¿Qué estamos dispuestos a hacer para salvar el catalán?

Entre las más de seis mil lenguas que hay actualmente en el mundo, el catalán es la docena más influyente. Esta es una de las grandes conclusiones que se extraen del último barómetro de las lenguas en el mundo que publica, cada cinco años, el Ministerio de Cultura francés. Un dato especialmente relevante si consideramos que en el anterior barómetro, datado del año 2017, el catalán se situaba en la posición número 23, once puntos por debajo de un listado integrado por 634 idiomas. En cuanto al número de hablantes, el catalán ocupa hoy el  lugar número 75 en el mundo, de una clasificación que encabeza el chino, seguido del español y el inglés. En la red, por el contrario, la situación es radicalmente diferente: la lengua catalana se sitúa 60 lugares por delante y se coloca en la posición número 15.

En esta línea, y a modo de ejemplo, el catalán fue la tercera lengua en incorporarse a la Wikipedia y hoy ya cuenta con más de un millón de artículos escritos. Adicionalmente, en X, anteriormente llamada Twitter, el catalán es una de las 20 lenguas más utilizadas entre sus usuarios. Y en cuanto a TikTok, la red social por excelencia de las nuevas generaciones, este pasado 2023 se añadía a la lista de plataformas, además de Facebook, Signal, X, Telegram, WhatsApp y YouTube, que incorporaban la lengua catalana como herramienta de comunicación. Ahora bien, y sin voluntad de en poner cuestión la veracidad de estos datos, ¿por qué cada vez más tengo la sensación que el catalán se encuentra en una manifiesta situación de emergencia? Tan solo tenemos que echar un vistazo a nuestro entorno para constatar el creciente desplazamiento del catalán en favor del castellano.

El Observatori Català de la Joventut del Departamento de Derechos Sociales de la Generalitat de Catalunya presentaba recientemente un informe en que, en mi opinión, se retrata la verdadera realidad del momento. Del total de jóvenes entre 15 y 34 años, solamente el 25,1% utiliza de forma habitual el catalán, dos puntos más que el 2017, pero muy distante del 43,1% del 2007. De lo contrario, en los últimos cinco años, la ratio de quienes hablan únicamente en castellano se ha visto aumentada en ocho puntos, hasta el 22,5%, hecho que va en perjuicio de quienes utilizan los dos idiomas por igual. La minorización de las lenguas y el proceso de sustitución lingüística suelen ir vinculados a un descenso gradual del uso de la lengua por parte de las nuevas generaciones, que se puede precipitar por una ruptura de la transferencia de la lengua propia de padres a hijos.

"Entre las más de seis mil lenguas que hay actualmente en el mundo, el catalán es la docena más influyente"

Un hecho que daña de manera flagrante el uso social del catalán es el hábito bastamente generalizado de cambiar de lengua cuando nos dirigimos a alguien desconocido, en especial cuando este alguien muestra facciones que identificamos con una nacionalidad diferente de la nuestra. Es indiscutible, pues, que el catalán, más allá de la edad o del estatus, no tiene un uso normalizado en todos los ámbitos de actuación. Cogemos por ejemplo el caso de la justicia y el marco legislativo. Mientras el catalán es hoy la lengua vehicular y de aprendizaje en la enseñanza en Catalunya, gracias al modelo de inmersión lingüística, la normativa reguladora de la Administración de justicia bloquea la exigencia del conocimiento del catalán al personal judicial y, consecuentemente, las sentencias dictadas en lengua catalana no llegan al 10%. En datos, el 2019 el 8,46% de las sentencias que se emitieron en Catalunya fueron en catalán, mientras que el 2022 bajaron hasta el 6,67%.

En este contexto, la Generalitat paga hoy a los abogados de oficio 25 euros extra por cada escrito presentado en catalán. Son, pero estos mismos letrados los que consideran la medida un parche estéril, precisamente por el gran vacío de jueces que hoy comprenden el idioma. En conclusión, en la esfera judicial el catalán no tan solo está cada vez más arrinconado, sino que se usa cada vez menos. Otro hecho no nada menor es la acentuada llegada de población no catalanohablante a nuestro país. Podemos pensar que disponemos de todos los recursos para una integración eficiente (las aulas, el trabajo, las políticas sociales…), pero nos falta un marco conceptual claro que asee todos estos esfuerzos, empezando por el significado de la palabra integración. ¿De qué hablamos cuando hablamos de integración? ¿Tenemos claros cuáles son los deberes y las obligaciones de cada una de las partes?

¿Hay cierto temor al fijar el listón demasiado alto? Ya sea por inseguridad, ya sea por complejo, Catalunya siempre tiende a integrar a través de la seducción. Se ofrece lengua y algo más. Porque parece que no hay suficiente en decir que el catalán es la lengua propia de Catalunya y que todas las personas que vivimos y trabajamos tenemos el deber y la obligación de hablarlo. Recuerdo, y de esto no hace demasiado, un tertuliano en la radio que hablaba de la necesidad de "hacer del catalán una lengua más amable", de "vigilar de no hacerla antipática". En definitiva, "hacer atractivo el catalán". ¿Y ahora me pregunto, este es el nivel? ¿Nos hace falta regalar caramelos y serpentinas disfrazadas de payaso para que la gente hable en catalán? ¿Nos lo planteamos, esto, cuando nos referimos al castellano?

"¿Nos hace falta regalar caramelos y serpentinas disfrazadas de payaso para que la gente hable en catalán?"

El catalán no tiene que ser una lengua amable ni seductora, ni se tiene que untar con chocolate para gustar más. El catalán es el principal rasgo identitario de Catalunya y como tal, tiene que ser obligatoria e imprescindible en el país. La cuestión es: ¿Qué estamos dispuestos a hacer para salvar el catalán? En primer lugar, y muy necesario, tenemos que fortalecer el catalán en las aulas. En primaria, en el bachillerato, en la universidad, en las escuelas de negocios... Y tenemos que dejar de banda el extendido saludo de bienvenida: "¿Alguien no entiende el catalán?". ¡Suficientes excusas para cambiarse al castellano! Todos sabemos donde estamos, en Catalunya. Pues nada más que decir.

En segundo lugar, y no por eso menos importante, tenemos que encontrar suficiente consenso para que los derechos lingüísticos de los catalanoparlantes sean respetados ante las administraciones. No tan solo de la Generalitat, en los ayuntamientos, en las diputaciones y en los consejos comarcales, sino también en la administración española en Catalunya y en la Unión Europea. Porque no lo olvidemos: el catalán es la 13a lengua de la Unión Europea en número de hablantes, y si bien su dominio lingüístico alcanza tres de sus estados miembros, hoy todavía no está reconocida como lengua oficial.

"Tenemos que encontrar suficiente consenso para que los derechos lingüísticos de los catalanoparlantes sean respetados ante las administraciones"

Y, en tercer lugar, de nuevo mucho, muy importante, tenemos que impulsar una verdadera política integradora. Y esto pasa también por normalizar el uso en los medios de comunicación, de vital importancia por su difusión y presencia en el día a día de los hablantes y también de los que lo están aprendiz. Y en el trabajo. La última encuesta sobre el uso de lenguas publicado por el Institut d'Estadística de Catalunya (IDESCAT) revela que el 21% de los catalanes -de lo contrario, uno de cada cinco- no usan nunca el catalán en el trabajo. Una cifra que nos tendría que alertar y que confirma el gran retroceso del uso social del catalán. Se nos gira trabajo, mucho. Pero quiero ser optimista. Con convicción y con firmeza podemos situar el catalán en el lugar que le corresponde.

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