La obsesión de los gobiernos por los rumores: plan A, plan B y plan C

Dicen que la Guardia Civil quiere perseguir los rumores que impactan sobre la reputación de las instituciones del Gobierno. Dicen que el Gobierno dice que no es así, aunque según una filtración sí podría acercarse, y todo esto ocurre mientras cientos de usuarios con nombres extraños aplauden en Facebook la gestión de ese mismo Gobierno, al que tales usuarios probablemente no voten porque no existen.

La obsesión por controlar la información es denominador común de los gobernantes, aunque en las democracias según qué maneras de hacerlo ya ni se piensan. Pero en el caso que nos ocupa, en plena pandemia, pretender eliminar el rumor es directamente una completa pérdida de tiempo.

"En plena pandemia, pretender eliminar el rumor es directamente una completa pérdida de tiempo"

Los británicos, que en estas cosas de gestionar la información en democracia nos llevan un tiempo de ventaja, hicieron célebre un lema, al inicio de la Segunda Guerra Mundial, para alertar a la población del peligro de los rumores falsos: Careless talks cost lives. Este fue el plan A: criminalizar el rumor. Pero hacia el ecuador del conflicto llegaron a la conclusión de que los rumores estaban allí y allí seguirían. No había manera de eliminarlos. Es más, la inteligencia británica terminó por reconocer que los rumores eran “un síntoma inevitable y hasta cierto punto saludable en cualquier sociedad”, en la medida que señalaban “un interés de la gente que ha quedado insatisfecho por la información publicada “. Los rumores, en este sentido, serían “indicadores útiles para los temas que preocupan a la gente y la mejor manera de tratarlos es encontrar información publicable que los haga parecer -a los rumores- menos convincentes”. Este sería el plan B. El plan C, añadía, sería “la posibilidad de lanzar rumores diferentes para compensarlos”.

En el caso español, además, se da una circunstancia social que aún demuestra más claramente la inutilidad de los esfuerzos de control. Lo reconocía una espía británica en Madrid durante esa misma época: “los rumores siempre han existido en España y siempre son epidémicos”. Esta agente, Ms. Pickering, observó el funcionamiento del rumor a comienzos del franquismo (hacia 1943) y los clasificó en 4 categorías: “el rumor fantástico, que sólo es aceptado por los jóvenes y los crédulos; el rumor inútil, que sólo es útil en tanto que tiende a crear confusión; el rumor profético, que falla por falta de sustancia; y, finalmente, el rumor eficaz, que es más insidioso y tiene alguna apariencia de verdad, mezcla nombres y acontecimientos que, aunque no sean ciertos, podrían serlo”.

No sabemos si, una vez constatado el fracaso el plan A -los rumores seguirán saliendo como setas- el gobierno español adoptará el plan B -dar buena información- o el plan C -inventar rumores. De ambos casos hay abundante experiencia, también.

A difundir información fiable se dedicó a fondo la BBC, que -en palabras de uno de sus periodistas- partía del presupuesto de que “el arma de propaganda más poderosa es la verdad, y como más fundamental, universal y eterna sea la verdad, mayor será su potencia”. Y en difundir rumores falsos, emplearon esfuerzos los periodistas reclutados por la unidad de guerra psicológica clandestina, que proponían esta receta para un rumor de éxito: que diga algo que la gente quiera oír, apele a sentimientos más que a razonamientos, mezcle elementos de ficción y con elementos de verdad, sea fácil de repetir, valga la pena compartir y, por último, venga de fuente creíble.

Aunque quizás, estas alturas, ya están simultaneando los tres planes y no lo sabemos.

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