Hagámoslo fácil

El otro día, a raíz del artículo que publicó Genís, un buen amigo, sobre la soltería en estas frenéticas eras contemporáneas, recordé una conversación que había tenido hacía unos días. “Yo no hago las normas Ari, las cosas de ligar por Internet van así”, me decía Lolo mientras tocaba la guitarra en el balcón y hablábamos de nuestras vidas sentimentales. Todos los asuntos y amores que he tenido a lo largo de la vida han surgido de forma más o menos casual, en fiestas de cumpleaños, por amigos de amigos, o por compartir algún espacio como organizaciones, cursos u otras actividades en grupo. Tuve Tinder dos veces en mi vida, y de ambas huí por patas por la pereza de establecer conversaciones con personas que desconocía y que, visto con perspectiva, tampoco tenía ganas de conocer.

“¿Tú ligas mucho por Internet?”, me preguntaban el otro día. Lo cierto es que no. A pesar de ser una mujer joven (o eso creo a veces), a mí esto de ligar en línea me parece algo muy confuso. No porque no haya personas interesantes, que seguro que las hay (vaya, por estadística, tiene que haberlas), sino porque me dan muchísima pereza todos los rituales del arte del ligoteo en tiempos de cólera digital. Que si ahora pon un like en su historia, que si ahora espérate no sé cuántas horas a responder, que sí me hace ghosting… La verdad es que, si fuera por mí, les llamaría directamente y les preguntaría si quieren quedar para tomar algo. Al menos, en persona, pienso que las cosas se entienden mejor. No es que no me guste, esto del misterio de saber si alguien te encuentra atractiva o de ir charlando con tal y cual de forma esporádica, pero a mí, eso de tener que seguir todo este teatrillo para acabar decidiendo si te gusta o no una persona me parece totalmente innecesario. Supongo que por eso Lolo me dijo, medio en broma medio sabiendo que era verdad, que si fuera por mí le enviaría un enlace al calendario al pobre desgraciado de turno para que dijera si puede o no encontrarnos el día tal en tal cafetería por un total de hora y media, que después tengo cosas que hacer.

No es que no me guste, esto del misterio de saber si alguien te encuentra atractiva o de ir charlando con tal y cual de forma esporádica, pero a mí, eso de tener que seguir todo este teatrillo para acabar decidiendo si te gusta o no una persona me parece totalmente innecesario

Ligar en redes sociales o plataformas, para mí, es como comprar por Internet: la mayor parte de las veces queda muy bien en la pantalla, porque todo el mundo busca causar la mejor imagen de sí mismo y responder, más o menos, a lo que sabe que interesa o gusta al otro pero, en el momento de la verdad, a mí lo que me interesa es saber si me queda bien cuando me lo pruebo, si me va grande, si me va pequeño, o si encaja o no con lo que estoy buscando ahora mismo. Hagámoslo fácil y vayamos al grano; después, si tenemos dudas o queremos conocernos o no, ya veremos. Pero eso de asistir a una ceremonia online digna de un capítulo de los Bridgerton no acaba de ser la forma en que me gusta pasarme las noches de los miércoles después de ir al gimnasio.

Hace unos meses que con un amigo, Thiago, tenemos una especie de consultorio sentimental privado que se ha ritualizado en una pausa-café en la plaza de enfrente del bloque de pisos donde vivimos. Allí hablamos de nuestros affairs del momento y de cómo nos sentimos por los traumas del pasado. Nunca hemos terminado de ponerle nombre, aunque yo bromeo diciendo que es el hotmates club porque ambos somos muy guapos. Un día, mi amigo me comentó que él se había quitado todas las aplicaciones y que, a partir de ahora, ligaría siguiendo la infalible estrategia de leer un libro en una cafetería. Cabe destacar que mi amigo es jodidamente guapo y una de las personas con mayor inteligencia emocional que conozco. Yo lo miré de reojo y le dije que si alguien me molestaba mientras leía o trabajaba ya podía ser con una broma muy divertida o me pondrá en un compromiso del que me querré ir por patas. Se rió, y me dijo que estaba orgulloso de la seguridad que estaba ganando después de regresar de Ciudad del Cabo.

Ser conscientes de lo que podemos dar y de lo que queremos recibir en cada momento, y no tener miedo a irse de aquellas situaciones que no nos encajan por el miedo a estar solos o no encontrar nunca a nadie que nos satisfaga completamente

El caso es que creo que en tiempos de cólera digital si algo debemos ser es honestos. No con los demás, sino con nosotros mismos. Ser conscientes de lo que podemos dar y de lo que queremos recibir en cada momento, y no tener miedo a irse de aquellas situaciones que no nos encajan por el miedo a estar solos o no encontrar nunca a nadie que nos satisfaga completamente. Porque nunca encontraremos a nadie que nos satisfaga completamente. Que ligar debería ser mucho más fácil y nos lo hemos complicado muchísimo y que, al final, lo importante es quererse a una misma y ser consciente de que, en las cosas del amor, todos estamos cagados y nadie tiene nada demasiado claro, pero si nos tratamos con respeto y honestidad y sabemos cuáles son nuestras coordenadas, las normas del juego se vuelven mucho más sencillas. Y el juego más divertido.

Hoy Destacamos
Lo más leido