"Fuera turistas"

Turistas en el Parc Güell | iStock Turistas en el Parc Güell | iStock

Es un barrio tranquilo. Un poco envejecido. Al pie del Parc Güell, la semana pasada, en una de las calles que se llena de visitantes que suben y bajan de la montaña santa gaudiniana desde las once de la mañana hasta las seis de la tarde, en una de las franjas de un paso de cebra ante casa se podía leer "fuera turistas". Pocas horas antes, se había convocado por los alrededores una manifestación gritando el mismo eslogan. Al leer la leyenda y escuchar de viva voz estas palabras, inicialmente pensaba que iban contra mí, porque no nací en La Salut, fui un recién llegado en este barrio, hará treinta o cuarenta años.

Al asistir a estas dos expresiones tan contundentes, me aparecen tres bloques de preguntas. El primero: ¿es turista quién desde cualquier barrio de Barcelona sube al Parc Güell?; ¿sólo lo son los que vienen de fuera del término municipal?; ¿exclusivamente los extranjeros? Visitantes o turistas lo somos todos en nuestra casa o a cualquier otro lugar elegido para contemplar, pasear, disfrutar del territorio, del paisaje o del patrimonio.

El segundo bloque: ¿quién es el propietario de un atractivo turístico?; ¿quién se puede atribuir su defensa frente a los otros: aquellos que viven en el barrio desde hace unos meses, unos años o han nacido aquí, o aquellos que, siendo de fuera, creen que los turistas, así en general, tienen que marchar? Los atractivos turísticos pertenecen a todo el mundo, los que viven en el entorno, en el barrio, en la ciudad y a todos aquellos que tengan ganas de visitarlos porque son patrimonio común, fuente de intercambio cultural y social; por eso, se tienen que ocupar de ponerlos en valor y mejorarlos constantemente todos los colectivos y administraciones, aportando los turistas la parte alícuota para sustentarlos.

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Y el tercer bloque de preguntas: ¿hay que enfrentar los nativos contra aquellos que vienen de fuera?; ¿levantar la bandera y resucitar las guerras púnicas, las defensas numantinas, los dos de mayo patrióticos…? Los que chillaban a los turistas en la manifestación y quienes hicieron la pintada en el paso de cebra de debajo de mi casa tienen todo el derecho a expresar sus ideas, lo tienen que continuar haciendo y tenemos que crear las condiciones para que siempre sea así. Ahora bien, mejor sería encontrarlos en las mesas de discusión existentes y trabajar para que aquellas que se tienen que impulsar después de las elecciones con el objetivo de identificar qué ciudad turística queremos los barceloneses.

Enderezar o abatir

No es cuestión, a estas alturas, de plantear si se quiere ser una ciudad turística o no, como parece que reclaman algunos. Ha costado demasiados años y demasiados esfuerzos y talento comunitario construir esta identidad. Las historias económicas no son reversibles: ahora quiero ser aquello, ahora esto… Se pueden enderezar, redirigir, rehabilitar, reestructurar, incluso, desconstruir, pero nunca abatir, destruir, derrocar, liquidar, exterminar... para volver a empezar con otra cosa. Consolidar un espacio como clúster industrial, un hub tecnológico o una ciudad turística requiere no menos de veinte años; no se puede echar por tierra en una o dos legislaturas de cuatro años toda el trabajo hecho por mucha gente en las últimas décadas.

No se puede echar por tierra en una o dos legislaturas de cuatro años toda el trabajo hecho por mucha gente en las últimas décadas

En el proceso de construcción de la Barcelona moderna que inició Pasqual Maragall, y recogerá quién salga elegido el próximo 28 de mayo, se han realizado cosas espléndidas. Repasando los planes estratégicos de la ciudad desde 1984, la propuesta es asumible. El modelo de planificación propuesto para crear riqueza a base de desarrollar una ciudad atractiva para los barceloneses y los visitantes es una hoja de ruta potente. Desde este punto de partida, continúa sirviendo ahora 1) para hacer una ciudad al servicio de los ciudadanos y de los visitantes, en convivencia; 2) para descarbonizarla y reducir todos los impactos negativos sobre el territorio cuanto antes mejor; y 3) diseminar los efectos económicos del turismo entre todos los barrios.

Está claro que habrá que afrontar los nuevos fenómenos acontecidos y corregir algunas desviaciones. Por ejemplo, el ritmo de crecimiento del número de visitantes, que ha ido por delante de la capacidad real en determinados lugares -casco antiguo y lugares emblemáticos-; una vez definida la capacidad de carga deseada zona por zona, será más fácil gestionar los flujos, los horarios, el número de personas en cada lugar, los beneficios para los nativos -que soportan la mayor parte de la carga impositiva- y las aportaciones económicas con las cuales tienen que contribuir los visitantes. Por ejemplo, la concentración de oferta turística, que presiona en exceso sobre el centro de la ciudad masificándolo, se tiene que deslocalizar a otros barrios y abocar en ellos la nueva oferta turística -como por ejemplo la Hermitage-.

Por ejemplo, el control efectivo de las viviendas turísticas, no solo desde la perspectiva fiscal: si la ciudad no se avanzó en su momento a producir y hacer aplicar una legislación clara y estricta, se tendrá que hacer ahora cuando se mezclan el modelo disperso y el modelo concentrado, y ya han aparecido episodios de gentrificació en algunas zonas.

Por ejemplo, el impulso de la digitalización del sector turístico, el comercio y toda la industria de alojamiento.En las ciudades Managing Momentum -destinos de placer, como es catalogada Barcelona en Destination 2030. Global cities' readiness for tourism growth, WTTC, 2019-, se habla concretamente de reducir el peso de los turistas en las zonas centrales y de regular las viviendas de alquiler como las dos medidas indispensables para el 2030. Nada que ver cpn echar a nadie.

En positivo o en negativo. Mirar adelante o mirar atrás. Enderezar/redirigir/rehabilitar/reestructurar /desconstruir o, por el contrario, abatir/ destruir/derrocar/ liquidar/exterminar y empezar de nuevo. Las segundas -fobias agitadas o manifestadas aparte- no aportan ningún elemento en el debate público de calidad y solo hacen ruido en tiempo de elecciones.

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