Barcelona Smart city: un mundo feliz en el ciberespacio de 1984

Erasmo de Roterdam nos dice que "Eduquemos a las criaturas bien pronto en las letras", Elon Musk que en nuestras smart cities sólo circularán coches autoconducidos y Josmar que todo ello es super-fuerte. Los tres filósofos tienen razón.

A la palabra smart city le está empezando a pasar el mismo que a ciberespacio: todo el mundo la usaba cuando no entendíamos muy bien el significado y ahora que sabemos de que va ha caído en desuso. Auguro que cuando las ciudades sean verdaderamente inteligentes, el término smart city nos hará tanta gracia como por ejemplo nos hace ciberespacio.

"Auguro que cuando las ciudades sean verdaderamente inteligentes, el término smart city nos hará tanta gracia como por ejemplo nos hace ciberespacio"

Según diferentes clasificaciones y análisis Barcelona es una ciudad inteligente, de las más inteligentes del mundo o la más inteligente según el informe leemos o nuestro nivel de autoamor. Está claro que si por trabajo viajáis con cercanías, entráis cada día por las rondas o cogéis aviones os costará de creer. A la hora de cuantificar como de inteligente es una ciudad los estudios evalúan aspectos como la densidad de red Wifi pública, el nivel de conectividad y la eficiencia del alumbrado público, la de los sistemas de eliminación de residuos y el nivel de ruido de los camiones, las emisiones de la red de autobuses, la red de sensores de ruido y calidad del aire, las redes de movilidad de último kilómetro como el Bicing y el número de acontecimientos tecnológicos relevantes entre otros parámetros. Y parece que Barcelona está bien en todos estos indicadores.

Pero hay un elefante en la ciudad, uno que no sale en cabeza de estos informes y que a parecer mío es la clave de vuelta de todo: el del coche conectado autónomo. No hay que entrar demasiado en las ventajas para la movilidad y para la salud de las personas que tendría una Barcelona donde sólo circularan coches autoconducidos. Tampoco hay que mencionar los beneficios económicos que una transformación de tal envergadura comportaría. Me quedaré con el debate filosófico, ético y social que plantea una ciudad de verdad inteligente llena de vehículos autoconducidos.

Un vehículo autoconducido es un robot inteligente en el sentido estricto del término: tiene conocimiento de su entorno que es capaz de alterar con las decisiones no supervisadas. La muchedumbre de sensores, cámaras, láseres, lidars, GPS, giroscopios, conexiones 4G o 5G con el que están equipados los vehículos autoconducidos son los sentidos que los permite de conocer su entorno, un entorno complejo, cambiante y sobre todo imprevisible.

La representación espaciotemporal del mundo que los rodea tiene que tener suficiente resolución para que los permita tomar decisiones de vida o muerto en microsegundos. Dicho de otra manera, un vehículo de este tipo tiene un mapa de su entorno y una capacidad de predecir lo que pasará que no tiene nadie más en aquel momento y lugar. Ahora sumad el resto de vehículos, multiplicadlo por sus capacidades sensoriales y computacionales y elevadlo al número de conexiones posibles que pueden hacer entre ellos para intercambiarse información y conocimiento del mundo.

No hay que ser Kant para ver que pasada la obsesión por el término smart city el debate ya no es tecnológico, ni económico sino filosófico. Si le pedís a un tecnólogo, os responderá que si es tecnológicamente posible, se tiene que hacer. Si le preguntáis a un economista, os dirá que si es rentable se tiene que hacer. Si le preguntáis a un filósofo, no os responderá sino que será él quien os haga la pregunta. Y la pregunta que nos tenemos que hacer ante cualquier cambio tecnológico es "a cambio de qué?". La tecnología no da nunca nada gratis (un debate que ya viene de Aristóteles).

"En una sociedad postdigital nosotros seremos (todavía más) parte del gran procesador de información que es la ciudad inteligente"

A cambio de qué tendremos una ciudad inteligente de verdad? Dicho rápidamente, a cambio de todo. A la sociedad industrial, para beneficiarnos de los servicios comunes y de las economías de escala de las ciudades tuvimos que renunciar a buena parte de nuestra intimidad. En la sociedad digital, para disfrutar de acceso a información en el momento, geolocalitzada y personalizada hemos renunciado a nuestros datos; a la poca intimidad que nos quedaba. En una sociedad postdigital nosotros seremos (todavía más) parte del gran procesador de información que es la ciudad inteligente.

La información que los miles de vehículos autoconducidos tendrán de nosotros —dónde somos, quién somos, qué hagamos y que haremos— y el conocimiento que de todos estos datos se pueda extraer hacen que la smart city (el concepto) sea un tema de más interés ético y filosófico que tecnológico y económico. Si no nos hacemos las preguntas correctas ahora que tocan la única pregunta que podremos responder será si queremos Un mundo feliz o 1984?

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