Más cifras para prestar atención

Hace aproximadamente un mes publiqué aquí un artículo titulado La medida del crecimiento. Explicaba las discrepancias importantes que veía entre las previsiones que, para el PIB del 2022 hacían, por una parte el Gobierno español y una serie de organismos europeos o internacionales por el otro. Mi reflexión no se centraba en hablar de las diferencias, sino que se enfocaba a expresar mi convencimiento en que no se puede considerar solo el crecimiento del PIB a la hora de analizar el progreso de una sociedad.

Quiero ahora seguir en esta misma dinámica y, aprovecho que este fin de año se están haciendo públicos muchos datos de la evolución y la previsión de la economía española. Hablo un poco de otros cuatro índices: ocupación, paro, inflación, y productividad; y sitúo todo esto en el contexto de la necesaria transformación de nuestra economía.

Ocupación y paro

Es cierto, y se ha comentado bastante ampliamente, que las cifras relacionadas con el trabajo ofrecen unos resultados extraordinariamente positivos en este último periodo que permiten compararse con las que teníamos en 2019. Pero no nos podemos quedar con esta idea positiva sin añadir que solo entre un 10% y un 15% de los nuevos contratos laborales firmados últimamente tienen carácter indefinido, y que, por lo tanto, el índice de temporalidad de la economía española todavía pasa del 20% cuando el del conjunto de la zona euro es del 11% y el de países cómo Italia, Francia, Alemania o Bélgica se sitúa alrededor de este 11%. La causa profunda de esta situación viene originada por la reforma del mercado laboral hecha en 2012 por el gobierno del PP, reforma que con muchas dificultades se ha conseguido revisar parcialmente, pero que hasta que no tenga efectividad no nos podemos quedar tranquilos, olvidando todas las consecuencias sociales y económicas que supone esta estructura del mercado de trabajo.

Digo esto porque la temporalidad de los contratos, excepto en los casos en que obedece a un tipo de trabajo muy específico, tiene un efecto extraordinariamente negativo en el bienestar de las personas, puesto que la falta de perspectivas de futuro puede ser mucho más angustiosa que las dificultades del presente.

Inflación

Es posible que algunas de las causas de los aumentos de precios que estamos sufriendo actualmente tengan un carácter solo coyuntural, como repiten algunos organismos y confirman prestigiosos economistas. Es así porque están relacionadas con desequilibrios que ha creado la pandemia en los mercados, modificando en direcciones contrarias la oferta y la demanda, equilibrios que se tendrían que ir recuperando con la postpandemia y el retorno a la normalidad. Pero yo creo que hay al menos dos otras causas muy importantes a tener en cuenta que no desaparecerán, sino que la pandemia las ha acelerado y nos llevarán a una nueva normalidad.

En primer lugar, debido a las exigencias de la sostenibilidad y con las nuevas potencialidades de la digitalización, nuestro consumo futuro será muy diferente en muy pocos años y nuestros sistemas productivos se tendrán que haber transformado. Reequilibrar oferta y demanda será mucho más difícil y no será solo una tarea para el buen funcionamiento de los mercados, sino que pedirá unas intervenciones relevantes de las autoridades públicas a todos niveles para orientar, estimular, ayudar y a menudo cofinanciar. No creo que se estén haciendo en estos momentos algunas de las reformas imprescindibles ni se estén aprovechando todos los recursos financieros que se han creado en la UE para modificar y reconvertir los contenidos y las dimensiones de muchos de nuestros sectores económicos aumentando su productividad y haciéndolos más competitivos para este nuevo contexto.

Por otro lado, está claro que una parte crucial del aumento del IPC lo ha causado el gran crecimiento de los precios de las energías que consumimos: el gas y sobre todo la electricidad. Respecto del primero tenemos, como otros muchos países de Europa, una absoluta dependencia de recursos externos y unas perspectivas que quienes los controlan, tanto en Rusia como en el norte de África, aprovecharán el aumento mundial de la demanda para obtener buenos beneficios y, por lo tanto, sufriremos precios altos y crecientes. Y en el caso de la electricidad, nuestra organización interna de funcionamiento de su mercado todavía lo agrava más, por la utilización del principio del precio marginal. Simplificando, esto quiere decir que a medida que va aumentando la demanda final de electricidad, cuando hace más frío, cuando hace más calor, cuando se hace oscuro, van entrando en funcionamiento centrales generadoras con costes de producción más altos, cosa enormemente racional; pero el precio que pagan los consumidores corresponde al coste de la última central que ha entrado en servicio. Este coste es muy dependiente del funcionamiento de dos mercados exteriores, sobre los que no tenemos ningún tipo de control: el del precio del gas, y el de los derechos de generación de emisiones de CO2. Ya hemos conocido y sufrido el resultado...

Sé que todo esto es mucho más complicado y no permite explicaciones sencillas. Pero tenemos que ir siguiendo la evolución de las cifras. Continuaremos hablando; aun así está claro que, por parte de los gobiernos, se deben acelerar, y a veces poner en marcha, actuaciones para aprovechar mejor los recursos que tenemos en abundancia y son baratos (sol y viento), y para revisar en lo posible el mecanismo de formación del precio final de la energía eléctrica. En caso contrario habrá que hacer aumentos importantes de salarios, cosa en principio muy buena, siempre que podamos a la vez ir aumentado la productividad y evitar entrar en una rueda inflacionista.

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