El salario decente del labrador catalán lo pagan en Praga

En artículos precedentes he querido destacar el potencial de Catalunya en cuanto a la industria agroalimentaria. Ya hay una industria agroalimentaria importante -recuerden que representa una cuarta parte del total de nuestra industria-. Pero todavía nos queda camino para llegar a los niveles de Francia o de Italia. Nuestro sistema tiene puntos débiles -uno de ellos es la productividad-, y todo empieza por la baja remuneración al primer eslabón de la cadena: el agricultor. Como en tantos otros sectores, tenemos el vicio de buscar los incrementos de productividad, no mejorando los procedimientos, ni mejorando el uso de la tecnología, ni del conocimiento, etc. sino reduciendo costes de mano de obra. Estrangulando al más débil. Que en este caso es el labrador.

Ahora que ha llegado la época de vendimia tenemos buenos ejemplos. Miren, si no. Este año ha constituido un gran éxito que en el Penedès se pague el kilo de uva por encima de los 40 céntimos el kilo. En el Vèneto lo están pagando a dos euros y en la Xampanya entre cinco y seis. Pagar poco es, sin duda, la manera más eficaz de desprestigiar un producto –la carcoma que, entre otros, ha matado la DO Cava-. Nuestros labradores no pueden vivir con lo que se los paga.

Por eso es tan y tan importante que determinados productores de cava y otros vinos del Penedès hayan decidido pagar muy por encima de los 40 céntimos. Aun así, leo en la entrevista que le hace Va de Vi al señor Raventós que las bodegas Raventós y Blanc han decidido pagar un euro por kilo. Las reflexiones del señor Raventós (Pepe Raventós), que dirige el grupo Raventós y Blanc, son interesantes y significan, desde hace tiempo, un punto de inflexión respecto a lo que ha sido la miserable estrategia del cava y de demasiados productores del Penedès. No conozco al señor Pepe Raventós personalmente, pero conocí a su padre, Manuel Raventós, que un día me explicó los proyectos que tenía en mente -me parece recordar que su hijo entonces, residía en Estados Unidos donde se dedicaba, principalmente, a la proyección internacional de sus productos. Y a fe mía de Dios que lo hizo bien. Los espumosos de la marca se venden a un precio apreciable. A un precio superior a los de la media. Recuerdo un día que, de viaje en Praga, me paré a hacer el aperitivo en la cafetería del hotel, que era de lujo. Solo tenían en la carta dos espumosos: un champán francés y un epumoso de Raventós y Blanc. Y lo mejor de todo: el precio del catalán era un 75% el precio del francés. Un éxito remarcable. Envié, inmediatamente, un email al señor Manuel Raventós felicitándolo, explicándole la anécdota.

Consumir bien y buenos productos y pagarlos al precio correcto es la mejor manera de ser justo con el labrador

Justo es decir que la trayectoria de la familia Raventós es curiosa. El padre del señor Manuel Raventós fue Josep Maria Raventós y Blanco, y dirigió durante muchos años la firma familiar Codorniu, los orígenes de la cual se remontan al siglo XV. Mira por donde don Josep Maria fue el creador de la denominación de origen Cava. Murió en 1986. La torpe historia posterior del consejo regulador de esta denominación hizo que su hijo y su nieto (Manuel y Pepe) decidieran abandonarla en 2012. Y crearon la denominación Cuenca del Río Anoia. Algunos han querido insinuar que el nombre de esta denominación era poco comercial y, al ser nueva, llevaría problemas de ventas. Poco importa. La familia Raventós se ha dado cuenta de que la bondad de un vino viaja más bien ligada a la calidad de la marca que no por la DO. Miren, si no, los resultados. Los vinos de Raventós han ido ganando terreno y prestigio internacional y poca gente, fuera de aquí, da importancia a la DO. Pienso que es sensato. Demasiado a menudo las DO, como el patriotismo, constituye el refugio de los mediocres. Cava ha acontecido sinónimo de sangría, de bebida para tomar con bañador mientras se come una paella. Lejos del glamour que representa el espumoso que tomé en el hotel Arte Nouveau Palace de Praga. La anécdota refleja que solo las buenas y eficaces acciones individuales ayudan a prestigiar buena parte de la producción vinícola catalana.

Se acercan tiempos de crisis, y la experiencia me dice que, de mal grado que el país va sobreviviendo, en cada colada perdemos una sábana. La tentación, la necesidad en muchos casos, de reducir gastos domésticos pueden llevar a elegir productos de calidad dudosa. Recortemos otros gastos, dejemos de hacer tantas y tantas actividades a menudo innecesarias. Pero continuemos consumiendo el buen producto del país. Respetemos aquello que consumimos, dándole prestigio y pagando lo que toca. Los elogios y aplausos son una forma de faiseísmo. Consumir bien y buenos productos y pagarlos al precio correcto es la mejor manera de ser justo con el labrador. Lo que les he explicado lo corrobora.

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