Técnicas para tiempos de resistencia

Se ha hablado mucho de la falta de liderazgos del momento actual, de la debilidad de las instituciones, de la ausencia de un plan compartido y de la dificultad de sacar adelante ideas ambiciosas en un contexto en el que sumar mayorías y consensos significativos es casi imposible. Parecería que no es el mejor momento para diseñar grandes proyectos complejos que pidan muchas voluntades y complicidades, y que podría ser más eficiente organizarnos en pequeños grupos, células, con mucho foco y objetivos muy claros, liderados por un número muy reducido de personas con complicidades claras y fuertemente implicadas. Esta diferencia de método podría explicar porqué la idea de hacer unos Juegos Olímpicos de Invierno ha acabado de una manera y en cambio la idea de organizar la Copa América ha acabado de otra.
 
Nos hemos creído que la única manera de sacar adelante un proyecto de manera justa y democrática es reuniendo un gran número de personas que den legitimidad a la propuesta, y habilitando por tanto mecanismos de debate y participación pese a que a la hora de la verdad esta arquitectura da problemas para construir consensos y tomar decisiones. Casi podríamos decir que la participación se ha acabado convirtiendo en una trampa que hace difícil pasar a la acción. Pero hay otras maneras, más en esta línea de las células, alguien incluso lo llamaría guerra de guerrillas, que pueden ser útiles y igualmente válidas en una sociedad justa y democrática. En este sentido podemos aprender mucho de los diferentes movimientos ciudadanos y activistas que hay a nuestro alrededor, organizaciones como Civio, X-net o Citizen Lab, que demuestran que grupos pequeños pueden tener un alto impacto. De todos ellos aprendemos cosas, e incluso podríamos empezar a ordenar estos aprendizajes en algo parecido a un decálogo. Vamos a por ello:

Comunicar para modificar. A menudo el primer cambio debe ser en el lenguaje

  1.  Venir llorado de casa. La ambición de una célula de trabajo es actuar, en lugar de lamentarse de lo que está pasando.
  2.  Decidir qué forma queremos tener. Un individuo, un grupo abierto, un grupo cerrado, un grupo difuso, una plataforma de grupos o de personas… lo que no puede ser es que no lo sepamos o que lo vayamos descubriendo sobre la marcha.
  3. La centralización no es posible, ni deseable. Siempre hay alguien que intenta identificar todas las células activas e intenta reunirlas y coordinarlas. No hace falta.
  4. Saber a quién nos dirigimos. ¿Quién es nuestro objetivo?: los iguales, los afines, los simpatizantes, los que escuchan pero no son como nosotros, los que no escuchan pero son como nosotros, los que no escuchan y son diferentes, los amigos de los que se enfrentan a lo que proponemos, los que se enfrentan a lo que proponemos, las instituciones, los medios de comunicación…
  5. Comunicar para modificar. A menudo el primer cambio debe ser en el lenguaje. El lenguaje que utilizamos a menudo nos deja en el marco mental de lo que pretendíamos cambiar, o nos hace incomprensibles para aquellos a quienes nos queríamos dirigir. No debemos comunicar lo que queremos decir, sino aquello que nuestro interlocutor puede entender.
  6. Quien propone se encarga. No se vale hacer propuestas si no estás dispuesto a encargarte de ellas, sino acabamos haciendo reuniones donde salen grandes ideas que no van a ninguna parte porque resulta que nadie las puede hacer o nadie quiere implicarse. Si lo propones debes estar dispuesto a comértelo. No hay ideas si nadie acaba el trabajo. El foco es la acción, no la reflexión.
  7. Hacemos lo que podemos hacer. No sólo hacemos lo que nos gustaría, sobre todo hacemos lo que podemos conseguir. 

Y para acabar, una cita vista hace años en twitter (@Mic_y_Mouse) que me acercó en su momento la gran Simona Levi: “Las únicas cosas con las que podemos contar con total seguridad son la muerte y los dedos”.

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