Desde Sicilia: la formalidad como principio

En Sicilia todos están de acuerdo en una cosa: los compromisos se tienen que cumplir

Exterior del aeropuerto de Palermo | iStock Exterior del aeropuerto de Palermo | iStock

Llegar a un aeropuerto que lleva el nombre de dos jueces siempre causa un cierto efecto. Sobre todo si fueron asesinados. Es el caso del aeropuerto de Palermo Falcone-Borsellino. Giovanni Falcone fue asesinado en mayo de 1992 por una gran bomba, precisamente en la autopista que une el aeropuerto con la ciudad.

El otro, Paolo Borsellino, muerto en Palermo por un coche bomba, dos meses después. Ahora que han arrestado el capo Matteo Messina conviene no olvidar que si la mafia siciliana está en declive, es gracias a los dos jueces. Empezó a estar tocada a raíz de sus actuaciones y por las que fueron continuadas por otros magistrados como, por ejemplo, Alfonso Sabella, quién ha dado pie a la serie Il Cacciatore.

Primero con la detención de Salvatore Toto Riina (Il capo dei capi) en 1993. Y en 2006, su sucesor: Bernardo Provenzano, conocido como Zu Binu (el tío Bernardo, en siciliano). Lo detuvieron en Corleone, municipio donde residía. Corleone es un pueblo muy pequeño y misérrimo que visité en 2004, guiado solo por la curiosidad.

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Imagen de Corleone | iStock

Nunca habría imaginado que allí se encontraba escondido el máximo dirigente de La Piovra -como metafóricamente denominan la mafia en Sicilia-. Provenzano se ocultó durante decenios. Gobernaba dando instrucciones, mediante sus famosos papelitos (Pizzini) que se iban pasando de mano en mano hasta llegar al destinatario que ejecutaba las órdenes.

¿Quieren creer que la cadena había llegado a tener más de setenta intermediarios? La policía iba loca. A la hora de capturarlo, Provenzano vivía como un miserable, en una cabaña de pastores cerca de Corleone. Pero tenía poder. Mandaba. Nadie le hacía la fisionomía. Las últimas fotos eran antiguas, de treinta o cuarenta años.

Una tabla, algún pedazo de pan o una botella de vino. Todo presidido por un Santo Cristo colgado en la pared. Bernardo Provenzano, también denominado U tratturi por su facilidad para matar, era un hombre religioso. Lo engancharon cuando la mujer le llevaba la ropa limpia.

Lo engancharon cuando la mujer le llevaba la ropa limpia

El primer golpe que visité Sicilia no hacía tanto que habían asesinado a Falcone y Borsellino. Fui por trabajo, sin demasiadas ganas, les tengo que decir la verdad. Pero hice dos proyectos. Nuestro delegado de la oficina de Palermo, Antonino Nino Lobello, era un hombre tenaz y había creado allí un equipo importante de gente.

Como para todos los sicilianos, comer era un estilo de vida para Nino. Y por eso, solo llegar me llevó a una osteria donde el propietario -tercera generación- se ofreció para cocinarnos un mero con aceitunas. Estuvo preocupado un buen rato, antes no se decidió como aprovechar la cabeza (Una testa primo fresca!) y se decidió por unos espaguetis.

Mi colega siciliano era, como todos sus compatriotas, una persona seria. Con sentido del humor, pero de una formalidad extrema. Contrariamente a los estereotipos que tenemos asumidos, Sicilia tiene poco de italiana del sur. La gente no grita, son serios y formales. Tampoco tienen nada norteño. El país es como es. Por allí ha pasado todo el mundo. Los griegos (Sicilia formó parte de la magna Grecia), los romanos (Sicilia era el granero del imperio), los vándalos, los otomanos, los sarracenos, los normandos, los franceses, los catalanes, los españoles (por absorción de las posesiones catalanas) y finalmente los italianos que todavía están.

En el centro de Palermo se encuentra la iglesia de la Martorana, católica de rito griega. Allí se reunieron, en marzo de 1282, los nobles sicilianos para ofrecer el poder de la isla a Pedro el Grande, nuestro rey, tan importante. El 30 de marzo, los franceses fueron masacrados antes no los echaron. Son las famosas Vísperas Sicilianas. Explica la leyenda que los sicilianos iban por la calle y al encontrar alguien sospechoso le hacían pronunciar la palabra cicero (garbanzo, en aquella época). Si la persona interpelada arrastraba la r al estilo francés, era ejecutada. Los catalanes dejamos suficientes cosas, como por ejemplo, nuestro gótico arquitectónico.

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Imagen de Palermo | iStock


Bien es verdad que de problemas yo no tuve a la hora de trabajar allí. Claro que Nino Lobello nos hacía de interlocutor. Entonces Sicilia todavía estaba bajo el manto de la Democracia Cristiana y nuestro trabajo estaba directamente relacionado con el gobierno regional. Nino declaraba que conocía algunos mafiosos desde que era pequeño. De la escuela.

Allí las cosas funcionan así. Se sabe quién es quien, pero hay que demostrarlo. Por bien y por mal. No es fácil de arremangarse cada mañana para luchar. En cualquier caso, en Sicilia todos están de acuerdo en una cosa: los compromisos se tienen que cumplir. Aunque no estén escritos. En esto, mantienen los principios del Derecho Romano. Los avatares de la historia han hecho de este principio un asunto monolítico, de una gran intransigencia que, como se puede comprobar, puede acabar en sangre.

A pesar de los impedimentos evidentes, la vida moderna en Sicilia es muy agradable. La isla es tan grande como Catalunya y las riquezas naturales abundan. He vuelto varias veces para visitarla. Con buena compañía constituye un marco incomparable para el viajero curioso y ávido. Y no solo de cultura histórica. Si eres catalán, uno se encuentra como en casa.

A pesar de los impedimentos evidentes, la vida moderna en Sicilia es muy agradable

Tanto sea visitando el mercado de la Vucciria de Palermo (el nombre del cual tiene las mismas raíces etimológicas que nuestra Boqueria, es decir, el carnicero), o almorzando un granizado de café con un bollo con nata (típico de los oficinistas de Palermo), o contemplando como cae la lava del volcán, o comiendo un bocadillo de menudos (Pani can meusa), o paseando por los escombros griegos de Selinunte, o asistiendo a la ópera Palermo, o quedándose boquiabierto ante el pantocrátor de Monreale, o inquietándose cuando visitas las Catacombe dei Cappuccini, donde se guardan los cuerpos naturalmente momificados de centenares de palermitanos.

En Sicilia se representan cada día, a veces de forma cómica y a veces de manera especialmente dramática, los ciclos completos de la vida y de la muerte. Es un mundo que hasta que no lo has conocido no te das cuenta de que estabas en la más absoluta de las inopias.

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