El contrato social

El mundo será mejor, más justo y perdurable, en la medida que la actividad económica sea más social

Las sociedades tienden cada vez más a incorporar cuestiones sociales a su agenda de desarrollo | iStock Las sociedades tienden cada vez más a incorporar cuestiones sociales a su agenda de desarrollo | iStock

Una parte significativa y creciente de la ciudadanía se siente cada vez más interpelada en cuestiones fundamentales que afectan a nuestro destino como sociedad (modelo energéticos, consumo, vivienda, cuidados...). Nos lo recordaba, en un reciente debate sobre innovación social organizado por el OS21, Laura Peracaula, codirectora general de Suara Cooperativa. Están creciendo también en número, diversidad y consistencia las voces que reclaman la necesaria reformulación de los mecanismos de confianza que tienen que sostener la sociedad en el futuro. En aquel mismo debate, Genís Roca apuntaba la necesidad de un nuevo contrato social que incorpore, ahora sí, aspectos medioambientales, de género y de transición al mundo digital.

El discurso de estas voces no es débil ni efímero. Se construye alrededor de una idea cada vez más extendida: El mundo será mejor, más justo y perdurable, en la medida en que la actividad económica sea más social. Y aquí es clave no engañarnos con un social epidérmico, de juguete.

La misma Unión Europea tiene claro que en el mundo postcovid hay cosas que se tienen que hacer de otro modo. Por eso está incluyendo la economía social en la agenda de la transformación. Estos días está impulsando el Social Economy Action Plan. Gana terreno la convicción de que si facilitamos la competitividad, el crecimiento y la mejora constante de las empresas de la economía social, estas podrán acabar convirtiéndose en actores que promuevan cambios sociales radicales y a gran escala.

El mundo será mejor, más justo y perdurable, en la medida que la actividad económica sea más social - y no un social epidérmico, de juguete

Sí, es más que cuestionable la capacidad de la Unión para liderar la transformación que no solo Europa sino el mundo entero necesitan. Pero planetariamente pintan bastos para el medio ambiente y para la justicia económica y social. Cuando empecemos el camino hacia la utopía lo tendríamos que tener muy presente. Hasta que no seamos plenamente conscientes de que tenemos que construir una robusta y a la vez seductora alternativa a potentes sistemas que no contemplan los derechos humanos más básicos ni la sostenibilidad medioambiental, no podremos dimensionar adecuadamente el espacio necesario para la economía social.

Catalunya no vive de espaldas a toda esta realidad. Nuestra economía social, más allá de su larga tradición y de una fuerte presencia en el territorio, cuenta con la complicidad y el aprecio de la ciudadanía. Ahora, el mismo gobierno está preparando nuestra ley de la economía social. Qué oportunidad más bella de pensar en grande, en clave universal. Lo que digamos y hagamos en Catalunya es importantísimo. Si la nueva ley se erige en facilitadora de un posicionamiento realmente competitivo y escalable de la economía social, emprenderemos el buen camino. Pero si mantuviéramos las empresas de la economía social recluidas en la esfera de una marginalidad con aires de alternativa utópica, el mundo continuaría condenado a la normalidad de las dobles morales.

Hace 17 años fundamos Grupo Clade precisamente con la voluntad de contribuir, como cooperativas, fundaciones, mutualidades y sociedades anónimas laborales que somos, a un posicionamiento nada marginal de la economía social. Nos complace ver que no estamos solos y que van creciendo los colectivos e instituciones que quieren empujar en el mismo sentido. Invitémonos los unos a los otros a sumar juntos y de verdad para una transformación real. No nos reinventamos el pasado; aportemos fórmulas nuevas que allanen el camino para un tiempo que necesita ir más allá y que pide un nuevo contrato social, un nuevo y consistente marco de confianza para todos.

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