Preparados para dejar de funcionar

La obsolescencia de los productos se acelera, programada por las empresas y fomentada por la exigencia de los usuarios, el consumismo imperante y los cambios constantes de tendencias y modas

Cambiarte de móvil porque ya no puedes usar Whatsapp. Un aparato que vale centenares de euros que va a parar al contenedor de reciclaje tan sólo por una sola aplicación, sí, pero sin la cual parece que hoy nadie puede sobrevivir. Esto lo vivieron muchos usuarios del iPhone 3 cuando la última versión del popular programa de chat los avisó con un lacónico mensaje que dejaría de funcionar con su aparato "anticuado".

No es ninguna novedad en el caso de Apple, que empuja los desarrolladores a diseñar apps que sólo se pueden ejecutar con la última versión del sistema operativo, la misma que sus aparatos más "antiguos" tardan muy poco al dejar de soportar. Realmente necesitamos el Iphone 6 si no hace ni un par de años que tenemos el 5? Pues si la empresa te acaba obligando, quizás sí.

Pero no se trata de cargar tan sólo contra Apple: la obsolescencia programada es una realidad en muchas compañías y sectores. Sus orígenes se sitúan al 23 de diciembre de 1924, cuando los principales fabricantes mundiales de sistemas de iluminación (Osram, Philips, General Electric) se reunieron para decidir que a partir de entonces las bombillas no durarían más de 1.000 horas encendidas (parece una idea conspiranoica, pero es un hecho documentado). Desde entonces este tipo de prácticas se han hecho comunes en todo tipos de sectores industriales. Hoy en día casi todo el mundo lo ha sufrido con un móvil, un ordenador, un coche, una prenda de ropa, un televisor o algo más prosaic como una lavadora o, por supuesto, una bombilla.

El Movimiento SOP, que lucha en contra del control de la durabilidad de los productos por parte de los fabricantes, señala que la obsolescencia programada afecta a "todo tipo de sectores": Desde la automoción (ruedas, electrónica del automóvil), hasta la alimentación, con fechas de caducidad falsas, pasando por el mobiliario o la moda, que no nos dura ni una temporada; o la informática, con baterías de portátiles que se agotan en menos de un año.

Aparatos de todo tipo que cada vez duran menos. Pero por qué? Y quien tiene la culpa? Las preguntas se suceden. Cuál es la vida útil de estos aparatos? La que marca su propia capacidad de funcionar sin estropearse de manera "programada"? La que establecen los proveedores de contenidos? O la que dictaminan los usuarios con el tiempo que tardan a cansarse de ellos?

Un móvil cada 18 meses
Las tres respuestas son correctas. Según datos de Recyclia , la principal plataforma por la recogida selectiva y gestión de residuos eléctricos y electrónicos estatal, los españoles cambian de móvil cada 18 meses, mucho antes que hayan cumplido su vida útil. En una entrevista a Consumer , el presidente de la entidad, José Pérez, apuntaba que los móviles de hoy disponen de un hardware capaz de durar muchos años, pero que las aplicaciones que emergen diariamente exigen cada vez más capacidades. Esto ha hecho que el periodo de renovación de los equipos, en este caso de los smartphones, se haya acortado de manera muy significativa. "Más que de obsolescencia programada, yo hablaría de explosión tecnológica, que a menudo también desborda los mismos fabricantes", decía Pérez, que también señala al usuario: "Cada día es más exigente, y es él quien al final acaba decidiendo".

La obsolescencia cada día más acelerada de los productos de consumo se debe de a factores que a menudo escapan al control de los mismos fabricantes. Esto no quiere decir que estos no sean los principales culpables. Ninguno de ellos reconoce que practique la obsolescencia programada, pero hay bastantes pruebas que demuestran el contrario (muchas de ellas recogidas al recomendable documental Comprar, echar, comprar, dirigido por Cosima Dannoritzer) y hay estados que han decidido frenarlo.

Es el caso de Francia , que este 2014 ha hecho frente a la industria para evitar que confeccione productos con caducidad prematura. Consideran demostrado que es una práctica habitual y para combatirla amenazan con penas de prisión y multas que pueden ascender hasta los 300.000 euros. Una manera de intentar frenar la obsolescencia programada, que el gobierno francés entiende engaña el consumidor y ataca el medio ambiente y la sostenibilidad.

Obsolescencia "programada" o "percibida"
Pero, como ya dejaban entrever desde Recyclia, no todo es tan sencillo como afirmar que las empresas sabotean sus propios productos porque duren poco. Es de la misma opinión Virginia Espinosa, Doctora en Ingeniería de Telecomunicaciones por la UPC y profesora del TecnoCampus de Mataró, además de miembro de la Cátedra Unesco de Sostenibilidad de la UPC. Como experta en la materia, distingue entre dos tipos de obsolescencias a la industria: la "programada" y la "percibida". Las dos persiguen el mismo objetivo: la compra indiscriminada para perpetuar el sistema capitalista basado en la compra de bienes de consumo.

La obsolescencia programada, en palabras de Espinosa, responde a la "reducción drástica e intencionada del periodo de vida útil de un producto para incentivar una cercana nueva compra". La percibida, en cambio, es más sutil. Se aplica a aquellos productos duraderos, que resisten muy bien el paso del porque, por ejemplo, no tienen elementos mecánicos y técnicos a los cuales someter a desgaste. "La obsolescencia percibida se basa a instaurar al consumidor la idea que aunque los productos se mantengan operativos, son artículos obsoletos o pasados de moda y por lo tanto, inoperatius a efectos prácticos", explica la experta en sostenibilidad. Las estrategias para introducir este segundo concepto son el cambio constante de modelos y/o versiones de producto y la moda (tendencias, diseños, colores) a través de la publicidad y el marketing.

Agravios sociales, económicos y medioambientales
La obsolescencia, ya sea programada o inducida, genera cada vez más rechazo social, que se traduce en iniciativas como el citado Movimiento SOP. Su cofundador, Òscar Burgos, carga contra los efectos económicos y medioambientales de estas prácticas. "Condicionado por la publicidad masiva y por el desconocimiento, el usuario cree equivocadamente que cuando un producto ha dejado de funcionar es siempre porque ha llegado al final de su vida útil, pero a menudo no es así", afirma. Y se muestra especialmente crítico con la obsolescencia percibida, de la cual acusa directamente a la industria: "Consiguen que el usuario quiera la última innovación o diseño disponible, sin pensar si lo necesita de verdad y sin que el producto se haya estropeado".

Estas dinámicas conducen a un "consumismo descontrolat" y una situación donde "el beneficio de las grandes corporaciones se sobrepone a los intereses reales del usuario", según denuncian desde SOP. "El ritmo tan acelerado del consumo comporta una clara sobreexplotación de los recursos naturales y humanos, y un aumento desmesurado de los residuos" afirma Espinosa. Las necesidades que genera este sistema también trae a prácticas como el externalització masiva de la producción a países del Tercer Mundo, donde a menudo los sistemas de regulación de los derechos de los trabajadores son laxas o directamente inexistentes.

Por todo ello, la cuestión de la obsolescencia programada o percibida conduce directamente, según las voces más críticas con esta práctica, a un debate mucho más profundo y esencial: si el modelo actual es realmente sostenible.
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