Tener más hijos

De la rastellera de medidas que proponía la ultradreta para apoyar el nuevo gobierno andaluz, había una que, de entrada, no sonaba mal: prestar apoyo a las familias y estimular la natalidad . Las bajas tasas de natalidad que tenemos en Cataluña de hace décadas han llegado también a la comunidad autónoma más poblada. Los cambios económicos y de valores que frenaron la natalidad se han ido extendiendo desde el norte de Europa hacia los países del sur y del este del continente. La debilidad del estado del bienestar en estas zonas se han visto todavía acentuada por la crisis de la última década, que ha aumentado la incertidumbre y la precariedad y ha disminuido sustancialmente la renta disponible por parte de extensas capas de la población.

"En Cataluña, el primer hijo llega de media a los 32 años, una de las edades más elevadas de Europa"

La consecuencia, pues, es el retraso en la emancipación de los jóvenes, en la constitución de nuevas familias y en la llegada del primer hijo, que a menudo acontece el último. En Cataluña, el primer hijo llega de media a los 32 años, una de las edades más elevadas de Europa. Aquí habíamos tenido un leve repunte en la histórica tendencia a la baja natalidad a raíz de la llegada masiva de inmigrantes en la primera década del siglo, con predominios de gente joven y con unas pautas de procreación todavía propias de los países de origen. Pero como siempre, la integración de los recién llegados empieza por la adopción progresiva de las pautas de natalidad del país de acogida. Los determinantes económicos acaban homogeneizando los comportamientos sociales y hoy tenemos una media de nacimientos de 1,36 por mujer, también entre las más bajas del mundo.

Los nórdicos demuestran que es posible

Los países nórdicos ya hace años que consiguieron cambiar la tendencia regresiva de su natalidad. Un estado del bienestar muy fuerte, conseguido con un elevado esfuerzo fiscal por parte de todo el mundo, hace que los ciudadanos no tengan que preocuparse mucho ante las diferencias contingencias vitales: hijos, paro, envejecimiento, enfermedad... Todo tiene sus contrapartidas y el hecho que las relaciones de necesidad y de solidaridad intergeneracional se debiliten desincentiva la cohesión familiar y dispara los hogares unifamiliares y la soledat de los más grandes.

"Un estado del bienestar muy fuerte, conseguido con un elevado esfuerzo fiscal por parte de todo el mundo, hace que los ciudadanos no tengan que preocuparse mucho ante las diferencias contingencias vitales"

Otros lugares también han hecho políticas de protección familiar, pero seguramente mucho menos globales y a menudo con efectos contraproducentes. En el Reino Unido, durante décadas, para proteger las madres solteras, se los otorgaba automáticamente una vivienda pública. El resultado fue que muchísimas adolescentes que querían irse de casa optaban para quedarse embarazadas y para vivir bajo el paraguas público. En Bélgica, fines hace muy poco, las elevadas ayudas permanentes que había para las familias en función del número de hijos, habían convertido el país en un foco de concentración de inmigración magribina -siempre la más impermeable socialmente- que hacían de estas ayudas la principal fuente de ingresos de su modus vivendi. En España, hay que recordar el famoso cheque bebé de los primeros años del gobierno Zapatero, que dio lugar, entre otros, a una célebre portada en una revista humorística. Hasta que con la crisis se acabó de golpe.

Natalidad y pensiones

La caída de la natalidad se utiliza a menudo para justificar desajustos y problemas. Por ejemplo, la gran amenaza que se supone que representa la caída de la natalidad cae sobre el sistema de pensiones. El modelo de reparto vigente exige que cada vez haya más cotitzants para cubrir el creciente número de pensionistas. Pero en casa nuestra sufrimos sobre todo porque la tasa de paro continúa siendo muy elevada, la tasa de actividad -número de quienes están dispuestos a trabajar en relación con quienes están en edad de hacerlo- también y, además, la crisis ha hecho disminuir el salario mediano, de forma que las cotizaciones sociales son menores. Y en última instancia, sería bueno también ir migrante hacia otro modelo de financiación de las pensiones. De ejemplos exitosos no faltan, desde Austria hasta Australia.

Natalidad vs. inmigración

La inmigración es el otro gran argumento a favor de la natalidad y es cierto que a países como Alemania, la carencia de nacimientos los obliga a incorporar un flujo continuo de inmigrantes extranjeros para cubrir la demanda de puestos de trabajo. Pero, volviendo a Andalucía, Almería se llenaba de inmigración magribina y subsahariana para trabajar en los invernaderos mientras a 300 kilómetros había la provincia española con una tasa de paro más elevado, que en algunos momentos ha llegado a una tasa del 40%. Las penosas condiciones de trabajo y los sueldos muy bajos no atraen una población que entre subsidios, ocupación temporal y economía sumergida va tirando la vive-vivo mientras forma parte del paro oficial. El aumento del salario mínimo, como admitió el mismo Joan Rosell, tendría que mejorar estos incentivos. Eso sí, siempre que realmente sea efectivo.

"Porque la decisión de formar una familia y tener hijos no sea fruto de una heroicidad o de una inercia social cada vez más débil, hay que superar las ocurrencias y establecer políticas consensuadas"

Todo ello no quiere decir que la baja natalidad no sea una amenaza a medio y largo plazo que hay que revertir. Una sociedad envejecida siempre será menos dinámica e innovadora y siempre será preferible –en términos de costes económicos y sociales- aumentar el número de nacimientos que recurrir a la inmigración masiva y desordenada. Pero porque la decisión de formar una familia y tener hijos no sea fruto de una heroicidad o de una inercia social que cada vez es más débil, hay que superar la etapa de las ocurrencias y establecer políticas consensuadas y en medio y a largo plazo. Hay que reforzar y hacer más eficiente el estado del bienestar y reorientar el modelo productivo y el modelo fiscal para conseguirlo.

Cómo en otras demandas sociales emergentes –como por ejemplo la seguridad o los efectos negativos de la globalización- las fuerzas políticas progresistas hasta ahora han mirado hacia otra banda. De este modo, están permitiendo que, con la bandera de afrontar los problemas reales de la población, aquellos que ofrecen soluciones fáciles y a menudo retrógradas y de regreso al viejo orden acontezcan la única esperanza para una sociedad desorientada. Tendríamos que evitar que con la natalidad y el apoyo a las familias también pase esto.

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