Perdonar en vez de pedir perdón

No recuerdo exactamente el año, pero debería ser 1990 y por entonces yo trabajaba en el Centro de Cálculo de la Universitat Autònoma de Barcelona, y eso pide contexto: la informática universitaria estaba dominada por los grandes ordenadores centrales, y la microinformática aún no había eclosionado. Todavía faltaban unos años para que la ciudadanía tuviera acceso a internet y solo algunos estudiantes e investigadores nos pedían una cuenta de usuario del todopoderoso ordenador central VAX/VMS, que normalmente querían para acceder a la capacidad de efectuar cálculos matemáticos o acceder a una cuenta de correo electrónico, algo escaso por aquel entonces.

Eran tiempos mágicos en los que descubrías maravillado que podías escribir un mensaje y lo podías enviar literalmente a cualquier lugar del mundo. Y eso en manos de alegres estudiantes no dejaba de provocar situaciones a veces divertidas, a veces interesantes, y en ocasiones problemáticas. Unos se dedicaban a escribir a gobiernos y embajadas de países que les caían mal o fatal, y otros se dedicaban a flirtear y bromear. Había quien luchaba y quien jugaba, pero en ambos casos a veces era necesario intervenir tanto si la queja venía de una institución como si procedía de otro estudiante.

Y así seguimos, simulando que somos magnánimos por perdonar a gente que hace cosas que quizás no gustan, pero que las normas en realidad no impiden

Eran muchas las ocasiones en las que debíamos resolver el caso de un estudiante concreto que había sido identificado haciendo un mal uso de esos recursos. Imposible sancionarle ya que todo era muy nuevo y todavía no había normativa para estos casos, así que le convocábamos y le amenazábamos: “¡Si te volvemos a pillar, te abriremos un expediente académico!”, dicho así, con voz severa, trascendente y apocalíptica. La hecatombe. Siempre funcionaba, y la persona sucumbía y rogaba que no, que por favor no lo hiciéramos, que no le abriéramos un expediente académico. Por favor. Eso no. Y como en las peores películas de poli bueno y poli malo, nos mirábamos y, condescendientes, decíamos: “Bueno, pero que no te volvamos a pillar”.

Todos los estudiantes de la universidad tienen un expediente académico. Solo faltaría. El expediente académico se lo abrieron el día en el que se matriculó y es donde se van apuntando las asignaturas que cursa y las notas que saca. No había ninguna amenaza, solo el absurdo recurso de unos informáticos lidiando con problemas para los que no había reglas de juego. Y así seguimos, simulando que somos magnánimos por perdonar a gente que hace cosas que quizás no gustan, pero que las normas en realidad no impiden. Hacer ver que perdonas, en vez de pedir perdón.

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