
¿Y si hablamos de pasta en un diario de empresa? Desinhibámonos, por favor. Tanta pulcritud y tanta timidez no son buenas. Hablemos, pues, pero de la de verdad. La auténtica pasta catalana no hace daño a nadie y, de vez en cuando, cuando no vamos cortos de pelas, nos permite saborear un buen plato de linguine profumate al limone en algún restaurante italiano de renombre.
En resumen: con la lengua catalana se hace pasta. Dinero. Pasta gansa, viruta. ¿Lo dice Marc Ribas de Joc de cartes? No tenemos constancia –de hecho, no se lo hemos preguntado–, pero visto el éxito, bien podría ser. Pero no: lo afirma Antonio Di Paolo, vicedecano de investigación y doctorado de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona, donde es profesor de Econometría, Estadística y Economía Aplicada.
Este nuevo catalán de origen italiano lleva años estudiando los efectos socioeconómicos del conocimiento de lenguas y de las políticas lingüísticas en Cataluña. En otras palabras –y con otras hipótesis–, analiza si existe un retorno económico empírico para los trabajadores por conocer y usar la lengua catalana. La conclusión es afirmativa: el premio salarial para aquellas personas que saben hablar y escribir en catalán es de aproximadamente el 18%.
Habitualmente asociamos esta ventaja con las grandes lenguas de alcance internacional o, simplemente, con las lenguas que gozan de la protección de un marco legal estatal. La seguridad de uso atribuida por la extensión del mercado o por la garantía de oficialidad plena hace que estas lenguas sean portadoras de un capital cultural que puede hacerse valer en el mercado laboral para obtener un rendimiento económico. Estas lenguas, pues, pueden servir para algo más que el mero placer del conocimiento. Dicho de otro modo: en nuestro sistema de creencias heredadas –profundamente arraigadas, inconscientes–, el catalán y las otras lenguas minorizadas no pueden servir para nada que se relacione con el progreso. Como mucho, cantamos la belleza de palabras como xiuxiuejar, aixopluc, tendresa, moixaina o... Becaina. ¡O mio Dio!
Una prueba sintomática de esto último. De la introducción en el buscador de los vocablos lemosines “paraules” y “més”, resultará esta página. Por el contrario, si lo hacéis en francés, el primer resultado será este otro, mientras que el castellano os ofrecerá una web con las palabras más largas de su caudal léxico.
Di Paolo nos saca del embeleso de la belleza inútil revelando que el catalán tiene, en efecto, un impacto positivo en los individuos y en la sociedad. El método para llegar a la cifra del 18% lo recordó en una ponencia de la XV Jornada sobre el Uso del Catalán en la Justicia (2024). El académico presentaba allí la investigación sobre si “tener un buen dominio del catalán mejora los ingresos mensuales de los inmigrantes de otras comunidades autónomas y extranjeros de primera y segunda generación”. A tal efecto, aplicó una “metodología econométrica que permite obtener una estimación del efecto causal del conocimiento de lengua, aislando los posibles impactos de características individuales y factores no observados que pueden afectar tanto a las habilidades lingüísticas como a los resultados laborales”.
Para Di Paolo, “los conocimientos lingüísticos están claramente asociados a una mayor capacidad de integración socioeconómica que repercute positivamente en diferentes aspectos de la vida”. Si queréis más pruebas, podéis asistir al Seminario “Economía de la lengua y política” que sobre esta materia ha programado la Facultad de Economía y Empresa, y que se impartirá el 29 y 30 de mayo.