El bañador: una trampa mortal

La presión estética y la necesidad casi celestial de entrar en un bikini perfecto

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Cuando llega el verano, empezamos a ver algunas de las asquerosas propagandas de la cultura del adelgazamiento y la necesidad casi celestial de entrar en un bikini perfecto. No importa que seas la última hormiga de la cadena o una líder ejecutiva, una joven o una anciana, de la etnia que seas o de los orígenes más diversos: tienes que entrar en el bañador de la forma que te recordarán múltiples marcas de ropa. Aunque este debate lleva tiempo sobre la mesa y deberíamos empezar a superarlo, sigue siendo uno de los retos que, cada verano, me ponen delante del espejo a mí y a millones de señoras que se dan cuenta, una vez más, que no lo conseguirán. No tendrán el cuerpo bikini que se habían propuesto, que esperaban que, tragando sopas de verduras extrañas y yendo al gimnasio todos los días de la semana, aunque sólo sea para correr un poquito, podrían llegar a alcanzar.

Podríamos decir que nadie llegará al cuerpo perfecto, pero el problema es que hay algunas personas que sí llegan. Son las mujeres delgadas, modélicas y que han sido bendecidas con el don de la adecuación al canon de la época. También las mujeres ricas que, pese a no tener lo considerado como cuerpo ideal, pueden pagar muchísimas operaciones, dietas y entrenadores personales que les ayudarán a contagiarse a la Virgen de las Penitencias para poder alcanzar el objetivo marcado.

"Ni unas ni otras tienen la culpa de los cánones estéticos que se nos han instaurado"

Estas mujeres que se ponen bañadores microscópicos y se parecen a las mujeres de los anuncios, que se pasearán por la playa y todo el mundo se girará y alabará (de manera positiva o con los ya usuales comentarios violentos) sus cuerpos en el Sol. Son las mismas chicas que yo miraba desde la toalla, de pequeña, pensando que un día, cuando fuera mayor e hiciera mucho deporte, podría llegar a parecerme. Las chicas que muchas de mis amigas han intentado ser alguna vez, pensando que así terminarían todos sus problemas de confianza personal y podrían, por fin, brillar. Las chicas que me parecían muy felices y se sentían muy bien con su propio cuerpo, pero que también tenían sus complejos.

Ni unas ni otras tienen la culpa de los cánones estéticos que se nos han instaurado. Todas ellas son hijas de la fortuna: las primeras, por encajar; las segundas, por no hacerlo. Por eso, y a pesar de ir en contra de unos instintos reforzados por un contexto social que no ayuda nada y por una sensación de no valer lo suficiente como para no estar lo suficientemente buena, he llegado a la conclusión, gracias a las feministas pero también de un trabajo personal muy grande, que lo mejor que puedo hacer cuando vaya a la playa es fingir estar muy segura de mí misma. Fingirlo con mis fuerzas para transmitir el mensaje de que, aunque no sea cierto en la mayor parte de las veces, estoy muy a gusto con mi cuerpo. Explicar a mis primas pequeñas que amo a mi cuerpo y que no me importa que no se adecue a los cánones establecidos. Decirle a mi abuela que por supuesto, que puede hacer topless, a su edad. Recordar a mi madre que aunque se sienta más cómoda con bañador, no es necesario que ésta sea su única opción. Mirarme las estrías del culo y pensar que es mejor que me acostumbre a ello porque eso no irá a mejor.

Ante la presión estética, no basta con criticarnos y reivindicar que no hay cuerpos perfectos e imperfectos, sino que es necesario destruir esta idea y dejar de juzgar a nuestros cuerpos. Hace unos meses que descubrí esto del body neutral, y creo que, de momento, puede ser una buena solución transitoria. Las soluciones no son soluciones para siempre, pero pueden funcionar una temporada. Hasta que aprendamos que, a la playa se va a disfrutar con las amigas, a bromear con la familia y a nadar hasta que la piel nos quede arrugada.

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