Desorientados

El tiempo es un invento de los humanos basado en la repetición imperturbable de las cosas. Medir el tiempo es medir el ritmo en que una determinada cosa pasa y vuelva a pasar, pase lo que pase. Seguramente el primer ritmo que notamos los humanos fue el del Sol, que sale y vuelve a salir, y así del tiempo que pasa entre una salida de Sol y otra lo llamamos “día”. Otro ritmo fue el de la Luna y de aquí salen las semanas y los meses, y aún otro ritmo fue el de las cuatro estaciones y lo hemos llamado “año”. Llueva o nieve, estés triste o eufórico, lo veas o no, sabes que el Sol sale cada día. Cada día. El Sol saldrá cada día y lo hará por Oriente, seguro, y por eso de alguien inseguro le llamamos “desorientado”, porque ya no sabe ni por dónde saldrá el Sol. Los ritmos imperturbables, fiables, constantes nos dan certezas, y los humanos necesitamos certezas porque sino nos desorientamos.

Compartir el mismo ritmo es una de las cosas que vertebra una comunidad. En payés se vivía al ritmo de las tareas del campo (la siembra, la cosecha…), en la Costa Brava mucha gente vivía al ritmo de la temporada turística… pero ahora ya hace unos años que cada cual va a su ritmo. Vivimos juntos, pero cada uno a su ritmo, cada uno con su horario sea el del trabajo, el de los niños, el de la tele… y también mucha gente desorientada, sin horarios ni ritmo. El caso es que somos demasiada gente viviendo juntos sin compartir el ritmo que nos podría dar certezas y confianza. Un proyecto compartido es aquel que comparte objetivos, pero sobre todo tempo. Nada más triste que una sociedad que ya no comparte el ritmo, porque tendrá problemas para remar juntos, pedalear juntos, vivir juntos. Veo los debates en el Parlament para nombrar un nuevo President de la Generalitat de Catalunya y se confirma que vivimos en ritmos diferentes, que utilizamos un concepto de tiempo diferente. O hay alguien desorientado, o en el Parlament viven bajo un Sol distinto al mío.

Antes de 1900 cada provincia tenía oficialmente una hora distinta, dependiendo de su hora solar y por tanto dependiendo de su situación geográfica. Pero esta era la hora oficial a nivel de provincias, mientras que la hora real de cada pueblo era todavía más imprecisa, pues era la que marcase el campanario de la iglesia. Eran las siete cuando el campanario tocaba siete veces, y esto dependía de cuando el capellán fuese a hacerlas sonar. Podía pasar que el mosén fuese tarde, y por tanto en un pueblo y otro podía haber mucha diferencia. Mientras en la plaza de Granollers eran las cuatro de la tarde podía ser que en Vilademuls ya fuesen más de las cuatro y cuarto. Esto fue así, cada pueblo con su hora, hasta que apareció un proyecto compartido que obligó a sincronizar los horarios entre pueblos: el ferrocarril. El 26 de julio de 1900 se firmó un real decreto por el cual el siglo XX comenzaría ya con una única hora oficial, para vencer así la dificultad que había para informar de los horarios de paso de los trenes. El progreso pedía unificar horarios, e ir todos con un ritmo compartido. Ciento veinte años después estamos igual. Necesitamos volver a sincronizar nuestros relojes y recuperar un ritmo compartido. Dentro y fuera del Parlament. Remar juntos, pedalear juntos, vivir juntos.

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