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El derecho a la ciudad: diseñar el desorden

Nuevas formas de intervenir en el espacio urbano y fomentar una ciudadanía crítica y emancipada con capacidad transformadora hacia el entorno

Da igual como sean de complejas las máquinas y cuántas inteligencias diferentes puedan desarrollar, el caso es que no tienen moral | iStock
Da igual como sean de complejas las máquinas y cuántas inteligencias diferentes puedan desarrollar, el caso es que no tienen moral | iStock
Ariadna Romans
Politóloga y filósofa
27 de Julio de 2024

La morfología de la ciudad es uno de los debates fundamentales de esta primera mitad de siglo. La manera en la que organizamos el espacio común determina altamente la manera en la que experimentamos la ciudad, así como la articulación y desarrollo de herramientas de creatividad e interacción social. La importancia del urbanismo ha crecido en los últimos años, siendo el siglo XXI uno de los períodos que más ha reflexionado sobre qué debe ser una ciudad y cómo debe articularse.

 

Después de David Harvey y su libro El derecho en la ciudad en el año 2003, la idea de qué debía ser una ciudad se revolucionó. Antes ya había una conciencia de ciudad, y una idea de ciudad, pero no se había hablado, al menos no de una manera articulada, sobre el derecho a vivir en ella y vivirla. La urbanización acelerada, el auge de la sostenibilidad y la resiliencia ante la emergencia climática, la revolución tecnológica, la aparición de la movilidad sostenible (y el progreso de la insostenible) o la centralización de la inclusión y la equidad del espacio urbano son algunas de las mayores tendencias que se han vivido en los últimos años. Sin embargo, cambio no siempre significa mejora, y aunque hayamos puesto la ciudad en el centro de la atención de la gestión de nuestras vidas, no puede ser siguiendo los valores, parámetros y directrices de tendencias pasadas que lo único que han hecho ha sido convertir nuestras ciudades en lugares fríos, inhóspitos e impersonales.

"Cambio no siempre significa mejora"

 

Muchos urbanistas han hecho propuestas teóricas para revertir este paradigma y convertir nuestras ciudades en espacios no solo habitables y funcionales, sino también en espacios de creación e imaginación. Una de ellas es Jane Jacobs con el concepto de vitalidad, que ha marcado, como Harvey, un antes y un después en la concepción urbana. Pero el libro que a mí personalmente me ha contrapuesto más las ideas como una no-urbanista es Diseñar el desorden, de Pablo Senra y Richard Sennett, una reedición de Los usos del desorden después de cincuenta años de su publicación.

Los espacios urbanos se han convertido en lugares inhóspitos, donde la privatización, la planificación urbanística obsesiva y la especulación propia de nuestro sistema político, económico y social coartan la acción y limitan la experiencia colectiva de las oportunidades que se pueden crear en los espacios en blanco de la ciudad. La idea principal de la obra es iluminar la trampa que supone la planificación actual de las grandes urbes del planeta y ofrecer, así, una nueva idea sobre lo que llaman “infraestructuras del desorden” para encontrar nuevas formas de intervenir en el espacio urbano y fomentar una ciudadanía crítica y emancipada con capacidad transformadora hacia sus entornos locales.

Filósofos como Benjamin Constant, Max Weber y otros han teorizado sobre el papel de la sociedad civil en la ciudad. Sennett subraya la importancia del desorden para evitar la crisis de identidad y fomentar una ciudadanía libre y respetuosa. Con el urbanismo en una mano y la filosofía en la otra, Sennett y Senra piensan juntos en cómo la ciudad necesita exactamente esto: que todo esté por hacer y todo sea posible. En contra de las ciudades perfiladas y cerradas donde todo tiene sentido y una razón de ser, en nombre de la vitalidad de Jane Jacobs, apuestan por el desorden. Sin embargo, en su filosofía el desorden no está basado en el caos y el libre albedrío, sino en tejer con la estetización del orden urbano y la rigidez de los sistemas de organización de los espacios privados y compartidos. De esta manera, se generan nuevas narrativas urbanas y se facilitan espacios donde puedan surgir nuevas experiencias, proyectos e intersecciones entre los diversos elementos que configuran el paisaje urbano y transforman la infraestructura urbana en un espacio para la innovación comunitaria.

Así, Senra y Sennett nos dan una importante lección: no es necesario que todo esté terminado para que funcione. Es más, a veces es necesario dejar cabos sueltos para poder dar paso a la imaginación y a la experimentación. Como recuerda la investigadora Irene Gómez, orden significa priorizar a alguien, en el urbanismo nada es neutral y nada se encuentra ordenado. Así, nuestros autores dejan la puerta abierta en una casa hecha pero que siempre puede tener un mueble más o tirar una pared hacia arriba. La interacción entre los diferentes elementos hace que una ciudad sea abierta y fomente la participación activa y la cultura democrática en todas sus interacciones. Las formas incompletas permiten que los elementos frontera se mezclen y complementan.

"Las supermanzanas han comenzado este camino en la ciudad de Barcelona: abren una puerta a la imaginación urbana que debe ser explorada"

Las supermanzanas han comenzado este camino en la ciudad de Barcelona y, a pesar de la controversia y la polémica que gira a su alrededor, abren una puerta a la imaginación urbana que debe ser explorada. Mantener la ciudad con un cierto desorden puede ser una manera de transformar la ciudad condal, que actualmente es una imagen de postal, en una ciudad vital.