Ingeniero y escritor

Turismo: es necesario un cambio global de mentalidad

09 de Julio de 2024
Xavier Roig VIA Empresa

La historia nos demuestra que determinadas actividades humanas han tenido que pasar por diferentes fases antes de llegar a lo que podríamos llamar el punto de maduración, aquel que genera un cambio de mentalidad entre toda la población. En general, se pasa por un período inicial que intenta analizar el problema de una manera utilitaria. Se explota la actividad hasta que ya no da más de sí. Una vez se detecta la nueva situación, entonces se busca la manera de continuar explotando los sistemas sin que se hundan. Se ponen parches que permiten ir tirando. Finalmente, llega alguien que enfoca el tema de manera diferente y todos pasan a aceptar la nueva situación.

 

"Está en riesgo de extinción el ciudadano de la Barceloneta y el barcelonés también está amenazado. El lloretano ya desapareció hace tiempo. Igual que el salouense o el tossense"

Un ejemplo claro ha sido la industria en general. Las fábricas contaminaban, pero la contaminación producida no hacía suficiente daño. Los ríos se iban ensuciando, pero la vida cotidiana no se veía amenazada. Si se trataba de un país en vías de desarrollo -la España de los años cincuenta y sesenta, por ejemplo- la salida de la pobreza lo justificaba todo. “¡No cerraremos fábricas que dan dinero y generan bienestar social!”, era la excusa. Con el incremento de demanda de productos manufacturados, los residuos aumentaron y, ante unos niveles de contaminación tales, muchas especies animales y vegetales fueron desapareciendo de los ríos. Entonces, determinados elementos de la sociedad pusieron el grito en el cielo. Al principio no se les hacía mucho caso. Pero ante la presión, las industrias de los países avanzados idearon métodos para tirar las aguas sucias a los ríos, pero eliminando los elementos que más contaminaban. O trasladando las fábricas a países sin regulación estricta en la gestión de residuos. Los ríos ya no iban tan sucios. Hasta que, finalmente, las aguas industriales dejaron de verterse a los ríos. Porque el acto de tirar cosas al río -limpias o sucias- ya no era aceptable. La sociedad lo rechazaba. Las fábricas, hoy en día, tienen plantas depuradoras y sus aguas residuales entran en el ciclo general que acaba produciendo un agua que se puede beber. Si preguntan a la gente de la calle por qué esto debe ser así, responderán que, de otro modo, la actividad industrial se vuelve insostenible. Es decir, o se hace esto o mejor dejar de fabricar el producto en cuestión. Se ha producido un cambio de mentalidad radicalmente diferente del existente en la opinión pública de los años cincuenta.

 

Algo similar está ocurriendo con el turismo de masas. Pero aún estamos en los inicios. Durante décadas se ha promovido el turismo de masas por el simple hecho de que significaba una entrada de divisas sin necesidad de hacer demasiado esfuerzo. Pero el turismo de masas contamina -genera ruido y malestar- y altera el ecosistema humano. Además, no parece que los beneficios económicos, que son escasos, compensen los inconvenientes. Estamos, por decirlo de alguna manera, donde estábamos cuando, en cuanto a la industria, desapareció la nutria de algunos ríos. Se han implantado tasas turísticas para tener una justificación de cara a la galería -el equivalente a pagar por contaminar-. Pero en el símil turístico, lo que está en riesgo de extinción es el ciudadano de la Barceloneta y el barcelonés también está amenazado. El lloretano ya desapareció hace tiempo. Igual que el salouense o el tossense. Y el sector ha comenzado a pensar que quizás no conviene ensuciar demasiado los ríos turísticos. Así lo ha manifestado el señor Escarré, el dueño de los hoteles Melià. Ha venido a decir que antes de tirar el agua al río quizás conviene limpiarla un poco. Con esto quiero decir que aún estamos lejos del objetivo final.

"Durante décadas se ha promovido el turismo de masas por el simple hecho que significaba una entrada de divisas sin necesidad de hacer demasiado esfuerzo"

Queda mucho por luchar antes de llegar al estado de opinión que nos debe llevar a la convicción de que el turismo de masas es insostenible. A veces he publicado algunas cifras, que son fáciles de comprender. Si cada uno de los europeos que nacen cada año en la Unión Europea pretende, algún día, visitar la Fontana de Trevi en Roma, eso significará 123.000 personas al día que deberán ser gestionadas para acceder a la famosa fuente. Pero esos son los “ciudadanos locales europeos”. ¿Qué haremos con los 15 millones de indios que nacen cada año y de los cuales un buen número querrá ver la famosa Fontana? ¿Y con los 10 millones que nacen en China? ¿Y con los africanos? ¿Y americanos? Etc. Ya se puede observar fácilmente que el turismo de masas es, simplemente, insostenible.

No hace falta buscar eufemismos, ni buscar parches temporales -entre los cuales se encuentra el famoso “turismo cultural”, que no es más que un oxímoron grotesco en el que no creen ni sus promotores-. No hay mucho que hacer. ¿Que algunos hemos tenido el privilegio de viajar libremente? Sí. Pero eso no es excusa para ignorar que lo que algunos pudimos hacer antes, no es aceptable que hoy lo hagan todos. Y en el futuro solo deberían poder viajar aquellos que realmente tuvieran ganas y estuvieran dispuestos a gastar una cantidad de dinero importante para sufrir los inconvenientes de la incertidumbre del que viaja sin que nadie se lo organice. Y es que, hasta donde yo sé, nadie ha demostrado que viajar sea un derecho social.