Reinventar el pasado o inventar el futuro

La llamada revolución verde, en 40 del siglo pasado, supuso la adopción global de la agricultura moderna. La combinación de la mejora genética de las plantas agrícolas, la mecanización, el ensanchamiento del regadío y el uso de agroquímics permitió hacer un salto gigantesco en la lucha contra la hambre, un hecho que fue reconocido al otorgar el premio Nobel de la Paz de 1970 a Norman Borlaug por sus trabajos de mejora genética del trigo. Aun así los resultados de esta transformación no fueron siempre positivos. Ejemplo de esto, es su influencia en la pérdida de biodiversidad agrícola y natural, así como otras externalidades negativas en suelos y aguas. Una de los iconos de la revolución verde fue el DDT, un potente insecticida que hoy está descartado y prohibido por sus efectos contra el medio ambiente y contra la salud humana.

Al mismo tiempo en Europa nacía la PEC, la política agraria común con los objetivos de lograr la suficiencia alimentaria, estabilizar los mercados y proveer alimentos seguros a precios asequibles. Esta política, destinada al ciudadano, es decir al consumidor, requería un colaborador necesario, el agricultor, a quien se proveyó de un complejo sistema de ayudas públicas. Desde entonces en casa nuestra la nevera ha sido siempre llena y hemos olvidado la complejidad y la dificultad del proceso para llenarla.

En paralelo hemos sido cada vez más conscientes de los impactos medioambientales de la actividad humana para proveer nuestro bienestar. Entre otros, hemos tenido que responder repentinamente a la pérdida de la capa de ozono, al mismo tiempo que el cambio climático está tiñiendo de inquietud el futuro. La reacción enfrente a este desarrollo desnordat ha provocado, en algunos ámbitos culturales, una posición a la defensiva, con la voluntad de recuperar los equilibrios anteriores entre producción y natura. En el caso de la agricultura, esta cultura ha idealizado la pequeña explotación y sistemas productivos tradicionales, enfrentándose abiertamente a la agricultura moderna, de lo contrario dicho convencional e intensiva. Y de retruque ha encontrado un culpable: el labrador.

De alguna manera se ha querido reinventar el pasado, contraponiendo la agricultura suficiente a una agricultura idealizada. A menudo se han olvidado factores determinantes en la apuesta alimentaria, tales como la globalidad del mercado, la suficiencia alimentaria como exigencia ineludible y la assequibilitat económica de los alimentos (un derecho básico). Y, desde otro punto de vista, se ha olvidado la realidad de la producción alimentaria, con plagas, enfermedades, deyecciones, malos olores, etc. Como si fuera posible un bocadillo de jamón sin esta realidad.

"Se ha querido reinventar el pasado, contraponiendo la agricultura suficiente a una agricultura idealizada"

La alimentación hoy tiene que proveer alimentos a los más de 7.000 millones de habitantes del planeta y a 10.000 millones en 2050. El riesgo cero no existe, pero con conocimiento, tiempo y recursos se está avanzando en la reducción y moderación de toxicidad de agroquímics, en la limitación de antibióticos en producción animal, en la gestión de deyecciones ganaderas, etc. Y, en general, al garantizar la seguridad sanitaria de los alimentos. Pero el abastecimiento alimentario mundial tiene muchas exigencias. La FAO estima que hasta el 2050 tendremos que aumentar la producción un 60% y esto se tendrá que hacer sin modificar significativamente la superficie forestal con objeto de evitar un cambio climático catastrófico. El camino propuesto por la FAO se denomina "intensificación sostenible", es decir, producir más en el mismo espacio pero mediante un sistema productivo medioambientalmente más amable, con el apoyo de la tecnología y el regadío. Efectivamente, la tecnología nos va ofreciendo nuevas soluciones en sistemas intensivos cada vez más cercanos al objetivo residuos cero en los alimentos y en el medio, de hecho estamos inventando un futuro más sostenible.

En este contexto qué rol juega la agricultura ecológica? De entrada hay que reconocer su rol de pionera verso una mayor conciencia desde el punto de vista saludable y medioambiental. La agricultura ecológica forma parte del futuro, sin duda, pero hoy no le es posible atender los objetivos de suficiencia de abastecimiento ni de assequibilitat económica de una manera generalizada, ates la mengua de rendimientos productivos y los precios (y costes) superiores. Estas circunstancias ubican la agricultura ecológica en espacios de demanda selecto, Se trata de una demanda creciente pero alejada del objetivo de suficiencia, hoy representa el 1,2% de la superficie agrícola mundial.

En mi opinión la agricultura ecológica incrementará su espacio en el futuro, y es bueno que así sea. Aun así la agricultura convencional, con sistemas intensivos sostenibles, seguirá siendo la base principal de la producción mundial. Por lo tanto es de justicia defender con firmeza el respeto y valoración de la agricultura en cualquier de sus manifestaciones con vocación sostenibles.

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