Baby Mozart, baby Einstein, baby Jobs

El otro día Apple presentó sus nuevos productos entre los cuales destaca el iPhone X (léase debe de). No, no os haré la enésima crónica. Si queréis los detalles, podéis repasar la que aquí mismo escribió Quico Domingo. El iPhone ha cambiado mucho en 10 años pero nosotros más con él. Hace 10 años no sabíamos qué era pellizcar (pinch) para ampliar una foto, deslizar (swipe) para desbloquear, descargar aplicaciones al móvil y, mucho menos, pagarlas. Que levante el tuit quien antes del 2008 (el año que Apple permitió aplicaciones de terceros desarrolladores) hubiera comprado una aplicación por el móvil. Apple creó la industria de las apps al 2008, una industria que tiene un volumen de negocio global de 100.000 millones de dólares.

Para poner un caso de éxito: el juego Monumento Valley vendió medio millón de copias en un mes y, en poco más de un año, facturó más de 5,8 millones de dólares (son tan guapos que publican los números en su blog). Hacer aplicaciones es un negocio. Si te sale bien, puedes hacer mucho dinero y si te sale mejor, puedes cambiar una industria; que le pregunten a Brian Acton y a Jan Koum, creadores de WhatsApp (2009). Pero no todos los niños llegan a Messi. El mundo de las apps, las empresas emergentes, el dospuntzerisme, el espejismo de Silicon Valley, la crisis del 2008 y los libros de autoayuda empresarial nos han hecho creer que con un Mac, un iPhone y una conexión WiFi ya somos entrepreneurs. Esto ha traído a un fenómeno todavía más preocupante: el sueño de los padres ya no es que los hijos tengan un trabajo fijo a La Caixa, sino que quieren que los hijos sean Steve Jobs y canvïin el mundo.

"Nos han hecho creer que con un Mac, un iPhone y una conexión WiFi ya somos entrepreneurs"

Y por eso los padres hacen de todo. Empiezan enchufando los bebés a la tele con los vídeos de Baby Mozart y Baby Einstein; con tres años los apuntan a extraescolares de innovadores métodos matemáticos, inglés y robótica; a los seis los llenan de iPhones e iPads; y a los 12 están orgullosos que aprendan a hacer PowerPoints y Excelso en la escuela para hacer un plan de negocio de una empresa que hacen con los compañeros. He visto a niños de 10 años con ordenadores más potentes que el de algún investigador de ciencias fotónicas.

Y después pasa el que pasa. Hace 15 días a Silicon Valley una madre me explicaba orgullosa como su hijo de 14 años y unos amigos habían alquilado un piso-habitación (en un barrio barato junto a una casa ocupada que por la noche era llena de camellos, están empezando!) y allá desarrollaban una aplicación que servía para no sé qué. Le hacía mucha gracia que un día su hijo hubiera llegado a casa con un amigo de clase que a la vez era su cabeza y director general de la empresa (CEO en entrepreneur correcto).

En la misma línea, un conocido periodista de un conocido diario de este país me comentaba que le había tocado hacer de jurado en unos premios de emprendeduría para jóvenes talentos y que no sabía donde ponerse cuando ante una mesa tipo X-Factor adolescentes de 15 años explicaban planes de negocio imposibles en PowerPoints absurdos. Todo para poder pasar a la siguiente ronda y para ganar finalmente un viaje a Silicon Valley a ver las oficinas de los webs que visitan cada día.

"He visto a niños de 10 años con ordenadores más potentes que el de algún investigador de ciencias fotónicas"

A veces pienso que nos hemos vuelto imbéciles, y que para asegurarnos que la imbecilitat no morirá con nosotros la pasamos a las generaciones futuras muy estructurada en Excelso y PowerPoints. En Suiza, que saben mucho, tienen el partido Anti-PowerPoint y en los EE.UU., que saben más todavía, desde el 2009 que Disney (propietaria de Baby Einstein), vuelve el dinero a todos los padres de niños que hace 10 años se tragaron embobados los Baby Einstein, Mozart, Shakespeare y Galileo y que a estas alturas no son genios.

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