
Las instituciones democráticas y los mercados, a pesar de ser poderes separados, también están profundamente interconectados. La forma en que organizamos la vida económica de nuestras sociedades, la forma en qué distribuimos el trabajo, cómo mediamos entre la producción de bienes y servicios y su consumo, definen profundamente la manera en que nos organizamos, regulamos y tomamos decisiones como sociedades. A lo largo de su carrera, en equilibrio en medio de la intersección entre filosofía política y pensamiento económico, la profesora de la Universidad de Groningen Lisa Herzog ha explorado las relaciones entre las instituciones y los actores económicos, y la forma en qué aquellas definen y se ven definidas por otras esferas de la vida social. Después de su intervención en la mesa redonda Sociedades de Mercado o Sociedades con Mercados, organizada por el Observatorio Social de la Fundación La Caixa, Herzog se sienta con VIA Empresa para hablar de ideología, conocimiento y trabajo; y de las formas en que el complejo sistema de mercados que organiza la vida económica de nuestras sociedades informa nuestras relaciones con las instituciones democráticas y la capacidad misma de los ciudadanos para vigilarse, regularse y gobernarse colectivamente.
¿Cuál es la diferencia entre Mercado y mercados ?
El sociólogo húngaro Karl Polanyi distinguía entre varias maneras de organizar la vida económica. Hay diversas formas de organización económica: autosuficiencia, intercambio... Los mercados son solo una de estas formas – en algunas sociedades muy marginal, en otras predominante. Usa el concepto de Sociedades de Mercado para aquellas organizaciones sociales en que el mercado está por todas partes. En particular considera las sociedades donde tres elementos son convertidos en mercancía: tierra, trabajo y dinero.
Polanyi afirma que estos tres elementos se pueden mercantilitzar, a pesar de que no sean mercancías en sí mismas – el trabajo humano, por ejemplo, es esencialmente nosotros haciendo cosas, ¿por qué deberíamos comerciar con él? Hoy lo tomamos como una obviedad, pero no lo era durante buena parte de la historia. Polanyi argumentaba que si esta mercantilización llega demasiado lejos, puede tener efectos realmente disruptivos en la sociedad.
Yo defiendo no pensar en el Mercado, con M mayúscula, como una cosa unitaria con características propias, sino ser específico: mirar diferentes mercados, y por cada uno, preguntarnos para qué sirven, quienes se benefician, cuáles son sus externalidades... ¿Podríamos tener alternativas? Así seríamos capaces de entender en qué contexto cada uno de estos mercados puede ser beneficioso, pero también dónde puede hacer daño.
¿Cómo ha influido la centralidad de los mercados como mediadores económicos en nuestra construcción institucional?
Hemos tenido mercados dedicados a muchos bienes durante un periodo muy largo. En muchos contextos han sido beneficiosos, no lo niego, pero especialmente desde los años 80 ha existido una visión de los mercados muy influida por la escuela de Chicago y la escuela austríaca, que ha argumentado que, sin importar la esfera social de la que hablamos, el mercado es siempre la mejor forma de organizarla. Tengo muchas reservas sobre esto. Por ejemplo, cuando hablamos de bienes básicos, necesarios para la supervivencia humana, ¿se pueden dejar a los designios de los mercados? Y, si se puede, ¿cómo se pueden regular estos mercados?
Con la perspectiva del institucionalismo democrático, enfatizo la necesidad de preguntarnos qué significan estos mercados, tanto individualmente como en su conjunto – como sistemas de mercados – para el mantenimiento de nuestras vidas democráticas. Se tiene una concepción muy minimalista de la democracia; pensamos en votar, elegir representantes y que ellos regulen los mercados. También podríamos exigir la participación en instituciones democráticas en otros muchos aspectos de nuestra vida. Pero incluso una concepción minimalista de la democracia como la anterior podría estar en peligro si, por ejemplo, según qué actores de mercado se vuelven tan poderosos que ya no pueden ser regulados por la política democrática. Y durante un par de décadas hemos sufrido un desequilibrio entre los gobiernos nacionales y grandes compañías transnacionales que pueden manipular a favor de sus intereses.
"Defiendo no pensar en el Mercado, con M mayúscula, sino observar los diferentes mercados, y por cada uno, preguntarnos para qué sirven, quienes se benefician"
Durante mucho tiempo, el sentido común apuntaba que las cosas simplemente eran así, que no se podía hacer nada. Pienso que ahora los vientos están cambiando. Una indicación de este cambio son medidas como la propuesta del impuesto de sociedad mínimo mundial que discute el G20. Los estados se plantean cómo regular los mercados a la vegada que se fortalece la governança democrática de estos sistemas – todo ello para conseguir que los actores de mercado no logren suficiente control sobre las instituciones como para que el resto de la sociedad quede vulnerable ante ellos.
¿Ha cambiado la forma en que organizamos la democracia con la centralidad de los mercados como organizadores de la vida económica?
Hay bastante buena evidencia empírica en los últimos años, especialmente en Estados Unidos, que demuestra que los intereses privados influyen en los procesos públicos de toma de decisiones en gran medida. Hay muchas demandas de transparencia, porque se supone que si conocemos estas operaciones podemos controlarlas mejor. Y la transparencia es necesaria, pero no suficiente. Necesitamos muchas más cosas para controlar estos intereses. Es una noción muy naïf pensar que competencia en el mercado por sí misma será suficiente para lidiar con los intereses de sus actores.
Un primer paso es preguntarnos si quien tiene acceso a los legisladores son solo las patronales o si debería tener acceso todo el mundo – sindicatos, asociaciones civiles, organizaciones de consumidores, organizaciones ecologistas... Otros actores que representen otras partes de la sociedad – en cuanto que la regulación de los mercados significa hacer que sirvan al conjunto de la sociedad, y no solo a aquellos que reciben beneficios directamente.
Una propuesta más profunda es la de mejorar el control democrático dentro de las mismas empresas. Una forma interesante de hacerlo sería dar más voz a los trabajadores en las decisiones corporativas, en cuanto que ellos son los que más conocen a sus superiores, y a menudo tienen un interés propio en que la empresa no haga cosas terribles a la sociedad – si viven en una zona que la empresa puede contaminar, por ejemplo. Necesitamos ponernos creativos para generar maneras de fiscalizar democráticamente el poder de los actores del mercado.
¿Cómo afecta este énfasis estructural en la competencia a la forma en que nos relacionamos como individuos, también en el puesto de trabajo?
Sufrimos un giro cultural, en general, contrario a la acción colectiva; como si trabajar conjuntamente con otros fuera un signo de debilidad. En un estado de competencia, el objetivo es ser el ganador; entonces ¿por qué juntarse? Esto afecta al nivel de las compañías, pero también a los trabajadores individuales, a menudo en posiciones muy precarias, que tendrían mucho a ganar de unirse con los otros trabajadores. Yo estudié economía en Alemania y, a pesar de que en el país hay un fuerte sistema sindical, muchos de estos instrumentos de acción colectiva ni se mencionaban. La necesidad que las empresas tuvieran un representante de los trabajadores enfrente no aparecía.
Recientemente, leí un interesante ensayo que argumentaba que, con este giro cultural contrario a la acción colectiva y hacia la agencia individual, hemos olvidado que las empresas son en sí mismas agentes colectivos. Lo que las hace tan efectivas, y a menudo tan peligrosas, es que son un conjunto de personas trabajando juntas, a menudo de forma muy eficiente. Y cuando se opera contra otros tipos de actores colectivos, es norma que se generen desequilibrios.
Un segundo factor sería que, a menudo, hay una idea de meritocracia ligada a este discurso – una idea que la escalada social es moralmente buena, que conseguir un buen salario es mérito tuyo. Esta es una noción muy problemática. Si adoptas estos valores, esta idea del mérito, a menudo significa que internalizarás los valores de la compañía para la que trabajas, intentarás ser un buen trabajador. Y el que necesitamos no es trabajadores dóciles; necesitamos ciudadanos, con ciertas convicciones y capaz enfrentarse cuando le piden hacer algo que las contradice.
¿Pueden unas mejores condiciones laborales y materiales de los trabajadores favorecer su capacidad para fiscalizar a las empresas?
Es cierto que ha habido una estrategia de dividir para vencer, como demuestra la uberización de algunos mercados – en cuanto que se impide activamente que los trabajadores individuales se puedan encontrar entre ellos. Pero los humanos somos animales sociales, y muy creativos, y a menudo los mecanismos de contacto son diferentes, como foros de trabajadores en linea. Incluso en estas condiciones, los trabajadores encuentran formas de establecer relaciones de algún tipo.
"Lo que necesitamos no son trabajadores dóciles; necesitamos ciudadanos"
Estas comunidades, sin embargo, son muy diferentes del sindicalismo tradicional, que era una manifestación contingente de la organización económica de su momento – en que los trabajadores estaban juntos, y tenían las mismas experiencias físicas. Pero, como decía, cuando se pierde el puesto de trabajo como espacio de contacto, los trabajadores encuentran otras formas de generar colectividades. Los próximos años y décadas serán muy interesantes en cuanto a la geografía del trabajo – quién tiene acceso a qué tipo de espacios, con quiénes nos encontramos, voluntariamente o no, y qué significa esto para la relación entre empresario y trabajador.
¿Qué efecto tienen las políticas sociales, redistributivas o predistributives, sobre esta organización?
Propuestas como estas son interesantes en cuanto que pueden permitir que los trabajadores salgan del mercado laboral, y dan la oportunidad de negarse a ciertas cosas que no tendrían si dependen existencialmente de un salario.
En la ética de negocio anglosajona existe un concepto, no demasiado elegante, que denominan go to hell money – la idea de siempre guardar ciertos ahorros para poder negarse a hacer algo que va en contra de tus convicciones, salir de un trabajo y poder aguantar hasta encontrar un nuevo puesto. Pienso que esto es lo que un Estado del Bienestar debería suponer para todo el mundo, en cuanto que ahorrar unos meses de ingresos es muy difícil para una gran parte de la población. El derecho de decir no y salir del mercado debería estar al acceso de todo el mundo.
Dicho esto, la posibilidad material de salir del mercado laboral abre nuevos horizontes, pero no genera por sí misma las condiciones para tener una voz en tu puesto de trabajo. Puede ayudar, pero no es suficiente. Idealmente, mejoraríamos los dos aspectos: daríamos opciones de salida – quizás con un programa de ocupación pública, una opción que me parece muy interesante – pero también daríamos a los trabajadores más derecho a tener una voz a su puesto de trabajo.
¿Quién es responsable de esta mejora de la democracia en el puesto de trabajo, el regulador o la empresa?
Hay muchas cosas que los reguladores pueden hacer. Además, la acción del regulador es la misma por todas las empresas, por lo tanto, iguala el terreno de juego y a menudo facilita introducir cambios. Aún así, también hay mucho de espacio para las empresas que quieran experimentar en este sentido. Algunas compañías están introduciendo, por ejemplo, unidades de trabajo sin jerarquía, en que se toman las decisiones de forma horizontal.
Es cierto que las empresas no hacen estas cosas necesariamente para mejorar la democracia al puesto de trabajo, sino porque piensan que los procesos son más eficientes. Pero esto nos puede enseñar muchas cosas sobre cómo organizar formas diferentes de trabajar. En la versión ideal, de hecho, el marco general de esta democracia en el puesto de trabajo se establece a nivel regulatorio, pero se deja flexibilidad para que las empresas lo adapten a su situación y lo apliquen de forma diferente.
¿Plantean las diferencias salariales entre trabajadores y directivos una barrera para una aproximación democrática al puesto de trabajo?
Son un problema, sí. Pero si tenemos una compañía con una fuerte representación de los trabajadores a niveles directivos, ¿seguiría el CEO ganando 300 veces más que el trabajador medio? Es cierto que la fuerza de esta ideología de la meritocracia de que hablábamos ha provocado que incluso en países con una fuerte representación de los trabajadores, algunos de estos hayan aceptado los argumentos a favor de esta desigualdad de ingresos. Parte del trabajo a hacer, pienso, está al nivel de la ideología.
"En una compañía con una fuerte representación de los trabajadores a niveles directivos, seguiría el CEO ganando 300 veces más que el trabajador medio?"
Aún así, en el ámbito de las relaciones de poder a la empresa, cuando la dirección tiene una contraparte real en forma de trabajadores organizados, no puede hacer lo que quiere en términos de salario – ni hacia abajo ni hacia arriba. En este sentido, pienso, tenemos una oportunidad para producir un cambio de equilibrio, a pesar de que dependemos de las situaciones regulatorias en cada país.
Una de las razones por las que la economía alemana no está en quiebra por su fuerte representación de los trabajadores – como tendría que estar, según algunos modelos teóricos – es que esta representación también tiene efectos positivos. Si los trabajadores están en una buena posición y sus demandas se escuchan, se pueden generar efectos positivos sobre su compromiso con la empresa. Este no es el motivo principal para estas transformaciones, pero sí es un motivo para constatar que proponen un modelo posible. Los trabajadores tienen mucha experiencia, habilidades, ideas, y si sienten que sus voces están representadas en la toma de decisiones, puede ser muy beneficioso para las empresas.
¿Es optimista en cuanto a la aplicación de estas transformaciones?
Existe el peligro de que el pesimismo se convierta en una profecía autocumplida, pero creo que estamos en una situación muy complicada. Conocemos nuestros problemas desde hace mucho tiempo, y no hemos conseguido progresar. Pienso en la velocidad con que se han logrado las innovaciones médicas y técnicas para contener la pandemia, pero a la vez en la falta de innovación social que llevaría a que estas innovaciones técnicas lleguen a todos los ciudadanos del mundo. Somos rápidos en la parte técnica, pero nos encontramos con muchos intereses cruzados cuando dirigimos la parte social, y es en este punto donde se podrían cambiar las cosas. No tenemos un problema de escasez en la mayoría de recursos, pero, aún así, sufrimos grandes desigualdades, grandes niveles de pobreza.
Pensaba que la crisis de la Covid-19 traería a una reflexión sobre nuestras necesidades que nos llevara a ver el que es bueno, pero también lo que es negativo del modelo actual, pero mi impresión ahora mismo es que no hay demasiados cambios institucionales, que no llega el gran momento de cambio que esperaba.