Hace falta Niño, botifarrers desde 1891

La cuarta generación de la familia Saladrigas abre cada día el único comercio centenario que resta en Santa Coloma de Gramenet, una tocinería con solera y romántica historia ubicada en pleno centro de la ciudad

Toda la vida habían pensado que su comercio había levantado la persiana en 1902, pero hace unos años, cuando presentaron su candidatura a losP remes Nacionales a los Establecimientos Comerciales Centenarios que concede la Generalitat de Cataluña -estuvieron premiados el 2004-, la familia Saladrigas se encontró con la sorpresa que el negocio, apoyo económico de cuatro generaciones, todavía tenía más historia. La busca de los documentos al archivo histórico de la ciudad de Santa Coloma de Gramenet los demostraba que Hace falta Niño se fundó en 1891 en el mismo edificio en que cada día trabajan, en pleno centro.

"Según tengo entendido la casa y la tienda la hicieron por el casamiento de un tío de mi madre. La hicieron porque aquel era 'el cuento' de la época: eran cuatro hermanas y sólo un hijo y él era el heredero, el niño. Se quedó toda la herencia", explica Jordi Saladrigas, historia viva de esta tocinería colomenca. Con sus lúcidos 89 años, este comerciante jubilado explica cómo ha pasado, literalmente, toda su vida entre las cuatro paredes de la tienda.

Sus padres –un dependiente de una tienda de víveres del Paseo de Gràcia de Barcelona y una carnicera de Can Sitjes- se encargaron del negocio familiar en 1926, nuevo meses después de su nacimiento. "Vine aquí el día que hacía nuevos meses y todavía vivo aquí", comenta. Un hecho inevitable, teniendo en cuenta que la tienda está tocando la vivienda familiar. El local es pequeño y mantiene la esencia inicial, presidido por una gran estantería de color verde, a la que con los años han sacado las puertas de vidrio para dejar al aire los botes de tomate, aceite y legumbres cocidas que también comercializan.

Montserrat da trabajo a tres trabajadoras en la tienda. N. Navarro

El azulejo refrigerado sustituye al antiguo de mármol donde se mostraban las elaboraciones y unas cuántas fotografías históricas, de la ciudad y de la imagen del local en sus orígenes, decoran la tienda. Dos banquetes de madera, donde sientan en Jordi y su mujer, permite a los clientes descansar mientras hacen la compra y, sobre todo, conversar con las dependientas. Es su vida porque sólo un estrecho corredor separa el día a día de clientes y pedidos de la cocina y el pequeño salón donde Josep y su mujer, Maria Rosa, viven. Ellos dieron el relevo a sus hijos, Jordi y Montserrat. El uno al obrador, y la otra al azulejo se encargaban de la continuidad de este pequeño comercio hasta que el hermano sufrió un ictus y, desde entonces acá, es la hija quien se encarga de Hace falta Niño. Ella, además, vive en la casa de atrás. Todo queda en familia y bien cerca.

Toda la vida dedicada al negocio
La vejez, pero, no ha conseguido desvincular el matrimonio de su negocio. Ambos ayudan -"como podemos", dice Jordi- su hija y las otras tres trabajadoras de la tocinería colomenca, las cuales entran y salen del obrador ubicado en el mismo inmueble para preparar, dicen, las mejores morcillas de esta ciudad erigida junto al río Besòs. La morcilla es su distintivo y su producto estrella. "Nos identifica la morcilla, pero también los canelons... Hemos ido incorporando productos que no se venían antes y que son de elaboración propia. Pero son muchas horas de obrador, de tienda, y estamos rodeados de centros comerciales y supermercados. Es muy difícil vender", explica Montserrat. De aquí a tres años tendrá la edad de jubilarse y, si ella marcha, previsiblemente el negocio familiar se acabará. "Sólo tengo una hija, y familiarmente, si no continúa ella, esto se ha acabado. La tienda se cerrará", explica.

De su narración y de la de su padre, se deriva que cada vez los resulta más difícil mantenerse en un mercado muy competitivo. "Tenemos una clientela fiel, que repite porque encuentran bono el que tenemos, pero somos una tienda de barrio de proximidad, donde los clientes el que quieren es comer más fresco y más detallado", apunta el actual gerente. Clientes que han mantenido la tradición familiar de comprar a Hace falta Niño y que, a estas alturas, continúan visitando el comercio para llevarse secallones o salchichas elaboradas al modo artesanal.

Lo comprobamos al obrador –situado detrás del patio interior de la vivienda- donde perviven los enseres de la época, como la caldera, y dónde reproducen el proceso de elaboración que han aprendido unos de los otros. "Continuamos trabajando según el modo artesanal. Yo he aprendido aquí de mi padre, y él aprendió de su abuelo. Mis bisabuelos ya eran carniceros", relata Montserrat. Un oficio, el de carnicero, que a Santa Coloma ocupaba otros muchos, puesto que según explica Jordi Saladrigas, "en 200 metros había seis o siete carnicerías como nosotros, que todo se lo hacían, y todas se ganaban la vida, pero han ido cerrando".

La dificultad de sobrevivir por el comercio de proximidad
Santa Coloma de Gramenet es una ciudad eminentemente comercial. Según las cifras del Anuario estadístico de la ciudad (2013), el sector del comercio y la restauración aglutina el 58% del total de su actividad económica. Pero los comercios como es debido Niño compiten con los numerosos centros comerciales que rodean la ciudad, desde La Maquinista hasta Montigalà. "Ahora es la época más difícil, en todas las ciudades las tiendas están mal. La clave está en las cosas que te identifiquen y que la gente venga expresamente a buscarlas", afirma Montserrat.

Ellos lo encontraron hace unos años de la mano del chef Víctor Quintillà –propietario del Tragaluz, el único restaurante con estrella Michelin de la ciudad- y el sommelier Paco Cordero: la morcilla Brisa, que elaboran con piñones y brisa de uva como homenaje a la cultura vinícola que antes había a la ciudad, se ha vendido muy bien entre sus clientes.

La preferencia del consumidor joven por los supermercados y el cambio en los hábitos de compra también inciden. "Cuando yo era nano la gente vendía por el por la mañana para comprar para almorzar y por la tarde, vendía para comprar por la cena, porque no tenían ni nevera en casa suya. Era muy diferente la venta", explica haciendo memoria. Una facultad que lo acompaña y que lo mantiene joven de espíritu, a pesar de estar mimando las velas de su noventa aniversario. "Sí, sí, estoy bien, pero es que yo sólo pido saber quién es quien entra, que le pueda decir "Hola, Maria!" a la clienta que entra. No perder la cabeza", dice. Mientras tanto, coge con las dos manso el premio otorgado por el Gobierno catalán, que luce arriba de la nevera y que los recuerda que, desde 1891, la familia Saladrigas elabora morcillas colomenques.

Fachada de la tocinería Hace falta Niño. N. Navarro 
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