La lenta transformación de las universidades

Cuando hablamos de transformación educativa hay quien pone el foco en la evolución de las metodologías docentes, con más o menos tecnología de por medio y con mayor o menor énfasis en el rol del docente, el empoderamiento del alumno o la tipología de materiales y recursos didácticos que se utilizan, por citar algunos detalles. Pero el verdadero reto para la transformación educativa quizá no dependa tanto de una mirada endógena hacia sus propios métodos y recursos, sino de entender el cambio de contexto y tratar de adaptarse a la transformación de la sociedad.

Si aplicamos una mirada histórica muy esquemática, quizá demasiado, la revolución industrial modificó las universidades y las escoró, también quizá demasiado, hacia un rol capacitador para acceder al mercado de trabajo. De una universidad que era puerta de acceso al conocimiento, hacia otra universidad que era puerta de acceso al empleo. Eso condicionó no sólo los procesos formativos o el diseño de los planes de estudio, sino sobre todo los procesos de evaluación y acreditación.

Las aulas de las universidades se llenaron de gente ávida antes de títulos que de conocimientos

La acreditación se convirtió en el certificado de idoneidad para un empleo. Dado un concurso para un puesto de trabajo con demasiados aspirantes, la primera criba era entre los que disponían de un certificado acreditador y los que no. Un mal estudiante dominado por la desidia, que quizá incluso ha copiado en algún examen, pasaba la primera criba si disponía del correspondiente título universitario firmado por el rey o el rector, en su nombre. Por el contrario, un profesional con 15 años de experiencia pero sin el correspondiente certificado universitario se quedaba sin opciones de acceso. Algún filtro hay que poner, decían. El acceso a la acreditación sólo era posible por el circuito académico -no se dan títulos si no te matriculas y vas a clase unos cuantos años- y eso acabó por pervertirlo y llenar las aulas de gente ávida antes de títulos que de conocimientos. Y lo que es peor, orientar los procesos a la obtención del título.

Es perfectamente posible superar asignaturas universitarias aprobando un examen o entregando un ejercicio, pero sin haber participado en ningún proceso educativo ni haber acreditado comprensión o capacidad crítica. Esto ya no sucede en muchas asignaturas, pero todavía sucede en demasiadas asignaturas. El sector público sigue contratando con el título como filtro de acceso, pero el sector público cada vez contrata menos. Y en un contexto en el que mucha gente tiene un título, el sector privado valora cada vez más la experiencia, la actitud, las habilidades, las capacidades relacionales o los recursos propios para resolver un reto o afrontar una situación. Pero la acreditación sigue centrada en conocimientos y no en habilidades o capacidades, con lo cual la acreditación sigue obsoleta.

Necesitamos perfiles capaces no solo de colaborar con otras áreas de conocimiento, sino también de entenderlas

Tener el título de química no garantiza ser un buen químico, ni tiene nada que ver con ser un buen profesional o un buen ciudadano. Y puede que los actuales sistemas de evaluación tengan problemas para evaluar estos aspectos, por lo tanto, difícilmente los podrán acreditar. Necesitamos modelos cada vez más híbridos. Los actuales retos superan los límites de cualquier disciplina, y necesitamos perfiles capaces no solo de colaborar con otras áreas de conocimiento, sino también de entenderlas. Y también deben ser capaces de colaborar con otras culturas, otras maneras de hacer y otras maneras de entender el mundo, así que toca mestizaje en lo técnico y en lo cultural. Traspasar nuestras fronteras europeas y relacionarnos con el resto de continentes, y traspasar nuestras fronteras cognitivas y relacionarnos con el resto de disciplinas. Un concepto amplio de movilidad, y puestos a acreditar, aprender a evaluarla para poder dar fe de que se ha conseguido.

Sin reto podría no haber esfuerzo, y si aceptar el reto es voluntarista, el efuerzo también lo será

Si levantamos el foco y tomamos perspectiva más allá de la educación, una organización de cualquier sector de actividad solo se transforma si hay cambios efectivos en su orientación y estrategia, en sus operaciones y actividades, y en su cultura y estructura organizativa. No se puede abordar una transformación si no se está realmente dispuesto a incidir en los tres factores, el porqué, el cómo y con quién. Y como tras todo ello siempre hay personas, las personas solo cambian por necesidad, raramente por capricho. Un esfuerzo grande solo se consigue si hay una necesidad realmente grave: una amenaza de cierre, el riesgo de perder el empleo, la aparición de un competidor feroz…

Hay pocos casos de industrias que se hayan transformado si todos sus equipos tienen garantizado el sueldo y la continuidad en el puesto de trabajo. Sin reto podría no haber esfuerzo, y si aceptar el reto es voluntarista, el esfuerzo también lo será. La situación del sector educativo no es tan grave, la mayoría de sus miembros no ven amenazada su situación personal y la aparición de nuevos jugadores con capacidad certificadora está fuertemente protegida por el regulador. Todo apunta a un proceso de transformación lento y suave, del que hablaremos durante mucho tiempo. Demasiado.

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