El miedo y el deseo

A medida que me pasan y me pesan los años voy tomando más conciencia de que en el fondo sólo hay dos pulsiones básicas que mueven el mundo: el miedo y el deseo. Las dos son humanas, razonables y comprensibles. Las dos forman parte de nosotros y pueden adoptar múltiples caras muy diferentes, y las dos pueden ser mejores o peores dependiendo del momento y la intensidad. Pero las dos están en todas las dimensiones de nuestra vida -trabajo, política, amor, ocio, amistad, negocios- y hay que saber reconocerlas y afrontarlas.

El miedo tiene muchas caras, y en absoluto tienen porqué ser negativas. Como se ha dicho muchas veces, hay un miedo que te hace ser prudente e ir con cuidado, como también hay un miedo que te frena demasiado y no te deja intentar aquello que deberías hacer. Pero tiene más caras, por ejemplo la envidia también es miedo, el miedo a no ser el preferido. También hay el miedo a quedar mal, el miedo a perder lo que tienes, el miedo a decepcionar, el miedo al error… incluso hay el miedo al éxito. No hace demasiado una persona que conozco rechazó una muy buena propuesta, quizás la mejor propuesta que nunca nadie le haya hecho, y lo hizo por miedo al éxito, miedo a quedarse sin objetivos, miedo a no poder quejarse de no tener oportunidades. El miedo puede tomar fisonomías muy extrañas, pero está ahí y convive con nosotros, en el entorno y también dentro nuestro.

Solo hay dos pulsiones básicas que mueven el mundo: el miedo y el deseo. Las dos son humanas, razonables y comprensibles 

El deseo también es el motor de muchas de nuestras acciones, y también puede tomar muchas formas, unas buenas y otras no tanto. Como siempre, todo puede convertirse en veneno si equivocas la dosis. La ilusión, la ambición, las causas y las luchas, el amor, la pasión, el convencimiento. Las ganas de completar una tarea, el empuje para sacar adelante un proyecto, la persecución de un ideal, tener una misión, querer seguir a alguien, querer estar al lado de alguien, querer ayudar a alguien, querer a alguien. O querer algo. El deseo es el otro gran motor de la humanidad.

Con el tiempo me he acostumbrado a mirar a la gente así, tratando de averiguar si aquello que les mueve es el miedo o el deseo, y a menudo me resulta revelador y útil para entender aquella persona y cómo afronta la situación. Sé que estas clasificaciones binarias son injustas y que los humanos somos mucho más complejos, pero si aceptamos que hay muchos tipos de miedo y muchos tipos de deseo, no me cuesta demasiado ubicar lo que veo en uno u otro bando, a una u otra manera de vivirlo, a una u otra manera de hacer. Quien gestiona con miedo tiene tendencia a tomar decisiones conservadoras, y quien gestiona con deseo tiene tendencia a arriesgar más, pero sobre todo lo que noto es un ambiente más triste en unos y más alegre en los otros. Cada cual es como es, y a elegir yo prefiero los ambientes donde el motor es el deseo. Pero sería erróneo entender uno como mejor que el otro, un como bueno y otro como malo. Los dos son necesarios para sacar adelante el mundo, pero raramente los gestionamos de manera equilibrada. Lo normal es afrontar cada situación desde una o otra de estas pulsiones.

Siempre me pareció que Ada Colau llegó a la alcaldía de Barcelona con el apoyo de un movimiento impulsado por el deseo, por la ilusión y las ganas de cambiar cosas, sin importar demasiado si era una utopía o no, pero que una vez logrado el cargo la gestión de su entorno ha pasado a estar dominada por el miedo, el recelo al trato recibido por cierta prensa, a la desconfianza de ciertas partes del funcionariado, a la reacción de ciertos sectores sociales y económicos. No importa que estos miedos estén más o menos justificados, el caso es que el motor ya no es el deseo sino el miedo. Y al menos a mi me parece notarlo. Y ya lo he dicho, me gustan más las dinámicas que genera el deseo que las que provoca el miedo.

Ahora tenemos elecciones a la Generalitat de Catalunya y me cuesta identificar alguna propuesta basada en el deseo. Todo es miedo.

Ahora tenemos elecciones a la Generalitat de Catalunya y me cuesta identificar alguna propuesta basada en el deseo. Todo es miedo. Miedo a las consecuencias de la pandemia, miedo a la derecha radical, miedo a la situación económica, miedo a la coalición que quizás será necesario hacer, miedo a las acciones judiciales, miedo al desfallecimiento de la población, miedo a la pérdida de confianza. Cuesta decidir qué votar cuando se trata de elegir entre propuestas hechas desde la pulsión del miedo.

Necesitamos proyectos ilusionantes, construidos desde la pulsión del deseo. Y los necesitamos en nuestro país, en nuestros puestos de trabajo y en nuestra vida. Sólo depende de nosotros: es una cuestión de actitud.

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