El examinador examinado

Si hablamos de codificación y compresión de la información, los nombres que me vienen a la cabeza son Solomonoff, Huffmann, Diffie y Gómez. Quizás no os suenan mucho, pero cuando enviáis un correo, cuando navegáis por internet, cuando sacáis una fotografía o cuando descomprimís un .zip estáis utilizando algún algoritmo de los tres primeros. El último, en cambio, no os debe sonar tanto a pesar de que todos hemos conocido a más de uno. Gómez* era el que hacía las mejores chuletas de la clase cuando yo iba a E.G.B. (sí, estoy vacunado). Recuerdo haber hecho alguna, de aquellas que se enrollaban en el boli Bic, o se ponían en el pliegue de la bata. Me viene a la cabeza una de naturales de sexto que finalmente no saqué; 1) no tenía demasiado habilidad, 2) cuando la había escrito ya me lo había aprendido, cosa que 3) hacía que el riesgo/beneficio tendiera a infinito.

Hoy, todos los estudiantes son Gómez 2.0. Los campus ya hace dos décadas que se virtualizaron; todas las escuelas, institutos, facultades y centros de enseñanza tienen su aula virtual, los más militantes de código abierto, la gran mayoría de Google. Los apuntes, libros, ejercicios, material complementario —que cada vez pasa más por Youtube, también de Google— ya hace años que son 100% digitales. Los tests de autoevaluación, también.

Pero el switch virtual que hicimos todos los que nos dedicamos a la docencia nos ha obligado a ir a todos algo más allá, hasta llegar a los exámenes. Exámenes en línea y desatendidos. ¿Cómo podemos garantizar que el proceso de evaluación sea riguroso en un entorno 100% virtual? Es una pregunta epistemológica casi metafísica que no tiene una fácil respuesta. Cuando la evaluación es continuada y se hace por trabajos, el profesor siempre se ha encontrado con la imposiblidad de verificar la autoría de aquello que está evaluando. Las universidades adoptaron hace tiempos herramientas de validación como Turnitin, que verifican si aquello que el alumno somete a evaluación es original o un simple "copiar y pegar" de Wikipedia o de publicaciones de terceros. Aún así, un alumno avispado sabe cómo refrasear el texto o pasarlo un par de veces por Google Translate. Repasar el contenido traducido automáticamente para humanizarlo también es estudiar; el equivalente de hacer la chuleta y acabar aprendiendo el contenido.

¿Cómo podemos garantizar que el proceso de evaluación sea riguroso en un entorno 100% virtual? Es una pregunta epistemológica casi metafísica que no tiene una fácil respuesta

Habíamos aprendido a convivir con esta incertidumbre en la evaluación hasta que la covid-19 nos obligó a hacer exámenes en remoto a estudiantes que estaban en su casa y a quienes no habíamos visto nunca la cara. Después de más de 20 años de no hacer exámenes a mis alumnos (evalúo contribuciones a la Wikipedia en una asignatura y a Youtube en la otra), el hecho de preparar un examen no presencial se me hizo bola. Cuando el alumno hace el examen, tiene los apuntes delante y todo internet detrás de los apuntes. Esto incluye la Wikipedia, libros y PDFs de lectura recomendada en digital —buscables fácilmente— y el chat de Whatsapp, Telegram o Discord con toda la clase. Esto obliga al profesor a plantear un examen infernal, al sistema a permutar preguntas y para cada pregunta las respuestas; cada alumno tiene un examen único. El examen acaba siendo una mezcla de jeroglífico egipcio y de Tetris donde la concentración en las preguntas y la velocidad necesaria para responderlas hace 1) inviable la consulta en línea y 2) inútil la consulta del chat donde el ruido supera la señal. ¿Es infalible el método? De ninguna forma, pero también hemos aprendido a convivir con él.

Los alumnos de la UNIR contrataron a unos abogados especializados en protección de datos que han conseguido que un juzgado pare la aplicación del software Smowl durante los exámenes, que graba toda la actividad del ordenador

La Universidad Internacional de la Rioja (UNIR) ha ido un paso más allá y ha exigido a sus estudiantes la instalación en sus ordenadores del software Smowl, un sistema de monitorización biométrica basada en IA que graba toda la actividad del ordenador: escritorio, movimientos del ratón, entrada de teclado, cámara y micrófono. Además de esto, exige al estudiante que haga un escaneo de 360º de su entorno, incluido su escritorio físico. Esta técnica se llama eproctoring, que es un nombre muy feo.

Los alumnos de la UNIR pusieron el grito en el cielo y, con una campaña de micromecenazgo, contrataron a los abogados especializados en protección de datos de Nivolap, que de momento han conseguido que un juzgado pare la aplicación. Se han dictado medidas cautelares mientras se aclara el uso de los datos personales y su perdurabilidad. ¿Es infalible? Tampoco. Una persona experta en la materia podría sentarse fuera del campo de la cámara (cuando el alumno ha hecho el escaneo 360º estaba escondido bajo la mesa) con una segunda pantalla mientras controla teclado y pantalla y vigila que el sistema de eproctoring no lo detecte. Sería en realidad la versión 4.0 del Gómez de E.G.B.

*He utilizado un nombre diferente al real para preservar el anonimato del experto.

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