Entablarnos

Hace unos meses escribía sobre mis amigos y la importancia de la tribu. Hoy vuelvo a pensar en ello desde Barcelona, a punto de irme de nuevo. Es muy probable que cuando este artículo se publique yo haga semanas que vuelva a estar en Ámsterdam, o quizás ya haya vuelto por casa. Con estas vidas inevitablemente posmodernas que vivimos nunca sabes dónde estarás ni qué tendrás que hacer mañana.

Estos días me he dado cuenta de que la forma en que quiero a las personas que forman parte de mi núcleo duro depende esencialmente del lugar donde me encuentro. En casa, en Girona, comemos juntas. En Barcelona tomamos cafés y rompemos la rutina para encontrar un momento para vernos. En Ámsterdam cocinamos cenas pronto para seguir trabajando por la noche. En Ciudad del Cabo subíamos montañas y en Finlandia teníamos largas conversaciones en las saunas rodeadas por la nieve. La manera de amar y encontrar tiempo para pasar con la tribu depende radicalmente de dónde estoy, pero hay una manera de sentirte en casa que sólo encuentro con quienes comparto referencias contextuales.

"Estos días me he dado cuenta de que la forma en que quiero a las personas que forman parte de mi núcleo duro depende esencialmente del lugar donde me encuentro"

En casa tenemos dos mesas grandes, una dentro y otra fuera. Son mesas que se pueden hacer más grandes según las personas que le rodean, y siempre terminamos poniendo más sillas de las previstas. De mis padres he aprendido que la mesa nunca es suficientemente grande, y que siempre puede haber dos invitados de última hora que necesiten un hueco y hagan que tengamos que apretarnos. Tener que apretarse en una mesa grande es una de las mejores sensaciones del mundo. A veces, cuando estoy lejos de casa, también organizo fiestas en nuestro pequeño apartamento. La mesa no es grande, pero es redonda, y permite cierta flexibilidad. Además, como aquí la gente no es de entablarse, siempre acabamos de pie y sentadas en las butacas de fuera o compartiendo sillas por turnos. Da igual, al final, si la mesa es de madera maciza o del IKEA; lo más importante es que haya comida en medio y personas en los alrededores.

Se podrían escribir siglos y siglos de historia sólo considerando las cosas que se han conseguido en torno a una mesa. Pero también se podrían dedicar miles de versos a la felicidad que conlleva juntar a tus personas queridas en torno a un pedazo de madera. Mi momento preferido es cuando los distintos miembros no se conocen y se acaban haciéndose amigas. No entiendo a las personas que son celosas con sus amistades. No soy para nada una persona de relaciones abiertas, pero soy muy partidaria de las amistades compartidas. De hecho, me cuesta comprender una amistad restringida o limitada que no puede ir más allá de la relación inicial. Los amigos son como los juguetes; si no los compartes, el juego pierde toda la gracia. En el amor, claro, ya es otra cosa.

"Mi momento preferido es cuando los diferentes miembros no se conocen y se acaban haciendo amigas. No entiendo las personas que son celosas con sus amistades"

Entablarse es algo muy mediterráneo. Y sentirse mediterránea fuera de casa es francamente sencillo. No sólo los horarios, la forma en que cocinamos y el retraso considerable que tenemos para llegar a los diferentes lugares son marca de la casa, sino que hay una especie de complicidad entre aquellos que echamos de menos los rayos de sol, los gritos en las terrazas y el olor de la cocina de nuestras abuelas. Se ve que ,según Josep Pla, señor solemne que me acompaña desde la infancia desde los estantes y explicaciones del abuelo, en el mundo hay dos grandes gastronomías: hay cocina de mantequilla y hay cocina de aceite. Yo eso no lo sabía, me lo contó Joan el otro día y me hizo mucha gracia. Pues bien, creo que con las mesas ocurre lo mismo. Y nosotros, seamos mediterráneos, catalanes, jóvenes o vividores, claro está, somos de entablarnos.

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