El teclado del ordenador

La mayoría de los propósitos se acaban diluyendo al cabo de poco tiempo, y seis de cada diez personas no llegan a cumplir sus propósitos de año nuevo

La mayoría de los propósitos acaban diluyéndose al poco tiempo | iStock
La mayoría de los propósitos acaban diluyéndose al poco tiempo | iStock
Ariadna Romans
Politóloga y filósofa
Barcelona
27 de Enero de 2024

Hay personas que celebran la entrada al año nuevo con una gran fiesta, y otras personas, con un dolor de cabeza fuerte de los excesos de la noche anterior, escribieron propósitos de año nuevo. Me gusta ser de las segundas, aunque con los años los excesos van a menos y el dolor de cabeza a más, y eso que todavía no he llegado a la treintena. No quiero imaginarme lo que pasará en unos años. Me gusta abrir un documento, hacer una lista entre los últimos días del año y los primeros del siguiente de las cosas que me gustaría hacer, de las cosas que debería hacer para seguir siguiendo la vía que va tomando mi vida. En la vida moderna, los lápices han sido sustituidos por los dedos, pero hay algo artesanal al utilizar los dedos para hacer cosas como escribir que me gusta. Normalmente, escribo a velocidad infernal sobre las cosas que me apasionan, y corrijo con cuidado aquellas que pienso que deben tratarse de manera delicada. Sin embargo, los propósitos de año nuevo los escribo lentamente, con paciencia, mirando durante horas en la pantalla y pensando qué idea o qué nueva hazaña me gustaría empezar. Es un momento de dejar atrás lo que he hecho anteriormente para pensar de forma esperanzadora hacia el futuro.

 

Con mi familia jugamos bastante a juegos de mesa, hasta el punto de perder la paciencia o la gracia de los juegos de tanto repetirlos. Cuando jugamos, mamá siempre se ríe de mí porque nunca arriesgo. Sabiendo que puedo perder estrepitosamente, siempre procuro mantener una posición conservadora con mis cartas y no malgastarlas a menos que tenga muy buen juego. Esto hace que gane poco a menudo, pero que tampoco quede nunca entre las posiciones más bajas (excepto con el remigio o rápido, dos de mis causas perdidas). El caso es que esta posición conservadora se mantiene también con mis propósitos, y siempre me pongo objetivos que sé que podré cumplir, asegurándome un éxito inicial que sea un reto pero que sea asimismo alcanzable. Algunos dirán que esto es hacer trampas, otros que es buenismo hacia una misma, y otros arrogancia por darse falsas satisfacciones en lugar de ponerse al límite de las propias posibilidades. El caso es que, para mí, los propósitos son excusas para acelerar lo que haría de todos modos o que sólo tengo que encontrar un momento para hacer, para ir mirando de vez en cuando y ver que mi vida no se estanca.

Los propósitos de año nuevo los escribo lentamente, con paciencia, mirando durante horas en la pantalla y pensando qué idea o qué nueva hazaña me gustaría empezar.

Hace unos meses escribí un artículo sobre por qué las personas tienden a no cumplir sus propósitos de año nuevo. Que si dejar de fumar, empezar a ir al gimnasio, comer más verdura, pasar más tiempo en familia, trabajar menos o viajar a un destino remoto… Según una estadística de One Poll, la mayoría de los propósitos se acaban diluyendo al poco tiempo, y seis de cada diez personas no llegan a cumplir sus propósitos de nuevo año. Uno de los grandes problemas que presentaba la encuesta era que muchos de los objetivos son inasumibles, demasiado complicados de medir y que piden un cambio de acción radical que va mucho más allá de lo que nos proponemos. Aún así, seguimos aprovechando la ocasión de empezar un nuevo año para poder apuntar velozmente en un teclado con cada uno de nuestros dedos, lo que esperamos, deseamos y proyectamos que queremos que ocurra en el nuevo año. Somos una especie curiosa, los humanos.