Hay futuro, si se gestiona

Si nos ceñimos a nuestro país, insertado en la Unión Europea (UE), podríamos hacer una lista de tres hechos fundamentales que, después, nos pueden permitir llevar a cabo un análisis más profundo.

  1. La pandemia cogió determinados países con reservas (capacidad para endeudarse) y con buenos gobernantes. No es el caso de España, con escaso margen de maniobra económica y política -quiero decir, con perspectivas pobres-. Catalunya con ningún margen: mal gobernada y sin poderse endeudar. Un Cafarnaúm, un desastre.
  2. La afirmación anterior podría edulcorarse si en la comparativa introdujéramos a Italia -como tanto gusta a los que españolean y quieren a compañeros de viaje para no hacer el ridículo solos-. Pero el problema se encuentra, como siempre, en la realidad. Solo a título de aperitivo: a lo largo de 2020, España (con Catalunya al frente) ha dejado de ingresar en turismo 43.000 millones de euros. Más que Francia (22.400 millones) e Italia (20.100 millones) juntas. Y, por encima de todo, hay que tener en cuenta que el PIB de ambos países es bastante superior al nuestro (España, 1,2 billones de euros; Francia, 2,4 billones; e Italia, 1,8 billones). Por lo tanto, las dimensiones del problema español (que es el catalán, también) son bíblicas. Únicas en la UE.
  3. La UE aprobó una serie de ayudas que, en el caso de España, si se justifica el gasto que se pretende llevar a cabo, pueden llegar a 140.000 millones (más del 11% del PIB). Son las más generosas per cápita de toda la UE. Porque somos el enfermo más grave. El tema es: ¿se sabrán gestionar? ¿Sabremos los catalanes darle la vuelta al calcetín teniendo tantas cosas en contra (unas justificadas y otras, no)?

Estos tres puntos ya serían bastante preocupantes en sí mismos, pero vienen agravados por un hecho fundamental: España tiene, hoy, los peores gobernantes de la UE. Ya no podemos hacer pandilla con Portugal y Grecia -países con colores de gobierno totalmente opuestos, pero que, comparados con nosotros, parece como si estuvieran gobernados por suizos o alemanes-. La degradación de nuestra clase política no parece que pueda llegar más abajo. Entonces, alguien podría preguntarme: ¿publicas unos artículos por, simplemente, pronosticar una catástrofe? Pues sí y no. Pronosticar la catástrofe es un deber. Aunque no tiene mucho mérito -todo el mundo sabe que no podemos esperar nada bueno si continuamos funcionando con los mismos parámetros-. Pero hay aspectos positivos que convendría propalar a diestro y siniestro.

Creo que tanto el sector público como los gobiernos son piezas imprescindibles para el buen funcionamiento de un país, pero nosotros no podemos contar con ellos

A la sociedad catalana se le han pasado las ganas de ufanosidad. Ya sabe, ahora, qué quiere decir estar pésimamente gobernada. Y se ha enterado en surrounding, es decir, con sonido envolvente: desde la Generalitat, pasando por Madrid y acabando en cada uno de los ayuntamientos. No hay escapatoria. Saber esto, ser consciente de ello, tener la venda ya fuera de los ojos, también tiene ventajas. Uno de estos consiste en no esperar que nadie del sector público nos resuelva los problemas que cada uno de nosotros puede resolver. Porque aunque el poder político lo intentara, sería peor. Como dicen los anglohablantes cuando se encuentran con un incompetente bienintencionado: ¡Stop to help! ("¡para para ayudar!", en castellano). Hay pocas cosas más peligrosas que un tonto con iniciativa. Y quiero dejar clara una cosa: creo que tanto el sector público como los gobiernos son piezas imprescindibles para el buen funcionamiento de un país. Pero nosotros no podemos contar con ellos. Y lo que hay que pedir ahora, aquí, es que los gobernantes no hagan nada que pueda perjudicar. Que dejen hacer, por favor. Y que asignen las ayudas que vendrán -que no son mérito suyo- de la manera más productiva posible.

Si tuviéramos la suerte de que la UE (como conjunto de países consumidores, quiero decir) se fijara en nosotros -porque tenemos éxito en llamarles la atención mercantil- podríamos demostrarles que la sociedad productiva catalana tiene puntos fuertes. Que bien utilizados, y como he dicho antes, confiando solo en las fuerzas de cada uno de nosotros, pueden hacernos salir airosos y, quizás, conseguir cambios estratégicos. Sectores como el agroalimentario enlazado con la distribución, el bioquímico, el farmacéutico, el médico y el auxiliar mecánico-manufacturero (ligado, a menudo, al automóvil). ¡Ey! Pero todos estos -exceptuando el sector distribución, ciertamente brillante- se tienen que duchar (¡para lo que tienen que servir las ayudas!). Y por encima de todo, y teniendo en cuenta que el reparto porcentual del rosco del PIB siempre suma 100, hay que adelgazar el sector turístico. Aquí sí solo contamos con el apoyo público, que tendría que abandonar el populismo. ¿Será duro reducir el tema turístico? Sí, como lo fue reestructurar (reducir) el sector metalúrgico en la década de los 80. Gobernar quiere decir ser impopular, también. Pero hay que hacerlo por urgencia nacional.

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