Solos e hiperconectados, la nueva pandemia

Vivimos en el mundo de la contradicción y la incoherencia, y ahora me explico.

No hace tantos años, si lo pensamos bien, las personas nos comunicábamos con el teléfono y la carta. Recuerdo perfectamente el primer teléfono, aquel que tenía la marcación por disco, una rueda con diez agujeros con la que marcábamos el número girando el dedo hacia la derecha. Han pasado solo 67 años desde su irrupción en nuestras vidas y hoy, muy probablemente, la mayoría de nuestros hijos no sepan ni cómo se usaban o directamente ni les suene su nombre.

¿Y quién no recuerda las antiguas cabinas telefónicas? Me vienen a la memoria aquellas que tenían una puerta para poder cerrarse dentro y que funcionaban con monedas. De hecho, viví con cierta tristeza el momento en que el gobierno central anunció la fecha de caducidad de estas cabinas. Después de más de un siglo de existencia, en el año 2022 se abolía la obligación de mantenerlas como servicio público, al igual que las guías telefónicas

 

"Largas conversaciones en las que fluía la palabra, las emociones, las sonrisas, los llantos, pero también algún silencio que sin decir nada también hablaba"

 

O las cartas, mis queridas cartas. Yo era una gran aficionada, escribía a mano, siempre largas, muy largas. Y las ponía perfectamente dobladas dentro de esos sobres que te dejaban la lengua amarga cada vez que los cerrabas.

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El teléfono y la carta. Largas conversaciones en las que fluía la palabra, las emociones, las sonrisas, los llantos, pero también algún silencio que sin decir nada también hablaba. Hoy, y confieso que lo digo con melancolía, estos medios se han vuelto casi anacrónicos y han quedado desplazados por la irrupción de la telefonía móvil y su amplio abanico de recursos de comunicación.

Precisamente en este sentido, un reciente estudio del profesor de la Escuela de Telecomunicación de Barcelona (ETSETB) y director de la Fundación i2Cat, Josep Paradells, pone de manifiesto una estadística bastante elocuente, la disminución de la presencia de teléfonos fijos en los hogares del Estado, que ha pasado del 70% a menos del 55%.

Y es que todo cambia vertiginosamente. Vivimos en un mundo dominado por la hiperaceleración, la incertidumbre y el exceso de información. ¿Por qué, a pesar de contar con infinitas vías de comunicación, no nos comunicamos adecuadamente? Hágase, si no, una simple pregunta: ¿por qué contabilizamos cientos, miles, decenas de miles de contactos en las redes y, en cambio, a menudo no encontramos a nadie con quien tomar un simple café triste? La sociedad de hoy nos aboca a una independencia donde las interacciones son cada vez menos humanas, donde el contacto directo es cada vez más efímero. Los trabajos son más autónomos, telemáticos y distantes y, inevitablemente, las personas nos hemos visto en gran parte contagiadas. Tenemos menos amigos y menos parejas que antes. Estamos hiperconectados. Tenemos los correos electrónicos, la mensajería instantánea, los mensajes cortos o SMS, las videollamadas, las redes sociales... y, sin embargo, cada vez nos sentimos más solos. Por paradójico que parezca, hemos llegado al extremo de que hablar por el móvil, tal como solíamos hacerlo con el teléfono fijo, hoy incluso nos resulta incómodo o extraño.

Estar hiperconectado es la manera de acabar aislado.

La revolución tecnológica que hemos vivido en estos últimos años nos ha dotado de inmensurables beneficios y oportunidades, pero al mismo tiempo nos ha hecho acomodarnos al automatismo físico y mental. Detengámonos un momento y hagamos este humilde ejercicio. ¿Cuántos de nosotros viajamos en transporte público mirando fijamente el móvil? ¿Cuántos mantenemos, o hemos mantenido, la vista pegada a la pantalla mientras hablamos con la persona que tenemos a nuestro lado? Lo expongo abiertamente a modo de autocrítica, porque mal me pese, yo también he caído en la trampa de la hiperconexión.

 

"La disminución de la presencia de teléfonos fijos en los hogares del Estado ha pasado del 70% a menos del 55%"

El mundo y nuestras vidas se han transformado. Un ayer y un hoy que rompen vínculos. Todo es cada vez más breve y frívolo. Nos aburrimos más rápido y nuestra atención colapsa con más facilidad. Ansiábamos ser o asimilarnos a aquellos que tienen, o aparentan tener, la vida ideal en las redes. Nos hemos olvidado de disfrutar y de luchar por lo que somos individualmente.

Las redes sociales no son más que el reflejo de una falsa realidad, una perfección impostada donde nadie muestra las inseguridades ni los miedos. Y, sin embargo, todos somos adictos. Tinder, WhatsApp, Instagram, Facebook, TikTok, LinkedIn, ... Son herramientas virtuales que pueden fomentar relaciones que alimentan nuestra esfera profesional, social y afectiva, pero al mismo tiempo es necesario tener una identidad bien construida y una red social real y afectiva estable.

Sentirse solo es perjudicial para la salud. Estar solo, no. Porque podemos estar acompañados y al mismo tiempo sentirnos solos. La soledad es actualmente una epidemia y tiene un impacto enorme en la salud. Nuestros jóvenes, nosotros mismos, nos sentimos solos y estamos hiperconectados. Nuestros mayores se sienten solos porque progresivamente van perdiendo amigos debido a que van falleciendo.

"¿Por qué contabilizamos cientos, miles, decenas de miles de contactos en las redes y, en cambio, a menudo no encontramos a nadie con quien tomar un simple café triste?

 

Definitivamente, debemos valorar la importancia de las relaciones humanas, el contacto físico y emocional, las conversaciones y los silencios junto a los demás. Acariciarnos las manos, sentir los sonrisas y las lágrimas lejos de las pantallas. Y también aprender a estar solos, a divagar, a aburrirnos, a desconectar nuestro cerebro para reciclarnos, regenerarnos, para incorporar lo que hemos aprendido y relajarnos, tanto mental como físicamente. Es posible, solo hace falta dar un paso diario que nos acerque progresivamente a nuestro bienestar individual.

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