, se ha ido haciendo evidente que se ha tocado techo. En términos proporcionales a nuestra población y a nuestra riqueza, ya no puede crecerse más en impuestos, y en consecuencia no podemos esperar avances espectaculares en cobertura sociales desde la administración pública.

Incluso, en el escenario utópico de una gestión pública óptima, nunca se llegará a todas partes donde es necesario. Es necesario reconocer que siempre habrá un límite para el dinero público. Los impuestos no pueden seguir creciendo sin estrangular la economía y los fondos europeos tienen fecha de caducidad.

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Llegados a este punto, debemos recordar nuestro ancestral dinamismo social. Tal vez adormecido por lo que puede haber sido el dinero “fácil” recibido de la administración pública. Es necesario generar nuevos ingresos que se complementen con los que vienen de la administración. Y la única vía para ello es, la empresa social. Entidades que a través de una actividad económica generan sus propios ingresos para poder realizar sus objetivos sociales.

En términos históricos nunca se había alcanzado un nivel de cobertura social como el actual. El éxito ha sido tan grande y, el protagonismo de la administración pública tan obvio

Además, la empresa social, como hemos visto a lo largo de la historia, aporta diversidad e iniciativa. Una receta especialmente necesaria en momentos en que la administración pública avanza de forma inexorable hacia modelos monolíticos que cada vez permiten menos grados de libertad. Desafortunadamente, se ha confundido la necesidad de la administración por ser eficiente, con un control exhaustivo de cada euro gastado. Es la virtud de los mediocres; cumplir con el proceso obviando los objetivos. Lo que sumado con unas leyes de la función pública heredadas de un Estado autoritario en el que el valor principal era el control, hacen una mezcla explosiva.

Cada vez, los grados de libertad que da el dinero público son menores y es necesario hacer las cosas exactamente como se han definido en reglamentos exhaustivos. Como el cual es más importante que el resultado, preferimos pagar a funcionarios que controlen en lugar de funcionarios que piensen y evalúen. En definitiva, preferimos no correr riesgos ni innovar haciendo cosas distintas. Un ejemplo muy significativo. A finales de los años setenta, teníamos en Catalunya una pléyade de escuelas privadas de mucha diversidad. La implantación del concierto escolar que sin lugar a dudas ha dado viabilidad económica a casi todas las escuelas, poco a poco ha supuesto la homogeneización del sistema y cada vez más la escuela concertada se acerca a un modelo de franquicia subcontratada sin espacio por la innovación ni la diversidad.

Ante todo esto, la empresa social, como siempre ha hecho, aporta diversidad e iniciativa. Es capaz de asumir riesgos y descubrir nuevos caminos porque goza de la flexibilidad y proximidad necesaria para una sociedad muy cambiante.

En resumen. Vivimos en un país que cuenta con una sociedad civil cuya tradición es contrastada. El impacto de la administración pública en los últimos cuarenta años ha reforzado e incluso superado a las entidades emanadas de la misma sociedad hasta el punto de que las puede haber aviciado en su capacidad para generar recursos y diluido en su diversidad e iniciativa. Pero ahora, que ya no queda mucho recorrido más por la administración pública, vuelve a ser hora de reforzar y reinventar, si es necesario, la empresa social. En todo caso sí es hora de darle visibilidad y reconocer su papel esencial en las tareas asistenciales, sanitarias, educativas, de esparcimiento y cultural.

Preferimos pagar a funcionarios que controlen en lugar de funcionarios que piensen y evalúen

¿A qué me refiero cuando hablo de reforzar y reconocer? Básicamente a dos cosas, complicidad y compromiso. Complicidad del ciudadano consciente de que toma decisiones de compra para apoyar a estas empresas y compromiso de las propias empresas para exhibir un gobierno bueno y transparente, una gestión eficaz y unos buenos productos que justifiquen la confianza del consumidor-ciudadano. Nada menos.

La buena noticia es que no es necesario pedir dinero a la administración. A la administración y, quizás aún más a los partidos políticos, sólo hay que pedirles que visualicen siempre a la empresa social como un aliado y no como un rival, que no le estigmaticen y que aprendan a colaborar con ella sacar conjuntamente una mejor cobertura social. Al fin y al cabo, tanto unos como otros están al servicio de los ciudadanos.

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