La esquela más inquietante que leerás hoy

Se está muriendo. Se observa una infección que está afectando a los órganos vitales. Se está muriendo y no parece que haya manera de revitalizarla. Ni tampoco un verdadero interés, admitámoslo: entre todos -la paciente y la familia- se ha llegado a aquel tipo de aletargamento de la inercia, aquel dolce far niente de una vigilia adormilada donde todo asusta.

Ella, la protagonista de esta agonía, no es ya del todo consciente. Más bien le da la impresión de que no tiene ningún problema en especial: quien no tiene un ajo tiene una cebolla, que dicen, y esto seguro que no pasará de un resfriado. Hace planes, se mueve de aquí para allá con una despreocupación tal que parece narcotitada. Pero sus amigos más bien informados la ven tocada y sufren. Para cuando se muera, si finalmente se muere, estos amigos ya han pensado qué dirán en la esquela que publicarán: "sigue viva en nuestros corazones".

Con "ella" me estoy refiriendo a la democracia liberal, tal como lo hemos entendido hasta ahora. Que, en efecto, está muriendo en la nube. Y uno de estos amigos suyos bien informados a los cuales también me refería es Josep M. Ganyet, que explica cómo lo ve, en el libro que acaba de publicar La Magrana: "La democracia muere en la nube". Ganyet fue víctima de espionaje en el asunto Catalangate, y además de ingeniero informático y articulista en VIA Empresa tiene una larga trayectoria como usuario, trabajador y divulgador de esto de los bits.

El título de su libro podría parecer alarmista, pero no lo es. Es la realidad que se explica, lo que es alarmante. Aborda el desafío que plantea la nueva era del capitalismo -el capitalismo de la vigilancia- sobre los ingredientes que hacen posible el contexto necesario para desarrollar los procesos democráticos: derecho a la información, libertad de expresión, derecho a la intimidad, presunción de inocencia, igualdad ante la ley, y el resto de compañeros habituales.

Para saber qué está pasando, el exceso de información es tan problemático como el exceso de estimulación de las emociones

No os haré spoiler: leedlo vosotros mismos y tomad vuestras propias conclusiones. Una de las conclusiones que he sacado, de la lectura, tiene que ver con la dificultad de explicar el alcance de este problema de forma entendedora y en su justa medida. Hay mucho ruido, demasiado.

Porque, en general, para saber qué está pasando, el exceso de información es tan problemático como el exceso de estimulación de las emociones. Y lo que nos encontramos ahora como hábito de consumo de información más popular es la combinación de los dos factores: hay demasiada información circulante, información planteada de tal manera que estimula excesivamente las emociones. Abundan los discursos alarmistas, conspiranoicos y milenarios que consiguen desinformar todavía más a los que sospechan que algo no está funcionando. Y, por el contrario, hay el enorme magnetismo de los obsesionados en estar a la última que no activan la capacidad crítica ante ninguna novedad. El libro de Ganyet es el ejemplo del punto de equilibrio: una reflexión entendedora, rigurosa en el diagnóstico, serena en la descripción de los pros y contras, sin ingenuidades ni voluntad del poner el miedo en el cuerpo de nadie, pero contundente.

Tenemos unas empresas tecnológicas que han acabado sabiendo más de nosotros que nosotros mismos, gracias al rastro digital que dejamos, un conocimiento que han convertido en un producto extremadamente valioso para el mercado. Estas empresas son las mismas que posibilitan nuestro acceso a la información, una información que necesitamos para tomar las decisiones en democracia. Unas empresas que, además, tienen en la cartera de clientes nuestros propios estados, a los cuales proveen de la tecnología que necesitan para servirnos, tecnología que les puede ser útil también servirse, de nosotros. Los intereses particulares de estos y de aquellas, de estados y de empresas, son concretos y crecientes: la tecnología ha disparado una nueva conquista del Oeste, donde el afán de riquezas y de control está erosionando sistemáticamente y de manera silenciosa los mecanismos básicos del edificio democrático.

Tenemos unas empresas tecnológicas que han acabado sabiendo más de nosotros que nosotros mismos

Desde el punto de vista práctico, para estos nuevos tecno-conquistadores los ciudadanos son primariamente el subproducto que les permite aumentar su fortuna.

¿Y la democracia? Vease que estos no quieran reducirla, al final, a una ficción. A un relato falso, pero que una gran masa de ciudadanos sobreinformados y sobreestimulados creen real: "que la democracia viva en vuestros corazones, que en la nube ya mandamos nosotros".

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