La emboscada del perfeccionismo

Todo perfeccionista muere en el intento de satisfacer un propósito cuyo valor está en manos de otro y no le pertenece

Una mujer perfeccionista coloca unos lápices de colores | iStock Una mujer perfeccionista coloca unos lápices de colores | iStock

No voy a negar que el perfeccionismo persigue una honorable causa y, seguramente, de ahí viene la cantidad de condecoraciones que creemos que nos van a otorgar si nos validan como tales. Sin embargo, lamento comunicarles que no es oro todo lo que reluce. Les aseguro que todo perfeccionista muere en el intento de satisfacer un propósito cuyo valor está en manos de otro y, por lo tanto, no le pertenece. Como el rey Midas, un perfeccionista lo pierde todo en su ansia por lograr el oro. Consecuentemente, toda búsqueda de perfección es caer en una emboscada de trágico destino.

Me voy a explicar… Vivimos en una sociedad dual y, consecuentemente, todo el sistema socioeconómico está definido por lo que se considera que está bien y lo que se considera que está mal. Cada uno de nosotros, llevados por nuestra parte ególatra, buscamos el reconocimiento de lo que se entiende como un “bien” de forma externa y alimentamos nuestra autoestima cuando el ojo ajeno nos otorga el ansiado like. En raras ocasiones nos planteamos alguna de las siguientes preguntas: ¿para qué estamos persiguiendo tal fin? ¿Qué hay detrás de esos likes? ¿A qué precio dejamos nuestro valor en manos de los demás?

Lo cierto es que la mayoría de perfeccionistas dudan de su propia valía porque no se han parado nunca a identificarla de forma intrínseca y, aunque ese deseo de perfeccionamiento es ciertamente uno de los pilares de los cuatro acuerdos definidos por el afamado doctor tolteca Miguel Ruiz, concretamente “haz siempre lo mejor que puedas”, han pasado por alto los otros tres: “Honra tus palabras”, “no te tomes nada personal” y “no supongas”. Los perfeccionistas son muy crueles hacia ellos mismos e igual de déspotas con los demás. Les cuesta mucho aceptar críticas, son lapidarios con las suyas propias y presuponen que pueden ser los mejores pero nunca llegan a serlo porque toda comparación les acaba pareciendo odiosa. Suelen responder con falsa humildad cuando se les halaga y son grandes procrastinadores para sus propias causas porque tienen un miedo atroz al fracaso o al qué dirán. Como contrapartida, son muy conscientes de lo que se sufre en el camino hacia la meta de excelencia, pero no todos atribuyen su éxito a su manía perfeccionista, pues muchas veces queda oculta bajo su corona de laurel. Normalmente acaban derrotados a pesar de sus grandes triunfos y a punto de perecer en el intento.

Los perfeccionistas son muy crueles consigo mismos e igual de déspotas con el resto; les cuesta mucho aceptar críticas y son lapidarios con las suyas propias

Estoy segura de que, si sois perfeccionistas o conocéis a alguno, lo que acabo de exponer os resultará familiar y estaréis de acuerdo conmigo en que se trata de una emboscada. No obstante, existen estrategias de salida que, a mí, perfeccionista redimida, me han ayudado tanto para gestionar mis propias frustraciones como las de otras personas a las que presto apoyo:

1. Lo primero es reconocer y aceptar la emboscada: reconocer que la meta es valiosa pero teniendo que revisar su propósito y cómo llegar hasta ella.

2. Verificar el para qué y asegurarse de que estamos completamente de acuerdo con la causa y que vale la pena todo el esfuerzo para lograrla.

3. Agradecer todo el camino recorrido y a aquellos que han estado a nuestro lado; reconocer que se trata de un mérito compartido.

4. Hacer paradas para revisar todo lo conseguido y debatir la mejor estrategia para seguir adelante. Escuchar a nuestros caballeros de la mesa redonda con atención antes de tomar cualquier decisión precipitada y celebrar con ellos cada uno de los avances.

Hay estrategias de salida para los perfeccionistas que ayudan a gestionar las frustraciones, como reconocer que ha sido un mérito compartido

5. Tener en cuenta que no hay una única perspectiva y que uno no puede ganar la batalla solo. Debemos confiar en nuestro ejército de fieles confidentes y mantener una actitud humilde. Como dijo Sócrates, “la verdadera sabiduría es el reconocimiento de la propia ignorancia”.

6. Procurar no rendirse a la primera de cambio, pero aceptar las derrotas con honor si son inevitables. Como observó el economista estadounidense Paul Samuelson, “a toda buena causa se le debe perdonar un poco de ineficiencia”.

7. Valorar la imperfección humana como la condición indispensable que nos hace crecer y nos lleva a aquello que realmente perseguimos, tal y como hizo viral la académica Brené Brown en su conmovedora charla  TED en Houston, “El poder de la vulnerabilidad”.

8. Detenerse a observar y a reexaminar los fines, para poder preparar todo nuestro armamento de habilidades. Como dijo Krishnamurti, “aprender es descubrir que algo es posible”.

9. Asegurarnos de que nuestra causa es ética tanto para nosotros mismos como para el mundo entero, pues, como dijo el Premio Nobel de la Paz Albert Schweitzer, “la ética no es otra cosa que la reverencia por la vida”, y todos la merecemos ella.

Todo ser humano está librando batallas, pero es necesario asegurarnos de que estas nos pertenecen y de que su valor es auténtico. Debemos convertirnos en caballeros imperfectos que conocen la profundidad de la frase del célebre dramaturgo Jacinto Benavente: “La alegría de hacer el bien está en el sembrar, no en el recoger”. El deseo de perfección nunca debe aspirar a un fin, sencillamente porque nunca podrá alcanzarlo. El ser humano es imperfecto por naturaleza y, desde que nace hasta que muere, es, en mayor o menor medida, un ser lleno de imperfecciones. Tender a la excelencia es, sin duda, una aspiración loable, siempre y cuando sea un transitar, un devenir interminable, y no se la confunda con un resultado. ¡Y mucho menos con uno que han de determinar otros! Hay que estar alerta, pues las emboscadas pueden surgir a cada paso… ¡Hala, reformados perfeccionistas, la verdadera victoria os reclama!

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