¿Camina Barcelona en sentido opuesto?

En los últimos días han ocurrido algunos hechos que, desde mi punto de vista, son negativos. Y todos relacionados con el turismo. La señora Colau no fue una buena alcaldesa. Pero un amigo mío, liberal y para nada de izquierdas, la votaba por algo evidente: era la única que plantaba cara a los estragos del turismo. Quizás sin mucha efectividad, pero reconocía su problema. El caso es que esta semana pasada nos enteramos de que se reducen las tasas en las terrazas de bar. Basta con tener unas mínimas nociones de macroeconomía para saber que se reducen los impuestos cuando se quiere estimular a un sector. ¿A ustedes les parece que hay pocas terrazas de bar? Con la derrota de Colau y el cambio en la Cámara de Comercio vuelve a Barcelona el gobierno del lobby 3T (Turismo, Taxis, Terrazas). ¿Miseria ridícula? Efectivamente. Pero así son las élites de la ciudad. ¡Pobre Barcelona! Sale del fuego para ir a parar a las brasas.

Hasta ahora, el mundo intenta poner paños calientes a la enfermedad del turismo masivo. No hay actuaciones radicales. Solo algunos países han optado por ello. Países Bajos e Italia, por ejemplo, con leyes que prohíben la masificación. En general, se trata de acciones de gobierno nacional, no de los municipales que, en general, siempre son sensibles a los lobbies locales del sector turístico. Pero deberíamos empezar a plantear el tema como un hecho estructural. Un problema que es necesario arreglar de raíz. Es necesario poner el turismo al nivel de otras actividades humanas que están en vías de regulación e, incluso, de prohibición. Que el turismo mueva dinero no significa que nos convenga. Es así que el mundo ha decidido que no se contamina más aunque haciéndolo se obtengan mayores beneficios económicos. Pues bien, el turismo debe entrar en este apartado de cosas. Expondré dos motivos.

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El turismo no es sostenible. No solo por temas ambientales, o de respeto al hábitat humano que esta actividad agrede constantemente, sino por un hecho físico. Pongo un ejemplo. En la Unión Europea nacen cada año 4 millones de niños. Esta población llegará a adulta y, si seguimos todavía con los patrones actuales, podemos decir que la mitad (2 millones) querrá, algún día, visitar Roma e ir a la Piazza Navona. Los días disponibles para viajar, al año, son unos 140 (dos días por semana y 30 de vacaciones). Y las horas de visita de la PIazza Navona ponemos que son 14 al día. Si hacen los cálculos verán que salimos a una media de 1.000 personas al día queriendo ir a la famosa plaza. Y solo hablamos de Europa (450 millones de 7.400 millones que tiene el planeta) y de la mitad de su población. Ya se ve que el tema es insostenible.

Con la derrota de Colau y el cambio en la Cámara de Comercio vuelve a Barcelona el gobierno del lobby 3T (Turismo, Taxis, Terrazas)

Pero también están empezando a salir voces que alertan del peligro que significa para la democracia la carencia de vivienda. Mientras, los ayuntamientos toleran los apartamentos turísticos. No se entiende. Algunas ciudades comienzan a prohibirlos (Nueva York es un ejemplo). El gobierno de la Generalitat ha empezado a tomar medidas al respecto, y es necesario aplaudirlo. Sin embargo, como siempre, me temo que la solución de verdad tendrá que venir de Europa, como todas las imposiciones desagradables a las que los políticos locales nunca quieren hacer frente.

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Debe llegar el momento en que no se trate el turismo como algo bueno y que hay que regular. Hay que empezar a tomarlo como algo perjudicial en sí mismo. A alguien le parecerá que soy radical. Sí. Tanto como los verdes alemanes que en los años ochenta decían que los ríos no debían contaminarse en aras, meramente, de un beneficio económico. Nada más, ni menos.

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