Snowden: jugar en “God mode”

"Me llamo Edward Joseph Snowden. Antes trabajaba para el gobierno, pero ahora trabajo para los ciudadanos". Así empieza Vigilancia permanente, el libro de memorias del alertador Edward Snowden que Columna ha editado en catalán. Y ya no puedes parar hasta la página 443.

Edward Snowden no necesita ninguna presentación. Basta saber que fue el alertador (wisthleblower en inglés) que reveló al mundo los mecanismos de espionaje masivo de la CIA y la NSA, aportando pruebas de primera mano.

Como los que crecimos en los 80, Snowden estaba fascinado por los ordenadores; primero por los radares y ordenadores del centro de la marina donde trabajaba su padre y después por el Commodore 64 de casa, el primer ordenador que con ocho años programó por primera vez. Me fascina como explica su primer hackeo cuando sólo tenía seis. Lo hizo un día de su cumpleaños que no quería que se acabara nunca: atrasó todos los relojes de casa, microondas incluido, para poder ir a dormir más tarde.

"Snowden se fue dando cuenta que lo que hacía China, los EE.UU. también lo hacían pero a escala global. Black Mirror todavía no existía y él ya se veía reflejado, en un espejo que había ayudado a construir"

La adolescencia es probar qué pasa cuando haces aquello que no te dejan hacer, todo adolescente que sabe programar prueba de hacer con los ordenadores aquello que no se puede hacer o aquello que parece imposible; "Todos los adolescentes son hackers", afirma. Los de mi generación recordaréis cuando la tecnología más avance de casa era el teléfono. Todos habíamos desmontado el auricular, probado de marcar sin el dial y algunos habíamos conseguido llamar gratis desde una cabina telefónica jugando con tonos, pulses y marcajes creativos diversos. Son famosas las historias de Steve Jobs y Steve Wozniak, los fundadores de Apple, hackeando cabinas de teléfonos para hacer llamadas internacionales (en una ocasión despertaron al Papa de Roma).

Y como todos, cuando se conectó por primera vez desde casa a internet le faltaron horas para vivir esta segunda vida virtual que obviamente quitaba de las horas de sueño. Zambulléndose por internet encontró hacks para videojuegos, códigos secretos y el famoso "God mode" de Doom (armas infinitas y vidas infinitas).

Preocupado por un holocausto nuclear —todos estábamos en tiempos de Reagan—, fue a buscar información en la web del Laboratorio Nacional Los Alamos, un centro de investigación nuclear, donde encontró todo tipo de documentación pública. Simplemente cambiando la ruta de la URL del navegador se dio cuenta que podía acceder a toda una serie de archivos clasificados que no estaban protegidos. Avisó por correo y por telefon a Los Alamos y nadie le hizo demasiado caso hasta después de un mes un señor lo llamó para decirle que ya estaba arreglado y si quería trabajo cuando cumpliera los 18 años.

El 2001, Snowden, como el resto del mundo, quedó en estado de choque por los ataques a las Torres Gemelas y el Pentágono y decidió ayudar a su país en la lucha contra el terror. Una orden presidencial de George W. Bush, la Patriot Act, hizo que de repente los servicios de inteligencia de los EE.UU. necesitásen literalmente a un ejército de hackers patriotas dispuestos a darlo todo por su país, y el joven Edward, hijo de militar y descendente directo de los peregrinos del Mayflower, era uno. Explica que le sorprendió cuando lo seleccionaron a pesar de no tener experiencia ni ningún título oficial, requerimientos indispensables hasta entonces, para entrar a trabajar en una agencia de seguridad. De hecho, en varios momentos del libro explica como de poco eficiente era la ciberseguretat de la NSA comparada con sus técnicas de cibervigilància.

Fue al estudiar el sistema de cibervigilancia al que el gobierno chino sometía su población que, en palabras suyas, se vio "reflejado en el espejo". Explica que poco a poco se fue dando cuenta que lo que hacía China, los EE.UU. también lo hacían pero a escala global. La justificación que "nosotros somos los bonos", que le había funcionado desde el 2001, ya no le servía. Black Mirror todavía no existía y Snowden ya se veía reflejado, en un espejo que él había ayudado a construir.

Recuerdo que aquellos años yo trabajaba en San Francisco, y conmigo Sean, un arquitecto de la información de Boston que hacía de asesor en el Pentágono. A menudo me explicaba de las reuniones que hacía y de como los militares pedían a los ingenieros un sistema capaz de capturar toda la información que circulaba por internet, almacenarla y extraer finalmente inteligencia. Me imaginaba la sala de operaciones del film de Kubrick "Dr. Strangelove" y reíamos con los delirios de los militares mientras nos decíamos que aquello era imposible; que no entendían lo que era Internet. Cómo en tantas otras ocasiones, la tecnología y la naturaleza humana me quitarían la razón.

"Se empieza hackeando relojes a los seis años y se acaba hackeando la democracia a los 29 siguiendo la máxima de la tecnología: si se puede hacer se hará"

Cuando el 5 de junio del 2013 leí en el Guardian las primeras informaciones de las filtraciones de Snowden me vinieron a la cabeza todas las conversaciones con Sean y la sala de "Dr. Strangelove". Se ve que sí que era posible. Los detalles de los 10.000 documentos que el informador había filtrado a varios diarios de todo el mundo, demostraban la existencia, entre otras, de los programas PRISM, que permitía el acceso a cuentas de Yahoo y de Google bajo orden judicial, y del todopoderoso XKeyscore, un sistema global de vigilancia y recogida masiva de datos utilizado por la NSA. Snowden dice: "Desde mi mesa podía monitorizar a quién quería, desde tu contable hasta un juez hasta el Presidente, sólo me hacía falta su correo personal". Su testigo de cuando espiaba a un profesor de universidad sospechoso por haber pedido trabajo en Irán, con su hijo en el regazo mirando la cámara del ordenador, es estremecedor.

No sé cuánto hay de cierto y cuánto de Tom Clancy en el libro pero lo cierto es que está muy bien escrito. La parte del final seguro que es cierta porque sabemos que ahora vive en Moscú y su revelación inicial pública fue filmada por Laura Poitras y se puede ver al magnífico documental Citizenfour. Mención especial para los últimos capítulos, cuando explica como consiguió sacar la información del túnel secreto de la NSA donde trabajaba en Hawai. Lo hace con todo lujo de detalles, técnicas, programas y aplicaciones que siempre os pueden ir bien si las cosas van mal.

Se empieza hackeando relojes a los seis años y se acaba hackeando la democracia a los 29 siguiendo la máxima de la tecnología: si se puede hacer se hará, y seguramente alguien ya lo ha hecho, seguramente alguien que está jugando con el mundo en "God mode" como nosotros jugábamos al Doom.

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