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Segunda parte. La guerra fría del general Milei

Dos visiones inconciliables que dibujan escenarios opuestos

El presidente de Argentina, Javier Milei, en octubre de 2023 | EP
El presidente de Argentina, Javier Milei, en octubre de 2023 | EP
Joan Queralt
Periodista y escritor
02 de Junio de 2024

La primera parte de este artículo fue publicada el domingo pasado en VIA Empresa.

 

De presidente a profeta de la ultraderecha global

A los cinco meses de asumir las funciones de presidente, Milei se ha transformado. Embriagado de su recién estrenado papel de estrella mundial, parece haberse liberado de los fantasmas personales que le persiguen desde su niñez convirtiéndose en el gran perdonavidas de la ultraderecha mundial, sin tener en cuenta las consecuencias de todo tipo que su antidiplomacia está causando a una Argentina necesitada justamente de apoyo económico y financiero internacional. Y no solo de los EE.UU. del rácano Trump, el Wall Street de los fondos buitres, el Israel de Netanyahu inmerso en sus compromisos militares o la Espanya que representa Abascal.

 

De hecho, Argentina parece interesarle solo hasta cierto punto. Con sus casi tres millones de kilómetros cuadrados, el país austral se le ha quedado pequeño. A la menor oportunidad, Milei toma el avión y parte hacia su Meca más querida, los EE.UU., donde es considerado un verdadero héroe libertario, un líder mundial, por sus pares, gigantes como Elon Musk, Michael Milken, el rey de los bonos basura e icono de la llamada “década de la avaricia”, Trump, los CEOS de los principales Fondos de Inversión; y donde, de la mano de Gerardo Werthein, el nuevo embajador argentino en EE.UU., le reciben con los brazos abiertos los representantes de las principales organizaciones judías del mundo. Cuatro viajes a la Meca de la Libertad en cinco meses, en su mayoría privados y sin más propósito que recibir desconocidos galardones o títulos como el de Embajador Internacional de la Luz, o fotografiarse con su hermano Musk, interesado en el litio argentino para abastecer sus factorías de baterías y controlar una de las mayores reservas mundiales del mineral más deseado del planeta.

A los cinco meses de asumir las funciones de presidente, Milei se ha transformado

Para el hasta hace poco analista de riesgos, marginado en el competitivo enjambre de economistas empleados en la Corporación América del magnate Eurnekian, sus encuentros con algunas de las personas más poderosas del mundo suponen la suprema venganza a las interminables humillaciones sufridas desde la infancia. Una diplomacia estrictamente personal, ególatra, no de Estado, que levanta cada vez más suspicacias en Argentina por el elevado costo de los viajes, cuyas razones obedecen más a sus intereses privados que a los del gobierno.

Transformado en profeta de la extrema derecha levantada en armas para la conquista del planeta, los problemas domésticos de Argentina no le corresponden. El país, piensa, no acaba de percibir la magnitud de su figura, la importancia histórica de su proyecto. Hasta los economistas le discuten sus recetas sagradas, incluso aquellos que, como Domingo Felipe Cavallo y Carlos Rodríguez, había respetado años atrás al extremo de buscarlos como asesores. Hoy, sin embargo, le niegan su grandeza. “No la ven”, como suele lamentarse cuando se refiere a todos aquellos argentinos que desconfían de las certezas que a él le han sido donadas por las fuerzas celestiales.

La fascinación militar de un economista bélico

A Milei, un personaje con vocación de cruzado, le encanta ponerse uniformes y confraternizar con militares de alto rango, a poder ser estadounidenses, israelís, franceses o de la OTAN. De hecho, le encantaría que la Argentina que alumbró a Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz en 1980, ingresara en la OTAN, un propósito lamentablemente irrealizable dado que el país austral queda lejos de las zonas fronterizas sometidas a la amenaza rusa y que, por otro lado, se trata de una alianza entre países de Europa y Norteamérica. Nada detiene sin embargo el furor belicista del presidente, que semanas atrás parecía dispuesto a pedir formalmente que Argentina sea incluida como socio global de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la bienaventurada OTAN. Con su ejército de kollas, pampas, calchaquíes, guaranís y tehuelches camino a la franja de Gaza o a la plaza de la Puerta de la Paz Celestial de Pekín.

A la espera de que la idea prospere, de momento ha puesto a su país a los pies de la OTAN para proteger los intereses occidentales en el estratégico marco del Atlántico Sur.

Con sus diversos uniformes cívico-militares o vestido de civil, el general Javier Gerardo Milei, el nuevo Patton del mundo libre –y para quien el mejor inicio para una negociación es una declaración de guerra- va y viene por el mundo declarando conflictos y pequeñas escaramuzas, regionales como las de Brasil, Colombia y México, o planetarias, contra las tríadas marxistas de la China, la Rusia de la guerra fría vuelta a calentar, el socialismo espanyol o el islamismo invasor de los feroces habitantes de Gaza. Feliz como un niño o como un adulto sin infancia. Y mientras las universidades del país, sin luz, calefacción, sin presupuesto y sin un peso en el bolsillo del rector, anuncian su cierre a dos, tres meses vista, dos manzanas más allá el gobierno de los economistas libertadores adquiere en Dinamarca por 700 millones de dólares una escuadrilla de 24 cazas Fighting Falcon F-16 de segunda o tercera mano por mandato de su aliado Estados Unidos; y hace las cuentas para un nuevo crédito que le permita comprar un lote de blindados M116 Stricker, también norteamericanos, para fortalecer la capacidad defensiva de su amenazado país.

De momento ha puesto a su país a los pies de la OTAN para proteger los intereses occidentales en el estratégico marco del Atlántico Sud

En su obsesión por la amenaza comunista, encerrado en su particular bunker de la Quinta presidencial de Olivos y sin prácticamente relación personal con el resto del Ejecutivo y menos aún con la oposición, el Congreso o la propia administración del Estado, Milei remite inevitablemente al personaje del general Jack D. Ripper del film El doctor Strangelove, sátira política dirigida por Stanley Kubrick a partir de la obra del mismo título de Peter George. Ripper, un general estadounidense que forma parte del alto mando estratégico de la fuerza aérea y que, fanático y desequilibrado militarista convencido de que los comunistas están contaminando los Estados Unidos con fluoruro de cloro, ordena, en un acceso de locura, un ataque aéreo nuclear contra la Unión Soviética. Tras lo cual, para impedir que nadie, incluido el presidente de los Estados Unidos, pueda intervenir para evitar el incidente que con toda probabilidad desencadenará la tercera guerra mundial, se encierra en una base mientras, fuera del bunker, altos funcionarios estadounidenses junto con los principales líderes soviéticos intentan detener la amenaza inminente de una guerra nuclear. Un personaje ficticio, propio de los tiempos de la Guerra Fría, del cual Kubrick afirmó que no estaba absolutamente seguro de que no existiese un arquetipo similar en los niveles superiores del Pentágono o del Ejército Rojo.

El inquietante retorno del León

El cambio de Milei, el regreso del León como él sostiene, inquieta. Acusado de ser asesor de Pedro Sánchez, el expresidente Alberto Fernández señaló en un tuit lo que en Argentina muchos piensan sin atreverse todavía a expresarlo en voz alta: “El presidente”, dijo, “necesita prontamente asistencia psicológica”. El escándalo de Madrid y el consiguiente conflicto diplomático no solo ha generado preocupación en Buenos Aires, también las declaraciones y el enconamiento de Milei, que parecen mostrar síntomas cada vez más evidentes de que ha sucumbido a su acelerado proceso de transformación de arisco, conflictivo y marginado economista a, como él mismo señala, “máximo exponente de la libertad a nivel mundial”. “Le guste a quien le guste. La agenda de los políticos argentinos, indicó a su regreso, es de liliputienses y yo estoy en otra liga. Donde yo voy genero un terremoto. Les encantaría estar donde yo estoy”. La opinión pública argentina, en peor situación existencial que su presidente y con un ego muchísimo más maltratado, no opina lo mismo. Según un nuevo estudio realizado en estas semanas por la consultora Zuban Córdoba y Asociados, el 54% de los encuestados considera que MIlei le da más importancia a su proyección política mundial que a resolver los problemas del país.

Preámbulo para un epílogo incierto

Desde el 10 de diciembre pasado, dos vocablos han abandonado su largo sosiego para convertirse en protagonistas de la actualidad. Se habla mucho de crueldad y de odio en la Argentina actual, quizás más que en ningún otro momento desde la dictadura de Videla y su terrorismo de Estado; de la insensibilidad y crueldad del gobierno a la hora de aplicar políticas públicas; de la crueldad de sus decretos; de sus medidas contra los débiles y los excluidos pero también contra las Universidades que agonizan bajo la asfixia financiera a que las somete el Ejecutivo; contra los docentes y los trabajadores no docentes que en algunos centros no cobran su sueldo desde el pasado enero. Se habla de la crueldad de ese Milei que en sus viajes al exterior festeja los despidos de miles de trabajadores, el profundo ajuste de salarios y jubilaciones, la pérdida de derechos, la eliminación de subsidios y la privatización de recursos, el abandono de los ciudadanos por parte de un Estado cada vez más indiferente.

Y se habla asimismo del discurso del odio, de sus víctimas, como las cuatro mujeres quemadas vivas por su condición de lesbianas, de los episodios de violencia que se multiplican contra los diferentes, contra los intelectuales, contra la prensa no afín, contra los activistas que organizan los comedores sociales y los pobres que acuden a ellos en busca de un plato caliente, hostigados y golpeados por las fuerzas de seguridad bajo el mando de la exmontonera Patricia Bullrich.

Y se habla asimismo del discurso del odio, de sus víctimas, como las cuatro mujeres quemadas vivas por su condición de lesbianas

¿Un film de terror? ¿Una pintura surrealista? ¿Una tragedia teatral? ¿Un tango bipolar? ¿Una tragicomedia distópica? Todo eso y más podría definir la Argentina actual, generosa receptora de millones de emigrantes de todas las miserias y todos los puertos del mundo en el pasado y hoy exportadora desconsolada de sus nietos y bisnietos, prófugos de este orwelliano país austral que por suerte Mafalda no ha llegado a vivir.

Una pregunta va echando raíces en el preámbulo de lo que está por venir: ¿cómo crecerá la hierba en Argentina tras el paso de los nuevos Atilas de la economía?

Hoy por hoy no hay respuesta.