El país del "no" a todo

El 'Green Deal' europeo es la vía a la sostenibilidad que hace falta seguir desde nuestra realidad de país pequeño

Lluís Mijoler, alcalde del Prat; Ada Colau, alcaldesa de Barcelona; y Yolanda Díaz, ministra de Trabajo, visitan la Ricarda, en el Prat | ACN Lluís Mijoler, alcalde del Prat; Ada Colau, alcaldesa de Barcelona; y Yolanda Díaz, ministra de Trabajo, visitan la Ricarda, en el Prat | ACN

"No a todo", decía hace unos años un cartel gigante cerca de Monistrol de Montserrat. No conozco al autor pero, quizás, no iba desencaminado. Esta frase empieza a parecer un lema de país. Los defectos de planificación estratégica, las particularidades y los ideologismos desproporcionados están provocando serias dificultades en la concreción de las infraestructuras y equipamientos en Catalunya, algo que la diferencia de su entorno cercano. Recientemente, Enric Juliana ironizaba: "En Barajas, los aviones queman agua de rosas". Para entenderlo, parece que en Catalunya hay cierta apatía acerca del impacto de la inacción.

Llevar el AVE a Barcelona fue un calvario y con tantos debates sobre las esencias se descuidó la eficiencia del recorrido (pregunten en Reus o Tarragona). Ahora, estamos hablando del aeropuerto, una inversión de 1.700 millones de euros y nos estamos atascando de nuevo. Con el Canal Segarra-Garrigues casi desperdiciamos los mismos millones. Se ha dicho "no" a casi todas las instalaciones eólicas y fotovoltaicas, por ello somos el territorio con menos producción renovable. Se ha dicho "no" a las cárceles; "no", a los centros de rehabilitación de drogadictos; "no", a las plantas de compostaje; "no", a las minas; "no", a las granjas; "no", a los vertederos; "no", a las líneas de alta tensión; "no", a las industrias; "no", a los museos emblemáticos internacionales; "no", al turismo; "no", a los cruceros; "no"... 

Déficits en la planificación estratégica del territorio

Ciertamente, en todos y cada uno de los "no" existen argumentos (de oportunidad, medioambientales, costes desproporcionados, etc.), mayores o menores, que los justifican. Además, toda infraestructura causa incomodidad y, por lo tanto, no es sorprendente que las víctimas se quejen. A su vez, hay movimientos de protesta que expresan aspiraciones legítimas con propuestas hacia la mejor distribución de cargas o incomodidades por actuaciones territoriales, o bien proponen opciones de mejora en los proyectos. Hay infraestructuras mal diseñadas (construir dos autopistas paralelas) o mal ubicadas (un aeropuerto en el mar de niebla). Otras han sido mal planeadas. Por ejemplo, las decisiones sobre el diseño de una línea de muy alta tensión requerirían estudios de planificación estratégica global y con suficiente antelación.

La falta de planificación estratégica da la razón a parte de los conflictos, a la vez que complica sus soluciones

Por el contrario, nuestra red de líneas eléctricas parece un desbarajuste. La tensión actual acerca de la ubicación de los paneles solares en tierras agrícolas debería haberse previsto y evitado. ¿Qué sentido tiene que los recursos más críticos para resolver la crisis ambiental se pongan en competencia? Sin duda, la falta de planificación da razón a parte de los conflictos, a la vez que complica sus soluciones. La actual planificación estratégica territorial no ha incorporado de manera integral y suficiente los retos de transformación energética, alimentaria y de defensa de nuestros recursos productivos.

Los movimientos NIMBY

Aparte de los legítimos argumentos para la discrepancia sobre los proyectos de infraestructuras, también hay diferentes movimientos que no actúan en la dirección del progreso ante los importantes desafíos estratégicos globales y locales. Por una parte, los movimientos NIMBY (Not In My BackYard) es decir, "en mi casa, no". Son movimientos insolidarios, que tienen como denominador común el distanciamiento de los ciudadanos de lo público, lo cual puede provocar irresponsabilidad social, algo que debería preocuparnos seriamente. En general, dentro de una planificación adecuada y una compensación justa, los ciudadanos deben asumir su cuota de "molestia" para fines colectivos, aunque los impactos negativos deban amortiguarse tanto como sea posible. De hecho, los hospitales, los aeropuertos, los trenes, las prisiones, los vertederos, etc. son equipamientos públicos que necesitamos y en algún lugar habrá que colocarlos.  

Para algunos, podemos haber pasado de un país real de deberes y derechos a un país irreal donde solo hay derechos

Vivimos en una sociedad que gestiona un gran número de servicios públicos. Antes, por ejemplo, cada vecino limpiaba su acera porque sentía que era su obligación. Hoy, la acera es limpiada por los servicios municipales. Este es un avance obvio, pero por el camino, es posible que se haya perdido de vista el proceso, con sus costos y limitaciones, quedando solo aparente el derecho al servicio. De esta manera, para algunos, quizás  hemos pasado de ser un país real con deberes y derechos a un país irreal donde solo hay derechos. Y, efectivamente, sin la contrapartida de costos y deberes, los derechos no tienen ni techo ni medida.  

Los efectos disruptivos del ideologismo

Otra fuente de confrontación contra diferentes infraestructuras o equipamientos responde a enfoques ambientales a veces desproporcionados. Las crecientes y alarmantes noticias sobre el cambio climático y la pérdida de biodiversidad han impulsado la aparición de lógicos movimientos defensivos. Esta preocupación, cada vez más compartida, ha llevado, desde la buena fe, a la reacción precipitada hacia la búsqueda de soluciones, igualmente precipitadas, sencillas, insuficientes y con alto riesgo que sean erróneas. En este contexto, un ideologismo muy alejado de la realidad ha articulado sus ideas a partir de grandes juicios absolutos o axiomas intocables. Juicios absolutos que, por otro lado, tienen tantas interpretaciones posibles como profetas para defenderlos. Un ideologismo que ha encontrado su juicio absoluto en el concepto sostenibilidad, pero desvinculado de la complejidad de su concreción real, o bien en el concepto biodiversidad desconectado de cualquier proporcionalidad en relación con otros objetivos   necesarios. En este contexto, debe conocerse una cifra: Catalunya -con un 32% de territorio protegido- es la campeona de Europa en Red Natura, lejos, por ejemplo, de Francia (11%) y por encima del objetivo fijado por la Unión Europea para 2030, que es del 30%.

Por otra parte, no siempre lo que se predica es lo que se hace. Por ejemplo, desde este entorno cultural se recalca el objetivo de la soberanía alimentaria, cuando desde este mismo entorno se han frenado muchas de las acciones para avanzar en esta dirección. Como resultado, se ha perdido la oportunidad de incrementar el autoabastecimiento alimentario, por lo cual no se han podido reducir las importaciones ni, en este sentido, favorecer la lucha contra el cambio climático. Todo ello ha llevado al abandono de las tierras agrícolas y la despoblación rural. A su vez, las políticas de intocabilidad de la naturaleza han fragilizado nuestros bosques, convirtiéndolos en una bomba de energía con la capacidad de emitir (si se incendia) miles de toneladas de CO2. A veces, los árboles no nos dejan ver el bosque, y allí nos hemos quedado, enamorados del árbol mientras el bosque ardía. Como afirma Daniel Innerarity, "nuestro gran problema es el populismo que nos impide construir el interés general con todas las exigencias de equilibrio y responsabilidad".

Catalunya es un país pequeño y se están comprometiendo con frivolidad los recursos necesarios para luchar contra el cambio climático y para garantizar un futuro sostenible

La sostenibilidad con sentido de la realidad debe contemplar múltiples y complejos factores, a menudo contradictorios. Por ejemplo, la producción sostenible de alimentos es un objetivo claro que debemos alcanzar, pero, al mismo tiempo, y de ahí la complejidad, los alimentos deben ser suficientes y estar al alcance de todos. Biodiversidad, agua, alimentación, bosques, emisiones de CO2, economía, paisaje, equidad, equilibrio territorial, calidad del suelo, etc. son todos objetivos deseables. La planificación estratégica debe establecer prioridades hacia unos óptimos posibles, pero necesariamente imperfectos. En cualquier caso, esto solo puede hacerse a partir de grandes consensos, basados en información objetiva sobre la realidad y sin prejuicios, dogmas ni utopías.

Hay que salir del "no"

El resultado previsible de tantos "no" es la parálisis. Y, seamos conscientes, es posible que el "no" sea un lujo que ya no esté a nuestro alcance. Catalunya es un país pequeño y los recursos necesarios para luchar contra el cambio climático y garantizar un futuro sostenible se están comprometiendo frívolamente. No necesitamos propietarios de la verdad, sino humildad para compartir esfuerzos y voluntades. El progreso contra el cambio climático y la sostenibilidad es una lucha global. La Unión Europea ha señalado el camino con la propuesta del Green Deal: este es el camino hacia la sostenibilidad que debemos seguir desde nuestra realidad de pequeño país. Pero, para ello, se precisa un gobierno integrador con una visión estratégica a largo plazo y que no dude a la hora de tomar decisiones para construir el futuro.

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