Durante los días en que se votó la independencia y en los posteriores, se produjo la mudanza de una serie de empresas fuera de Catalunya. Ahora, desde el ámbito político, se propone que regresen. Algunos apuestan por el estímulo y la subvención, mientras que otros proponen multas. ¿Qué es mejor? El tema no tiene una solución clara porque todo se produce en un entorno inverosímil y grotesco. Cualquier solución puede ser buena... o mala. Porque no nos movemos bajo parámetros lógicos y comparables. Intentaré explicarme.
En febrero de 2003, debido a la oposición francesa a participar en la guerra de Irak, ciertos ciudadanos y organizaciones de los Estados Unidos promovieron el boicot a los productos franceses. En el punto álgido de la locura, algunos estadounidenses llegaron a proponer cambiar el nombre de los restaurantes que anunciaban las patatas fritas como frites -que es como se denominan popularmente en Francia-. El sector vinícola fue el más afectado. El boicot causó mucho daño, ya que Francia fue percibida como aliada del enemigo -Francia vetó una de las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU-. El tema, por lo tanto, era importante. La reacción de los productores franceses no se hizo esperar: se unieron al entonces presidente Jacques Chirac.
Cuando un hecho similar -un boicot, quiero decir, pero a gran escala- ha tenido lugar entre nosotros, siempre han liderado la respuesta aquellos que tendían a excusarse o a lamer la mano de los que proponían el boicot. Con esto quiero decir que la facilidad de los catalanes para ponernos a cuatro patas cuando se trata de negocios es poco comparable internacionalmente. Lo que hizo el sector del cava en su día, frente al boicot, se entendió en nuestro país como el comportamiento lógico de unos pragmáticos. En Francia se habría entendido como la reacción de unos renegados. Este es un aspecto a tener en cuenta.
"En 2020, el grupo canadiense Alimentation Couche-Tard Inc. se propuso adquirir Carrefour por 20.000 millones de dólares"
Continuemos con Francia. En 2020, el grupo canadiense Alimentation Couche-Tard Inc. se propuso adquirir Carrefour por 20.000 millones de dólares. Lo dejó correr debido a las presiones del presidente Macron, que no quería que el buque insignia francés de la distribución pasara a manos extranjeras. Y ahora volvemos la vista hacia España. ¿No recordamos las maniobras del gobierno español para evitar que Ferrovial trasladara su sede a los Países Bajos?
Cuando un hecho similar tiene lugar en Catalunya, la impotencia es evidente, ya que el regulador de todo esto -el que premia y el que castiga- no es catalán. Está situado en Madrid. Este es otro factor a tener en cuenta que se combina, y forma un entramado, con el pragmatismo a cuatro patas que antes mencionaba. Los gobiernos del estado-nación pueden amenazar. El nuestro solo puede renegar, si quiere -que tampoco lo hace cuando toca-.
"Ayuntamiento nuevo, Cámara de Comercio nueva; vida, la de siempre"
Quiero, por lo tanto, poner de manifiesto la situación poliédrica del problema de la marcha de empresas catalanas que tuvo lugar en 2017. Resulta estrambótica e ininteligible para cualquier forastero. Promovida por una legislación española utilizando a Felipe VI -vergüenza de las vergüenzas entre el linaje de condes de Barcelona- como comercial en jefe y, todo ello, acelerado por la habitual actitud botiflera que los catalanes llevamos en la sangre cuando se trata de dinero. Todo junto nos lleva a situaciones absolutamente indescifrables, de difícil, si no imposible, solución. Lo que hace que nuestros aliados, al cabo de un tiempo y de amargas experiencias, acaben abandonándonos con las manos en la cabeza.
¿Quieren un ejemplo de lo que quiero decir y que, en otros lugares, causaría estupor? En 2015, el señor Jordi Clos trasladó la sede de sus negocios hoteleros a Madrid. En octubre del año pasado lo nombraron presidente de Turismo de Barcelona. Ayuntamiento nuevo, Cámara de Comercio nueva; vida, la de siempre. No comments.